Esta vez sin pena ni gloria
¿Ha perdido impulso el compromiso opositor con el cambio urgente y anticipado de gobierno? ¿Se ha producido una interrupción en la conexión política de los ciudadanos con sus dirigentes? ¿Nos hallamos ahora, precisamente cuando Nicolás Maduro y el chavismo viven su momento más bajo, sin capacidad de respuesta efectiva frente a un régimen que a todas luces agoniza, pero que se resiste tercamente a desaparecer?
Estos temores son legítimos después de esta última jornada de protestas. La primera página de su edición del sábado, El Nacional, al referirse a las marchas convocadas por la oposición para ese viernes, destacaba que “en Caracas eran pocos” los manifestantes. En sus páginas interiores añadía la opinión de Henry Ramos Allup sobre lo que ocurría a su alrededor: “No se puede comparar esta marcha con la del primero de septiembre”, sostuvo con la mejor de sus sonrisas. “La convocatoria fue de un día para otro, así que es todo un éxito.” Insubstancial, falsa y aburrida expresión de inútil autocomplacencia, pues todos sabemos que esta llamada Cumbre de los Pueblos fue convocada por la MUD con suficiente antelación y que desde ningún punto de vista puede negarse que su resultado, que forzosamente debía superar o al menos igualar la magnífica demostración de entusiasmo y fervor popular de la Toma de Caracas, fue un rotundo fracaso.
¿Qué ocurrió? ¿Por qué lo que debía de haber sido no fue? ¿Por qué este segundo capítulo de una estrategia que aspiraba a ir aumentando progresivamente la presión para obligar al régimen a dar su brazo a torcer y celebrar el legítimo, constitucional y democrático referéndum revocatorio del mandato presidencial de Nicolás Maduro, terminó siendo un lánguido saludo a la bandera en el que ni siquiera participó Henrique Capriles? Todos sabemos que segundas partes nunca han sido buenas, pero ¿basta recurrir a este dicho popular para explicar por qué, en lugar de elevar la presión sobre el régimen, esta nueva demostración de fuerza opositora, porque de eso se trataba, demostrarle al régimen y a la opinión pública internacional la fuerza del sentimiento democrático del pueblo, transcurrió sin pena ni gloria?
El factor que impactó de manera decisiva en la conciencia de los ciudadanos fue descubrir que la MUD se había reunido dos veces en secreto con el gobierno, escuchar a sus dirigentes negarlo con firme convicción tan pronto ese rumor comenzó a contaminar el clima político y, finalmente, una vez que Jorge Rodríguez confirmó la noticia en declaraciones a Venezolana de Televisión con la evidente finalidad de desmoralizar al pueblo opositor, encontrarse a Jesús Torrealba admitiendo que sí, que Carlos Ocariz, José Aquiles Monagas, Freddy Guevara y Enrique Márquez se habían reunido dos veces con los hermanos Rodríguez, Elías Jaua y Roy Chaderton, y que inmediatamente después hizo la idiota aclaración de que en estas dos reuniones no hubo diálogo alguno sino “pre-diálogo”, argumento del que el país se burló estruendosamente y que, por supuesto, tuvo un efecto demoledor en el ánimo de los ciudadanos. De manera muy especial, porque no era la primera vez que los dirigentes de la MUD cometían el disparate de intentar ocultar en la clandestinidad una acción de la que incluso ellos se sentían avergonzados y culpables.
Imposible salir ileso de este innecesario tropiezo. Nadie cuestiona el diálogo como principal mecanismo para acortar las distancias que separan a dos partes que en principio no se entienden, pero siempre y cuando se realicen a la luz del día y ambas partes tengan un auténtico interés en resolver el conflicto y estén dispuestas a ceder y hacerle concesiones al otro. El liderazgo político se fundamenta en la confianza colectiva de que ese liderazgo sea transparente y no haga trampas. Un crédito que no es gratuito, que debe renovarse a diario, y que en el caso venezolano, como ocurrió antes con la Coordinadora Democrática, con los precandidatos presidenciales en 2006 y con la MUD ahora, no acaba de hacerse realidad. Para mayor gloria de Maduro, de la deriva totalitaria de su gobierno y del desorden económico y social.
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