Con el diálogo hemos topado
La aparición de José Luis Rodríguez Zapatero en el escenario político nacional respondió a una doble necesidad de Nicolás Maduro.Por una parte, neutralizar el proyecto propiciado por Luis Almagro de aplicarle a su gobierno el artículo 20 de la Carta Democrática Interamericana; por la otra, cancelar la puesta en marcha del mecanismo constitucional del referéndum revocatorio de su mandato presidencial, solicitado por la oposición.
La intentona de armar una embaucadora mesa de diálogo naufragó al nacer en las aguas del mar Caribe dominicano a finales de mayo, pero generó la ilusión de un posible acuerdo del gobierno y la oposición para encontrarle una salida negociada a la atroz crisis que sufre el país. Los gobiernos de Estados Unidos y América Latinano desaprovecharon esta oportunidad y pudieron salirse de la difícil suerte, dejando para otro momento el debate sobre la propuesta de Almagro. Gran victoria política de Maduro. Y encima, de gratis.
No obstante, desactivar el revocatorio a punta de diálogo era harina de otro costal. De manera muy especial, porque superar el conflicto entre el gobierno y la oposición mediante la negociación, principal seña de identidad del quehacer político, a estas alturas del proceso era una opción desacreditada por completo. Y con muchísima razón, pues desde el sobresalto del 11 de abril, el régimen recurría a ella cada vez que las circunstancias lo colocaban en un callejón sin salida aparente. De esta trampa, astutamente planteada por José Vicente Rangel al presentarle al país el inadmisible dilema de “o nos entendemos o nos matamos”, surgieron, entre otras ingratas experiencias, la Comisión Presidencial para la Reconciliación Nacional y la Paz, la Mesa de Negociación y Acuerdos propiciada por César Gaviria y Jimmy Carter, las diversas y continuas maniobras del régimen para posponer la fecha del revocatorio del mandato presidencial de Chávez hasta agosto de 2004 y la reunión en marzo de 2014 del sector más moderado de la oposición con el propio Maduro,cuya única finalidad fue desactivar, como en efecto hizo, las protestas estudiantiles y de los partidarios de Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado, que desde hacía semanas estremecían al país.
A esto había que añadir un nuevo y perturbador ingrediente.Tras la derrota aplastante del chavismo en las elecciones parlamentarias del pasado 6 de diciembre resultaba muy cuesta arriba intentar desmovilizar a una sociedad civil que por fin se sentía mayoría y ahora le exigía a sus dirigentes actuar de acuerdo con esa nueva e irrefutable realidad.En definitiva, aquella rotunda victoria electoral había puesto en manos de la oposición el control de la Asamblea Nacional, o sea, la legítima oportunidad de desafiar al régimen, de poder a poder.
El momento de mayor gloria de esta nueva fase de las relaciones políticas tuvo lugar el primero de septiembre. Con aquella impresionante demostración de fuerza popular, la oposición pareció adquirir una seguridad inconmovible. Lloviera, tronara o relampagueara, la restauración de la democracia en Venezuela ya era un hecho. La noche anterior, sin embargo, el régimen se había anotado su segundo gran triunfo político desde el 6-D, pues Rodríguez Zapatero regresó sigilosamente a Caracas y logró sentar a la mesa del ministro del Interior a representantes de la MUD y del gobierno. De aquel encuentro casi clandestino surgieron dos compromisos decisivos:la oposición no conduciría a las masas hasta el centro de Caracas y además daría la concentración por terminada a la una de la tarde. A cambio, el gobierno garantizó que no reprimiría a los manifestantes.
Ambas partes cumplieron ese día su parte del trato. A la MUD le bastó la respuesta masiva de los ciudadanos y no previó lo que ocurriría casi de inmediato, cuando Maduro, misteriosamente, creyó que a pesar de la extrema debilidad del régimen, ya le había ganado su pulso a la oposición, y de un solo, ilegal e imprudente plumazo, canceló la recogida de firmas prevista para los días 26, 27 y 28 de octubre. A la oposición no le quedó más remedio que reaccionar y otra vez, más peligrosamente que nunca, volvió a ensombrecerse el inestable horizonte nacional. De ello nos ocuparemos en la columna del próximo lunes.
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