La realidad es que el camino que queda por delante más difícil que nunca
Editorial #340 – No nos engañemos más
Venezuela culminó el 2016 con índices de un país en guerra. El producto interno bruto (PIB) del país se redujo en un 12%, mientras la inflación alcanzó por lo menos el 500%. La escasez se mantuvo en niveles muy altos en rubros como el de alimentos, medicinas y otros. La violencia no da tregua: el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV) reportó 28.479 muertes violentas.
Por si fuera poco, si algo ha caracterizado al año pasado ha sido el engaño: el de un gobierno que dilapida recursos para profundizar su modelo, y el de la MUD que, por medio de sus acciones, dilapidó su capital político y la confianza que la gente había depositado en ella.
En los pocos días que han transcurrido del 2017, las señales no son mejores. La primera medida económica importante fue un nuevo aumento de salario mínimo, esta vez de 50%. En una economía como la venezolana, sin un sector productivo en crecimiento ni expansión económica, el constante aumento de salario mínimo –cinco veces en los últimos 12 meses- solo se traduce en mayor inflación, cierre de negocios y más desempleo.
En lo político, los nuevos nombramientos en el gabinete de ministros también dejan claro que la intención del gobierno no es corregir sus fallas. Todo lo contrario: busca profundizar un modelo que ha destruido al país en los últimos 17 años. Un claro síntoma de esto es la creciente persecución contra dirigentes opositores y voces que adversan al régimen en los últimos días.
El fracasado diálogo, útil solo para darle oxígeno a un gobierno que el año pasado se encontraba más débil que nunca, ahora no es más que un arrepentimiento. Solo los mediadores, afines al oficialismo, y algunos “opositores” que también juegan para el otro bando, insisten en rescatarlo.
Hoy, la única certeza que tenemos es que no existe certeza de nada. Los ciudadanos pasan sus días entre la desmoralización y la desesperación. Motivos les sobran. Están cansados de depositar sus esperanzas en manos de dirigentes que les fallan una y otra vez. Y después, les vuelven a pedir su confianza. Están cansados de ser parte de un circo en el que, de paso, hacen de payasos.
La realidad es que el camino que queda por delante es difícil; más difícil que nunca. La lucha que enfrentamos ya no puede depender de dirigentes políticos con intereses oscuros, solamente podrán darla ciudadanos que estén dispuestos a asumir los riesgos y no cansarse. Aquellos que tengan claro que el compromiso por su país es el más grande que se puede tener.
De ellos depende el futuro de Venezuela. En sus manos está el destino de todos. Esa es la verdad.
No nos engañemos más.
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