23 de enero: Rómulo Betancourt y el péndulo democrático

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Desde la cima del Ávila, se podía ver el humo negro brotar desde Caracas y se escuchaba nacer desde las calles de la capital, el sonido de las últimas ametralladoras que defendían la dictadura. Marcos Pérez Jiménez, mientras tanto, se lavaba la cara dentro de la “Vaca Sagrada”, el avión que lo llevaba al exilio. Había sudado mucho la noche anterior, al recibir el parte final. Las guarniciones del país se revelaban al Gobierno, entre ellas la Academia Militar—Yo no mato cadetes—se le escuchó decir, frase que escondía algo que los oficiales cercanos al presidente supieron. Los días del general en el poder habían llegado a su fin. Aquellos demasiado marcados por el régimen, enfrentarían un destino similar al de los más pasionales defensores de Rómulo Gallegos en el 48; la cárcel o la muerte. Al menos que alcanzaran tierras más allá de las fronteras, en donde aliados extranjeros los pudieran ayudar a escapar.

¿Cómo terminamos en esto?—Se preguntó el recién depuesto dictador, que después de tanto defender su sanguinario gobierno, realmente creyó, que las obras arquitectónicas, las infraestructuras nacidas del petróleo y fundamentadas en la represión, lo convertían en un estadista—Tanto que le di a este país mal agradecido—decía, mientras la nubes eran atravesadas por la nave y su mujer le acariciaba una de las manos; sus rígidas manos, con las que condenó a miles al exilio, a la cárcel o a la muerte.

El pulso no le tembló nunca para dar una orden en busca de alcanzar “El Nuevo Ideal Nacional”, para una Venezuela que ahora le decía; que ya no estaba dispuesta a vivir sin democracia. No dejaría nunca más, que su futuro fuera definido por la bota de un hombre. “¡Nunca más!” dirían muchos de quienes llevaban ondeando la bandera tricolor en las avenidas capitalinas; “¡nunca más!” dirían aquellos presos políticos que era liberados por los ciudadanos; “¡nunca más!”, entonaría la voz de uno de los más importantes líderes de la resistencia en el  exilio, al preparar sus maletas, para volver a Venezuela y darle un rumbo diferente a la nación.

Nunca más este país padecerá el oprobio de las cadenas de un hombre— Creyó Rómulo Betancourt, desde que supo la noticia de la caída, frase que seguiría creyendo cuando la banda presidencial reposó en su hombro; luego se afianzaría en sus certezas, al momento en que su partido permitió que un contrincante vencedor llegara al poder; se empezaría a desteñir en su mente, después que las noticias sobre la corrupción llegaban a sus oídos (algo que lamentaba) pero no pensó que era posible, que esa sentencia, se diluyera en la memoria colectiva. No previó que 6 décadas después, “Nunca más” sería una frase vencida. Nuevamente los tiempos de la dictadura, ensombrecerían las calles, las avenidas y los hogares,  la injusticia contra la que tanto luchó, volverían a carcomer las carnes de la nación. ¿En qué momento la democracia se perdió en la retórica?

Para comprender como 60 años después, Venezuela es un país con elecciones suspendidas, es necesario conocer los inicios de la democracia venezolana, que no comenzó en 1958, sino en la mente de unos jóvenes reaccionarios, treinta años antes que la Vaca Sagrada se elevara del aeropuerto de La Carlota.

Rómulo Betancourt presenció cómo unos campesinos eran llevados amarrados por la recluta, en ese momento José Martí atravesó los tiempos, para colocar en la mente y en la boca del joven: “Con los pobres del mundo he echado mi suerte”, frase que definió una vida y un estilo de hacer política. Pocos años después de presenciar esa situación; luego de la semana del estudiante en 1928, con una bola de metal amarrada al tobillo, junto a otros futuros padres de la democracia, comprendió lo que perturbaba su conciencia. La imagen de aquellos campesinos cerca de su Guatire natal, con las muñecas amarradas y los rostros carcomidos por el miedo, se le presentaban en las noches, como los  fantasmas de Dickens, mientras una voz interior les explicaba, las primeras certezas que dirigirían su vida.

