“El diálogo es un juego que tienen los comunistas. A mí no me interesa.” Augusto Pinochet
Diálogo, calle y democracia
Cuando el sábado 12 de noviembre leí el comunicado de la MUD sobre los progresos en las mesas de dialogo con el gobierno, se me vino a la memoria la célebre plática previa a la Batalla de Arica entre Salvo y Bolognesi: “quemare hasta el último cartucho”. La sensación que las negociaciones son lo último que queda en Venezuela para el restablecimiento de la democracia y las libertades individuales se adecúa en cada venezolano, junto al desaliento y la furia.
Es difícil negarle al dialogo una opción ante la crisis aguda que agobia al país. Más aun cuando ese dialogo lo guía el mismísimo Papa latinoamericano Francisco I. Hacer del dialogo el sendero firme y certero hacia la paz social y política es una estrategia para cualquier republica desarrollada. Debemos sostener y proclamar nuestra profunda convicción de enfrentar el desafío perenne de fortalecer, mantener y establecer la democracia y la vida constitucional ante el frio menosprecio hacia los principales elementos de la democracia y la arrogancia irresponsable que el poder absolutista convida.
“Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?” le pregunta Einstein a Freud en su intercambio epistolar. El padre del psicoanálisis le responde: “Solo es posible impedir con seguridad las guerras si los hombres se ponen de acuerdo en establecer un poder central, al cual se le conferiría la solución de todos los conflictos de intereses.” Hoy sabemos en Venezuela que la mesa que opera el Vaticano, Unasur, Zapatero, Fernández y Torrijos son “ese” poder central, superior a la primacía de la Sala Constitucional en nuestro sistema político y ahí se puede ordenar elecciones en Amazonas, liberar presos políticos o equilibrar el balance de poderes.
El diálogo es el origen, el principio de la democracia. El dialogo también es una virtud que dentro de la convivencia democrática se categoriza como concepción ética. Dialogar nos da primero identidad y luego reconocimiento. Esa identidad y reconocimiento que Hugo Chávez, con su “águila no caza moscas”, nos negó durante 13 años.
La interrogante para el sector mayoritario de la oposición es palmaria: ¿Cuándo lograremos los cambios institucionales para satisfacer las necesidades del colectivo?
Ante la impulsividad y el inmediatismo que circula en las venas de cuantiosas familias venezolanas, le manifestamos que los diálogos, por su esencia y objetivo, no son breves ni fugaces. El proceso político venezolano es complejo. Desde 1998, al asirse de la presidencia un militar golpista que junto a un pequeño grupo de radicales socialistas promovieron la división, el odio, la exclusión y la segregación perjudicaron considerablemente la paz de la república. La experiencia histórica de la Venezuela contemporánea nos muestra una práctica en donde el diálogo ha estado ausente. Es hora de darle su oportunidad para salir de esta encrucijada.
Hay 2 fuerzas que afectan al ciudadano: 1) la posibilidad de realizar el cambio social y político a través de la protesta en la calle y 2) la negación del diálogo como camino por la falta de credibilidad que tiene el gobierno absolutista.
“La fe en la razón quiere decir confianza en la discusión, en los buenos argumentos, en la inteligencia” nos recuerda Bobbio con los procesos de diálogos en Centroamérica. Siendo la pasión y la violencia los que eliminan desde el principio el inicio de posibilidad de diálogo. Si poseemos la razón histórica, y defendemos la democracia y la libertad, hagámosla saber en la mesa. El primer paso entonces es alejarnos de la pasión y la violencia.
Cada proceso de diálogo tiene sus ritmos y formas. Todas las partes invocan la identidad nacional, el predominio de la ley y la Constitución y el bien común y la justicia social.
Hay varios procesos de diálogo que ayudaron a transiciones hacia regímenes democráticos y respetuosos de derechos humanos.
En España, ante el “todo está bien atado” de Franco, hubo una apertura del primer presidente franquista Carlos Arias Navarro, pero resultó todo un desengaño que hizo que el siguiente presidente Adolfo Suarez llevara un gran proceso de dialogo que llevo a unas elecciones democráticas. En este proceso hubo protestas y huelgas, y eso no interrumpió las negociaciones. 7 años duro la transición de 1975 a 1982 y se lograron objetivos concretos: Una nueva Constitución, Elecciones libres por sufragio universal, Derechos y libertades y Multipartidismo. La carga emocional de la sociedad española después de una dictadura que se inició en 1936 ha debido ser alta. Casi 40 años esperando la democracia.
En Chile, por su parte, el diálogo tampoco arrojo resultados en tiempos cortos. Si hay alguien que forzó sus condiciones fue Pinochet. Ante la presión internacional, liderada por EEUU, la iglesia y la población chilena que emergía para encarar las calles, en 1985 comienza el diálogo con Pinochet. Eludía las elecciones democráticas hasta que se hiciera el plebiscito constitucional. Ya en 1986 declaraba que «nadie puede desconocer el derecho del Gobierno a proyectarse más allá de 1989» Al perder el referéndum de 1988, y fruto de las negociaciones, el primer presidente, el democristiano Aylwin lo tuvo en la jefatura de las Fuerzas Armadas. La oposición chilena también espero 5 años para la transición democrática.
En Suráfrica el diálogo y sus resultados fueron más lentos y arduos. Por décadas el sistema político de apartheid, impulsado en 1948, impero en el país. Suráfrica es un vivo ejemplo de que las negociaciones en la mesa del dialogo no tropiezan con las revueltas callejeras. Más aún, desde la liberación de Mandela en 1990 se recrudecieron las acciones de calle. Las negociaciones concluyeron con las elecciones democráticas de 1994 y la amnistía al régimen anterior. La primera política publica de Nelson Mandela fue continuar en la mesa de diálogo. La oposición surafricana espero 4 años en las negociaciones.
Pero quizá el dialogo más impresionante en nuestra era fue el que se inició en 1985 entre Gorbachov y Reagan. Acabar la guerra fría, restaurar o iniciar la democracia en los países del este y recomponer la arquitectura del orden internacional sin un tiro. En 1989, el mundo cambio. Una clara y potente señal que el diálogo es un camino valido.
El diálogo nacional en si es una apertura democrática del régimen imperante. La democracia es, sin duda, el régimen político que tiene mayor vocación por el diálogo. El diálogo es consustancial a la democracia; permite comunicación, conocimiento, empatía y acuerdos entre actores políticos. El diálogo, en consecuencia, puede ser considerado como un deber ético-político para el conjunto de ciudadanos que integran la comunidad política
El dialogo en Venezuela es entre democracia y autoritarismo, entre barbarie y civilización, entre desarrollo y marxismo, entre chavismo y derechos humanos. Son esos binomios los términos políticos e ideológicos de la disputa.
El dialogo debe buscar una coexistencia cooperativa con las movilizaciones en la calle, hasta ubicar la democracia plena.
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