¿Cuándo te vuelves adulto?
Hace unos días tuvimos la muestra de mi taller de stand-up comedy y Tato, uno de los alumnos, cerraba su presentación colocando esa famosa canción de Luis Miguel cuya letra dice: “¡Si no supiste amar… ahora te debes marchar!”. Al día siguiente, Tato me comentó que su hermana, veinteañera, le dijo: “Deberías cerrar tu rutina con una canción más conocida. Ésa jamás la he escuchado”. En ese momento me cayó la locha. Ni el nacimiento de mi hijo, ni mis treinta y seis años… La declaración de la hermana de Tato fue la anunciación más contundente de mi estado actual. Soy un adulto.
Muchas veces nosotros, los de mi generación, caemos en la ligereza de dar referencias de otra persona diciendo: “Es gordo, cabello negro… un chamo, como yo”. ¡Error! Ese adjetivo ya no califica. Uno es adulto. Y si estabas como yo, en una especie de purgatorio generacional, te doy unas pistas para que asumas tu condición de adultez.
Eres adulto cuando ya cruzó tu mente la siguiente frase: “¡Cuánto daría yo por volver a tener veinte años, pero con la experiencia que tengo ahorita!”.
Cuando agarras una rabieta y luego, al tranquilizarte, piensas: “¡Me molesté igualito que mi papá!”.
Cuando viste Snapchat por primera vez y dijiste “¡No entiendo nada!”.
Cuando te parece buenísima la red social Linkedin.
Cuando comienzas a tomar Omega 3 “por no dejar”.
Cuando dices cualquier barrabasada, poniendo cara de intelectual preocupado, y la gente te presta más atención.
Cuando se te ocurre tener una pareja menor que tú y luego no le llevas el trote.
Cuando rumbeas hasta el amanecer y te toma dos y hasta tres días recuperarte.
Cuando te asumiste capilarmente y ya no te peinas para adelante buscando tapar tus entradas.
Cuando sientes injusticia porque un deportista más joven que tú, gana más que tú.
Cuando el médico te diagnostica problemas de tensión.
Cuando caminar dándole vueltas a un parque es ejercicio. Ahora, pero eres más adulto si ya te autodenominas “runner”.
Cuando sales a rumbear, orgulloso de tu pinta, y una mujer te dice: “¡Mijo, te echaste colonia de viejo!”.
Cuando una mujer baila reguetón contigo, te recuesta las nalgas, las mueve para arriba y para abajo y tú, por eso, ya asumes que ella quiere algo contigo. ¡NO!… Así se baila ahora.
Cuando consideras un plan divertidísimo sentarte a tomar café con unos amigos en una panadería.
Cuando el pan integral te parece “¡RIQUÍSIMO!”. Y si tiene semillas, un manjar.
Cuando te emociona llegar a casa, prepararte un sándwich (con pan integral) y sentarte a ver CNN.
Cuando en la calle escuchas expresiones como “trolear”, “chanceo”, “beta”, “yo la choco” y no entiendes nada.
Cuando vas a comprar zapatos y prefieres unos New Balance en vez de unos Nike.
Cuando caes en cuenta de que estás a punto de cumplir veinte años de graduado de bachiller.
Cuando estás de visita en tu antiguo colegio, vas a la cantina y, en medio de la cola para pedir, un estudiante te dice: “Señor, un permisito”.
Ojalá hayas llegado hasta aquí sin un infarto. De antemano agradezco al novel comediante, Tato, por servirme de inspiración para este artículo. Amigo, prometo pagarte ésta entrando a tu perfil de Linkedin para recomendarte. ¡Ah!, y por favor no te horrorices cuando veas a tu hermana bailando reguetón así.
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