La pesadilla de la apostilla
Después de mucho pensar, Gabriela con sólo 23 años de edad y recién graduada de la universidad, una noche de abril tomó la decisión más importante de su vida: dejar su amada ciudad e ir a otro país a trabajar, echar raíces, así proveer a su hijo y anciana madre de los recursos necesarios para subsistir en una nación atormentada con una crisis económica y política que cada quien explica cómo quiere.
Luego de una investigación exhaustiva sobre las posibilidades de trabajo, costos y geografía del entorno escoge como destino el país más al sur del continente, su ambiente, la coincidencia del idioma y amables experiencias de muchos amigos de ella ya asentados allí hacen fácil su decisión.
¿Qué llevar? La vida no cabe en una maleta
Antes de emprender su viaje, más allá de la ropa y demás enseres que debía guardar Gaby, como la llamaban sus padres, había que colectar una serie de documentos que contaban su vida, quién era, qué había hecho durante sus años en el país que la vio nacer.
“Estoy arreglando los papeles”, le decía a su madre cada vez que le preguntaba la fecha de su viaje, un sinfín de constancias, comprobantes y certificados la separaban de su destino.
Cada semana debía inventar diferentes razones para pedir permiso en su lugar de trabajo, una institución pública a la cual llegó al comenzar sus estudios universitarios, con la esperanza de futuro y superación, las cuales se diluyeron a medida que transcurrió el tiempo viendo compañeros que iban escalan puestos por política, adulación a los superiores y no por merecerlo.
“Otra vez pidiendo permiso, así no te van a tomar en cuenta para un asenso” increpaba a Gabriela una compañera de trabajo que tenía un cargo superior y apenas había culminado secundaria, pero que era conocida por ser la prima del director del área donde laboraban y estar inscrita en su partido político.
Noches en vela, madrugar y aguantar
Las noches de Gaby transcurrían en atender a su bebé, revisar páginas oficiales, redes sociales para entender los engorrosos procesos de obtener sus documentos y que los mismos tengan validez en su lugar de destino.
Obtener sus papeles universitarios era una labor que competía con comprar alimentos en su país, durante semanas acudió a diferentes oficinas de su casa de estudios para enterarse del proceso y costos de su gestión, cada persona le decía algo distinto: “debes revisar esa cartelera, allí están las tarifas. Hoy no te da chance de hacer el trámite, atendemos a 50 personas diarias y la cola comienza a las 3 de la mañana”, le decía una amargada empleada que atendía público mientras revisaba una red social en el celular.
Después de dejar a su bebé dormido y pedir la bendición a su mamá Gabriela se fue a hacer la cola en la universidad, el miedo a ser robada o algo peor recorría su cuerpo, al llegar se encontró que era la número 45, apenas eran las 3 de la mañana: estuvo cerca de perder el viaje.
¿Apostilla?
Ir y venir, entre documento, trámite y espera pasaron casi 6 meses desde que Gabriela decidió emigrar, ya obtuvo la mayoría de los documentos pero estos deben ser avalados por su país para ser válidos en su destino, los mismos deben ser apostillados.
Aparenta ser un trámite sencillo, una hoja de papel con un pequeño recuadro distingue un documento apostillado del que no lo está “debe ser una tontería” piensa Gaby mientras ingresa a la página web donde debe solicitar la cita, se registra, obtiene una clave incompresible que anota en un cuaderno y se dispone a solicitar la oportunidad para presentar sus documentos, allí la página se desactiva, le envía innumerables mensajes de error o de que no hay cita para ese día.
“Debes ingresar a las 12 de la noche”, “a mi me dijeron que ya no estaban apostillando”, “solo debes seguir intentando” eran algunas de las recomendaciones y comentarios que obtenía Gabriela de las redes sociales o amigos a los que le consultaba esa fase del procedimiento.
Después de intentarlo durante un par de meses, ingresar a distintas horas y computadora ¡por fin! se otorga la anhelada oportunidad, claro para dentro de 3 meses.
Llega el día anhelado
Gaby hace la cola desde las 6 de la mañana, con un morral cargado de documentos originales, de su historia contada en papel, actas de nacimiento, títulos escolares, universitarios, notas, constancias, actas y demás, en la mano lleva unas estampitas, no religiosas, sino los timbres fiscales de 1 unidad tributaria que tuvo que adquirir al doble de su precio para realizar el trámite.
Ocho de la mañana, un funcionario más dormido que despierto le pide a la muchacha con ausente amabilidad “la hoja de tu cita”, ella se la muestra y él luego de leerla la mira de arriba abajo y camina hacia las demás personas, Gabriela sonríe está a un paso más de lograr su objetivo.
Después de esperar varias horas entre el bullicio llega el turno de Gaby, ilusionada se aproxima a la taquilla, con un ¡buenos días! sin respuesta comienza a entregar sus documentos, quien los revisa le devuelve algunos sin explicar por qué, mientras otros los conserva. “Por lo menos logré que me recibieran algo” piensa la muchacha con un sabor agridulce de espera, decepción y desesperación.
Ha pasado casi un año desde que Gabriela decidió irse del país que tanto ama, aun no sabe cuándo lo hará ni cómo, solo tiene claro que en dos meses tiene una nueva cita para apostillar los documentos que le devolvieron la primera vez.
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