San Pablo Apóstol y Guzmán Blanco.

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En un libro titulado Diez años en Venezuela (1885-1895) del escritor, poeta y político colombiano Alirio Díaz Guerra, obra publicada en el año 1933 por la editorial “Elite”, se puede leer una detallada crónica de eventos en la cual, página tras página, se revelan los más curiosos incidentes acontecidos durante los tiempos olvidados de la dictadura del General Antonio Guzmán Blanco.

Uno de sus capítulos hace referencia a un episodio ocurrido en 1883 entre el “Ilustre Americano” y un pintor de nombre Manuel Otero. Don Alirio confiesa en sus memorias haberse enterado de los siguientes hechos gracias a una confidencia que le hiciera el notable pintor Antonio Herrera Toro, un hombre cuyo talento lo llevó a la cumbre de la fama en Venezuela plasmando en múltiples lienzos el imperecedero valor de su firma y reputación como el más prominente artista de aquellos días.

Al parecer, le contó Herrera Toro a Díaz Guerra que al momento en que Guzmán Blanco se propuso la idea de construir la Basílica de Santa Teresa en Caracas, encargó a Manuel Otero, artista elogiado por la prensa de la época gracias a sus “muy bellas y acabadas decoraciones”, los honores de adornar los espacios entre las dovelas de la cúpula con frescos de distintos santos y que entre estos debía encontrarse Pablo de Tarso, o San Pablo Apóstol.

Otero viaja a Europa y realiza un extenso trabajo de investigación en museos y bibliotecas del viejo continente para esbozar en su cabeza los rasgos característicos de estas figuras bíblicas, especialmente sus rostros, para luego poder plasmar, en los frescos de la cúpula, las imágenes de los santos que velarían sobre el altar de Santa Teresa.

Cuando Otero ya tenía varias semanas de haber regresado al país, había empezado a pintar el fresco y su obra aún se encontraba a medias, Guzmán Blanco decidió visitar la basílica y darse el gusto de examinar personalmente como iban los avances de uno de los tantos proyectos aprobados con el objetivo de embellecer la capital y darle un aire parisino.

El dictador se encuentra satisfecho con los trabajos en la basílica y pasea su vista por la iglesia pensando que esta ha rebasado la belleza que mostraban los planos presentados por el arquitecto Juan Hurtado Manrique. Solo un detalle irrita sus ánimos, la imagen de San Pablo que ha dibujado Otero en la cúpula no se parece a una que él ha visto en un museo de Inglaterra. Entonces manda a llamar al artista en el acto para comentarle sobre su error:

-Mire Otero, yo vi hace poco en Londres un cuadro de San Pablo Apóstol y el personaje que usted ha pintado allá arriba no se parece en absoluto a él. San Pablo era un tipo alto y de buen porte, como yo;  tenía una larga barba blanca, como yo; y además cargaba un libro en una mano y una espada en la otra, también como yo. Le puedo asegurar que yo me parezco más a San Pablo que ese monigote.

Luego le sugiere retomar sus estudios e investigaciones en Europa para grabar en su memoria la verdadera imagen de Pablo de Tarso, a lo que Otero calmadamente le responde:

-No se preocupe Su Excelencia, sabré complacerlo en sus deseos y, en tiempo oportuno, más pronto que tarde, le daré aviso para que venga usted mismo a dar su aprobación del fresco que ahora he de corregir.-

Aún no ha terminado Guzmán Blanco de abandonar el recinto mostrando su evidente disgusto cuando decide el artista no perder tiempo en ganarse de nuevo la gracia y aprobación del Presidente de la República. Es por ello que opta por mandar un par de emisarios en búsqueda de alguno de los cuantiosos retratos que se ha mandado a realizar el crítico de su trabajo, tarea que prueba ser poco difícil pues en todas las oficinas públicas cuelga uno.

Aquella misma tarde, con un cuadro del dictador como modelo, Manuel Otero procede a utilizar su virtuoso manejo de tintas, brochas y escobillas, para desaparecer los rasgos faciales del santo que ha dibujado. En su lugar plasma un par de ojos marrones con mirada profunda y penetrante, los surcos de las arrugas en una amplia frente y un mentón poblado por una larga y nívea barba. También le pinta en la mano izquierda un grueso libro que apoya contra el corazón y en su mano derecha una espada como la que llevaban los Templarios.

A los pocos días el General Antonio Guzmán Blanco vuelve ala Basílica Santa Teresa para juzgar el nuevo trabajo del pintor y se ve complacido por los cambios en la representación del santo.

-Lo felicito Otero. Ahora si ha conseguido usted aproximarse a la realidad: Esa si es la verdadera imagen de San Pablo Apóstol-.

Jimeno Hernández
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