La Descomposición moral
Los años bajo este nefasto gobierno han dejado un triste rastro tras su perezosa marcha. En la huella de sus pasos fue brotando la maleza del odio, un tupido espinal germinado gracias a la semilla de la discordia esparcida e irrigada por quienes hoy manejan los hilos de la política nacional.
Cada día parece menos extraño escuchar sobre alguien señalado de oligarca, rebelde y conspirador, perseguido por las autoridades y encarcelado arbitrariamente, o de otro, con menos suerte, que ha sido protagonista y víctima en los más bárbaros y horribles relatos de venganza.
Tanto en prisiones, campamentos militares, calles y plazas de distintas ciudades y poblaciones del país se ha hecho común el ajusticiamiento, sin debido proceso y con inaudito desprecio por la vida humana, de quienes han osado oponerse a este régimen que únicamente garantiza miseria para todos, anarquía generalizada y el imperio de la fuerza opresora de las bayonetas.
El Presidente de la República aún no ha llegado a la mitad de su periodo constitucional y sus políticas le han ganado enemigos por quintales. Sus métodos no demoraron en tallarle la peor de las reputaciones y la posibilidad de no alcanzar el término de su mandato constitucional lo ha empujado a mostrar abiertamente su faceta dictatorial.
Fue autor, en Enero de 1848, del atentado al Congreso Nacional cuando el Poder Legislativo planeaba destituirlo del cargo y someterlo a juicio. Seis meses después siguió el encarcelamiento de su más peligroso enemigo, el General José Antonio Páez, quien lleva ya dos años pudriéndose entre la oscuridad de una húmeda mazmorra del Castillo San Antonio de la Eminencia en Cumaná.
Desde aquel entonces, la estrategia del General José Tadeo Monagas ha sido simple, fomentar el miedo destruyendo sin misericordia cualquier indicio de alzamiento en su contra y recompensar a todos aquellos que se han mostrado leales a la causa en estos tiempos difíciles.
Durante estos últimos dos años se ha podido observar como la descomposición moral comienza a mostrarse en todos los estratos sociales,desde el campesinado que habita en diminutas aldeas agrarias hasta las más altas esferas de militares, comerciantes y jerarcas de la Santa Iglesia que hacen vida en diferentes pueblos y ciudades del país.
En la provincia los peones de las haciendas y hatos ya no quieren trabajar o ser mandados por nadie, se han convertido en hordas salvajes armadas de guadañas y machetes que asesinan caporales, toman posesión de las tierras e impiden la entrada de sus dueños en flagrante violación al derecho de propiedad garantizado por la Constitución.
Los caminos se han llenado de atracadores y bandoleros que se autodenominan“guerrilleros”, huestes que se dedican al robo, el secuestro y la extorsión de todos aquellos que se aventuran dentro de las zonas que dominan. Transitar por el territorio sin sufrir el azote de la inseguridad es una misión para la cual deben organizarse grandes caravanas custodiadas, adelante, atrás y a los lados, por jinetes con ojo alerta y fusil en mano para protegerse de los malhechores.
En las haciendas ubicadas en las montañas y los valles del centro los jornaleros cambiaron el arado por las armas y abandonaron los sembradíos, hecho que causó una estrepitosa baja en las cosechas de cacao, café y caña de azúcar gracias a la escaza mano de obra.
Algo parecido ocurrió en los llanos y ahora sobran los ladrones de ganado. Mientras unos sacrifican y despostan al animal en el sitio para hacerse con la carne y el cuero dejando el huesero y las vísceras para banquete de los zamuros, otros se apoderan de grandes rebaños y los arrean hasta poblaciones aledañas donde, con el debido soborno a los jefes civiles y militares, pueden venderlos con el hierro cachapeado.
Uno de estos cuatreros se ha convertido en una celebridad gracias a sus hazañas en las planicies al sur de “La Puerta”. Se trata de un cura que ha abandonado la sacristía de una pequeña capilla de Calabozo para organizar una pandilla que se dedica al hurto, tráfico y venta de animales.
Quienes lo han visto dicen que anda en burro, vestido de sotana, con un inmenso rosario de paraparas colgando del cuello y va ondeando la bandera amarilla del Partido Liberal. También dicen que donde recibe hospedaje suele agradecer el gesto ordenando a sus hombres preparar una carne en vara y bendiciendo con la gracia de Dios a la familia que lo acoge.
Un grupo de propietarios de la región se ha dirigido al Ministro del Interior mediante formal documento con el propósito de solicitar protección de las fuerzas del Estado contra las fechorías de este cura delincuente que, según los denunciantes, ha pasado de ser pastor a convertirse en el tigre que acecha corderos y novillos.
La respuesta del Ministro es breve y clara:
-Quédense tranquilos y dejen en paz al Padre Escobar que es buen cristiano y le consigue ganado a los amigos de la familia Monagas.-
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