La carta de Rojas Paúl

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El General Antonio Guzmán Blanco ha decidido dejar al Dr. Juan Pablo Rojas Paul como Presidente de la República para el bienio 1888-1890 e inmediatamente le ha dicho a su esposa Ana Teresa que empaque los baúles pues se embarcan en el Puerto de La Guaira con rumbo a la ciudad de la luz.

Retirado a la comodidad de su inmensa mansión en el número 43 de la Rue Copernic de Paris, el “Ilustre Americano” descansa imaginando que la elección de Rojas Paúl ha sido una decisión acertada. Su desmesurada vanidad lo ha llevado a pensar que Don Juan Pablo no podrá dejar de buscar su consejo e inspiración para la toma de decisiones ejecutivas. El General Guzmán Blanco, en su calidad de jefe perpetuo e insustituible del Partido Liberal, ha concebido el patriótico plan de gobernar a los venezolanos desde Europa y a través de una marioneta.

Todas las mañanas se sienta en su despacho a leer la correspondencia que le envían sus informantes y, mientras disfruta de su “pan auchocolatavec café aulait”, revisa un montón de cartas y mensajes cablegráficos que le comunican los pormenores de la situación política en la lejana República tropical.

Al parecer nadie quiere a Rojas Paúl de Presidente. Es un simple abogado que no posee leyenda guerrera, carece de carisma y se ha mostrado incapaz de mover masas populares o intereses económicos. Además el General Joaquín Crespo se encuentra en la isla de Trinidad, a pocas millas de las costas orientales, y su cercanía representa una amenaza que causa preocupación e insomnio al Magistrado.Todos saben que el “Tigre de Santa Inés” planea una invasión para derrocar el gobierno y está apunto de embarcarse en su empresa bélica con un arsenal de armas fabricadas en Alemania y Bélgica.

El “Ilustre Americano”, contento, se rasca su larga y blanca barba mientras contempla el estallido de la guerra en Venezuela. Si esto sucede él tendrá que intervenir de nuevo en los destinos políticos del país en aras de traer paz a la República y, mas pronto que tarde, la gente volverá a llamarlo el “Aclamado de los pueblos”. Así se imagina las cosas Guzmán Blanco hasta que la mañana del 14 de diciembre de 1888 recibe una carta enviada por el Presidente Juan Pablo Rojas Paúl.

En esta le comunica:

Nunca he visto tan notablemente la intervención divina en los destinos de un pueblo. Primero la colisión del “Bermúdez” y el “Nutrias”, vapores con los que contaba la revolución; de segundo, el fracaso del asalto al “Bolívar” en Trinidad; después la captura de Crespo y sus jefes principales con la goleta “Ana Jacinta”, y últimamente, el apresamiento de la goleta “Washington”, con un parque de más de tres mil fusiles y medio millón de tiros.  

Joaquín Crespo está en “La Rotunda” con más de 150 de sus cómplices, y está bien tratado, aunque muy bien custodiado. No he querido hacer alharaca del triunfo y he procurado evitarle todo vejamen.  

Él está completamente a mi disposición, dispuesto a hacer cuanto yo le exija; dará un Manifiesto sometiéndose al Gobierno y desistiendo en lo sucesivo de todo acto de hostilidad contra la paz; ofrece entregar todos los elementos de guerra que aún dispone, que son cuantiosos y de mucha importancia, pues lo constituyen rémingtons, cañones Krupp, fusiles, más de un millón de tiros. Y hará renunciar a todos los miembros del Congreso que yo le indique, dando también órdenes a sus partidarios, que aún permanecen en armas, para que las depongan. Suplica en cambio, parte del precio de la venta de los elementos de guerra que conserva y su libertad para irse del país.  

Esto me ha parecido aceptable, porque sella de un modo irrevocable la paz de la República y porque terminada la guerra, la magnanimidad liberal vendría a coincidir con las imposiciones del restablecimiento del orden público, dulcificando los enconos y enervando el espíritu reaccionario. 

No tiene usted idea de la extensión y complicaciones de esta revolución, que providencialmente se está venciendo. Si leyera la correspondencia que está en mi poder, se espantaría. En casi todos los Estados estaban implicados hombres de mucha importancia, casi todos los vapores que hacen tráfico entre Ciudad Bolívar, Trinidad y La Guaira estaban comprometidos; sobre algunos de los jefes que hoy sirven al Gobierno hay fundadas sospechas, gran parte del comercio de Caracas ha estado suministrando fondos para la revolución.  

Hoy mismo, a pesar de los golpes que ésta ha recibido, se reanudan los trabajos buscando a otro jefe, y necesito maniobrar con toda actividad y prudencia para evitarme nuevas complicaciones.

Guzmán Blanco arruga la hoja, la arroja en la canasta de la basura y da un fuerte puñetazo sobre el escritorio. Con Crespo preso y habiendo pactado la paz con Rojas Paúl, se le imposibilita al “Ilustre Americano” regresar una vez más a Venezuela como el “Aclamado de los Pueblos”.

Suenan las campanas que anuncian el fin de la era guzmancista.

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Jimeno Hernández
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