La injustica social era el mal al que desafiaba; la opresión política solo era una consecuencia de la desorganización del Estado, que solo podía mantener la careta de orden, bajo la sombra de un hombre de carne y hueso, al que sus aduladores y su propia mente megalómana, lo habían hecho creer que era algo parecido a un dios, a un padre que corregía a sus hijos barbaros. Su verdadero enemigo era la injusticia. Tiempo después descubriría, que en la historia, los grandes hombres eran los principales causantes de las injusticias, puesto que el ser humano es incapaz de inclinarse hacia la virtud. El poder como dice en la biblia, corrompe ¿Qué persona en el mundo es inmune a sus vicios?

Betancourt comprendió, ya no en las celdas polvorientas de la Rotunda, sí no escoltado por el oleaje en las costas de Curazao, que la política es un acto existencial, mundano, de la realidad corpórea, que cualquier pensamiento trascendental en un grupo gobernante, era lo que llamaría Hannah Arendt “el origen del totalitarismo” por esa razón, aunque coincidiendo con el análisis sociológico del marxismo, no comulgaría nunca en su totalidad con los comunistas. ¿Cómo hacerlo? Ellos hablaban de la eliminación de un grupo social, destinado a extinguirse por la mano de los sometidos; él en cambio pensaba, que había nación para todos.

Las lecturas que llegaron a las manos de Rómulo Betancourt, formaron su pensamiento político, le proveyeron de la palabra que fundamentaría su proceder, “organización”, de esa palabra que jamás soltaría su verbo, nació “El plan de Barranquilla” documento que definiría la política venezolana durante décadas, puesto que todos los partidos que protagonizaron el acontecer político en Venezuela después de la caída de Pérez Jiménez, no rechazaron en la praxis, la forma de ejercer el poder y de repartir la justicia de esos primeros socialdemócratas venezolanos. El concepto de Estado popular, no sería ajeno del lenguaje de los más importantes dirigentes del país.

Al regresar a Venezuela después de exilio, ya muerto el benemérito y ante el gobierno de sus herederos, Betancourt emprendió una lucha política y social, para que la democracia llegara definitivamente al país. Pese a que el presidente Eliazar López Contreras, ablandó el sistema opresor del gomecismo, los antiguos perseguidos, los residentes momentáneos de la Rotunda en 1928, no se saciarían con sobras, así que por medio de los conocimientos aprendidos durante su tiempo en el extranjero, organizaron sindicatos, partidos políticos, asociaciones civiles, con las que se enfrentaron a los restos de la dictadura, e inauguraron la conflictividad en pos de la democracia.

Los resultados son innegables, aunque muchos líderes volvieron al exilio o a la clandestinidad, entre ellos Rómulo Betancourt, que no cesó su empeño en despejar por completo la sombra del Benemérito. En 1945, con el golpe de Estado en contra del Presidente Isaías Medina Angarita, esa sombra parecía que se había extinguido gracias a la luz de la democracia. Betancourt y su tocayo, su profesor en el liceo Caracas, Rómulo Gallegos; no previeron que el fantasma no pertenecía al dictador muerto, sino a uno más antiguo, incluso más viejo que la República, un espectro anterior a Bolívar y a Miranda, un espíritu que se encarnó en Lope de Aguirre y que volvía a personificarse, en un callado oficial del ejército, en cuya mirada trascendía el personalismo y la esencia de los caudillos. Los Rómulos no se dieron cuenta, que entre sus aleados para el golpe, se encontraba el puñal que intentaría asesinar la democracia. Sería empuñado en la misma mano, que les apretó las suyas, al momento de unirse en contra de Medina.

