Editorial #319: Nuestra última oportunidad
Tal vez suene trillado y ya lo hayamos escuchado antes, pero sí, estoy convencido de que estamos frente a la última –y más sensata– oportunidad de derrotar al régimen. Pero esa derrota pasa necesariamente porque el cambio político se genere en 2016; he allí nuestro mayor desafío.
Y digo última oportunidad por varios elementos que pretendo enunciar y cuya reflexión corresponde a lo que cada uno de nosotros, como ciudadanos, debe sumarle. El primero y más sabido por todos es que aceptar el referéndum revocatorio el año que viene es solucionarle un problema al gobierno, pero no el de todo un país que está clamando cambiar su tragedia. Y sí, soluciona un problema al gobierno porque es la excusa para que Maduro, poco querido en las filas rojas, deje el poder de una forma elegante, dando paso a una transición gatopardiana, llena de transacciones, que mantendrían el estado actual de cosas y, principalmente, a las mafias del poder.
Una segunda razón, y que se conecta con la primera, es que precisamente el régimen se está preparando para un escenario de ese estilo y darle tiempo es lo peor que podemos hacer: si dejamos que ganen tiempo y se recuperen, se estabilizan. Lo hemos visto con la reciente aprobación de la explotación del Arco Minero, posiblemente el último gran saqueo a nuestra nación pero que, junto a oxígeno de aquí y de allá, permitirían que el régimen calme un poco las aguas, abasteciendo en lo mínimo al país, dando una sensación de alivio que les permitiría alcanzar una elección presidencial en 2018 (si les conviene), a costa de vidas y sufrimiento como una especie de “daño colateral” que los termina convirtiendo en responsables, aunque lo nieguen. Dejarlos pasar esta cuesta, podría significar irnos nosotros al abismo mientras ellos se aferran.
Y eso precisamente me permite llegar al tercer elemento: es nuestra última oportunidad de salvar a Venezuela y, con ello, salvar vidas que hoy están condenadas al hambre, a la enfermedad, a la agonía y a la miseria. Tan sólo el hecho de considerar el revocatorio para el año próximo (suponiendo que no haya más opción y que sea parte de una negociación), es automáticamente poner en duda nuestra propia existencia. Sería una especie de condena, lenta y dolorosa, mientras arrasan lo que queda de país.
Pero además, la última razón –y quizá la más importante– es que es nuestra última oportunidad de demostrarle a la gente que lo estamos haciendo bien; que sus expectativas, hoy venidas a menos después de un boom electoral que no trajo los mejores resultados, sí serán cumplidas y que, sobre todo, haremos respetar su voluntad; la que claramente dio un mandato el pasado 6 de diciembre y que es desconocido por Maduro. ¿Y si el revocatorio no va? ¿Qué haremos?
Para ello se requieren muchas cosas, pero la principal: sensatez. Sólo así podremos enfrentar asertivamente el reto a cuestas, comprendiendo no solamente la naturaleza de quienes nos gobiernan, sino también siendo coherentes y, sobre todo, mostrándonos como una firme, responsable y oportuna oferta política para Venezuela. De nada sirve hablar de diálogo si no asumimos nuestra posición de mayoría que representamos al país; actuar como minoría frente a los verdaderamente débiles es darles demasiado mérito cuando saben que tienen que irse lo antes posible, además de hablar muy mal de nosotros como fuerza.
El tiempo juega en contra y la paciencia también. Ser predecibles y poco audaces en nuestros planteamientos frente a un gobierno que ha demostrado no importarle nada a cambio de preservar el poder no sólo es irresponsable sino hasta ingenuo.
Toda la presión posible y toda la energía acumulada por millones de venezolanos que desean cambiar de rumbo y ver mejorar su país, debe estar encaminada y enfocada a generar un cambio político este mismo año, considerando todas las alternativas posibles y no casándonos sólo con una, que al régimen le convenga. Nuestra tarea es simple: hacer que se vayan y organizarnos para que eso ocurra.
La gente tiene depositada su última esperanza en lo que tiene que ocurrir este año: lograr salir de Maduro y cambiar al régimen. De no lograrse, no sólo estaríamos frente a la mayor decepción que un país podría sentir, sino que también significaría el final de muchas cosas, la multiplicación de las despedidas y las lágrimas, y la profundización de la muerte y la miseria. Significaría todo mientras la nada arrasa.
No desperdiciemos ésta, nuestra última oportunidad.
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