En 1948, al caer el gobierno de Rómulo Gallegos,  se inauguraron diez años de dictadura, diez años en que se escribiría un capítulo de la historia venezolana, que para sorpresa de los que defendieron la libertad en el país y sufrieron las torturas entonces, mantiene las ficciones creadas durante ese tiempo infame. Mientras centenares de venezolanos, gritaban de dolor en las cámaras de torturas de la Seguridad Nacional, el dictador Marcos Pérez Giménez, modernizaba la capital y capitalizaba los ingresos del petróleo, para su proyecto político “El Nuevo Ideal Nacional” No se puede negar, que en la aplicación de aquel plan para la nación,  se crearon edificios que permanecen a nuestros días; sin embargo, esas edificaciones no le dieron la oportunidad a las mayorías, de progresar y beneficiarse de la abundancia. Las naciones no se definen por sus edificios, sino por la calidad de sus ciudadanos, que se forman cuando se crean capacidades para su desarrollo.

La lucha desde el exilio de Betancourt lo convirtió, o mejor dicho, reafirmó la concepción de los intelectuales de su tiempo, que veían en el futuro primer presidente de la 4ta República, a uno de los más importantes intelectuales de la región, categoría que demostraría su veracidad, cuando ya caída la dictadura, pudo mantener el país a flote en medio de  intentonas golpistas y de verdaderos intentos de asesinatos. Los comunistas  y los gobiernos de derecha le odiaron, porque él no se alineó a ningún grupo, sino que actuó conforme a una ideología, que se adaptaba a la realidad de Venezuela.

¿Fue el gobierno de Rómulo Betancourt perfecto? La política no es trascendental, es existencial, humana y por lo tanto, imperfecta. Tanto la frustrada reforma agraria, (el gran fracaso de América Latina), el partidismo y la dominación de una cúpula, que no permitía el surgimiento de un nuevo liderazgo, es en parte su herencia. Sin embargo, su constancia, su lucidez y su pensamiento centrado en la justicia social, por encima del juego político, contribuyó a que el 23 de enero de 1958, Venezuela iniciara una época democrática, que hoy, para dolor de los demócratas y amantes de este país, se degrada en un ocaso triste y oscuro. ¿Será que los hombres valiosos están enterrados para siempre?

No existe hombre ni mujer, que por naturaleza sea justa. Nunca nadie lo ha sido, así que en medio de este ocaso, cuando la democracia se encuentra suspendida, en coma, la lucha por la justicia, por encima de lo político, debería ser nuestra prioridad. El 23 de enero se logró lo imposible, porque las personas creyeron que en democracia podían vivir bien. Los partidos políticos hicieron su trabajo entonces, las personas confiaron que había bienestar en la libertad, incluyendo a los militares, que se levantaron contra Pérez Jiménez, contra un dictador con estrellas en el hombro y apoyado por los Estados Unidos, algo que no era probable, como hoy. La bota militar era tan pesada entonces, como lo es ahora, el Gobierno era apoyado por potencias, como lo es ahora ¿Qué diferencia existe entonces entre el 1958 y el 2017?

Hay que organizarse principalmente para movilizar a la gente, para movilizarnos todos, desde abajo, desde el cerro, desde el sindicato, desde la asociación civil, desde la escuela, desde la universidad, desde las quintas en Lagunitas, hasta los ranchos cercanos a San Fernando de Apure; todos, como ocurrió en enero de 1958, debemos trabajar desde nuestra competencia. Los partidos crearon la crisis política, un grupo de militares se arriesgó y la asociaciones civiles se pronunciaron unánimes en contra de la dictadura. La libertad, como lo demostró esa generación, no se compra solo con votos, sino acompañada con actitud de calle, con valentía, con ideas y con la certeza, que en libertad y en democracia, podemos vivir mejor y con más justicia. La democracia no es una nube que se deshace entre nuestros dedos, es un sistema, un acto existencial, que necesita para ser, del verbo materializado en las acciones de los ciudadanos. Ya no podemos continuar con la retórica, que es la forma del engaño, de la ficción. No conozco en la historia, ningún movimiento que se resuma en las palabras desde los curules; más bien, desde allí, se han asentado las bases para la opresión.

Sí la democracia tiene fecha de vencimiento, no está cercana a esta fecha. Mientras la democracia signifique para algunos, el mejor sistema imperfecto para el bienestar, las esperanzas se mantienen, como fue el caso de los venezolanos de la década de 1950, que al reaccionar, lo hicieron con contundencia.

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Jorge Flores Riofrio
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