Dos hechos ominosos ensombrecen el horizonte político nacional
La nueva MUD y el electoralismo
El primero de ellos ocurrió el martes de la semana pasada, cuando Jesús Torrealba, inexplicablemente todavía secretario ejecutivo de la MUD, en rueda de prensa convocada para informar sobre la reestructuración de la alianza, en lugar de hacerlo, se limitó a notificar que se había designado una junta reestructuradora, que en los próximos días presentaría las diversas opciones posibles de darle nueva forma y contenido a la organización. Más allá de la composición inaceptable de esta comisión, en la que incluso se incluyó al diputado Juan Carlos Caldera, a quien todos vimos en un video que lo mostraba siendo sobornado por Wilmer Ruperti, ¿cómo es posible que los dirigentes de la oposición, tras haber dilapidado el capital político que millones de venezolanos habían depositado en sus manos aquella excepcional jornada electoral del 6-D, insistan en desconocer de tan grosera manera el sufrimiento, la dignidad, el malestar y la indignación que embarga al pueblo opositor ante el incumplimiento sistemático del compromiso adquirido con los ciudadanos de cambiar presidente, gobierno y régimen en un plazo no mayor de 6 meses y sólo pensar, obsesivamente, en las “próximas elecciones”?
El segundo hecho lo protagonizó otra vez Vicente Brito, representante de la MUD ante el CNE, cuando al terminar una ingrata reunión de algunos delegados de la alianza con el directorio del ente electoral para precisar el proceso de reinscripción de los partidos, declaró que el diseño de ese proceso de renovación fue “improvisado y atropellado”, porque el CNE “no se percató de que en él se incluyeron los fines de semana de Carnaval y Semana Santa.” Una afirmación absolutamente complaciente y falsa, porque Bello, la MUD y todo el mundo saben que esta decisión, como siempre han sido, fue perfectamente calculada por el régimen y anunciada en el momento oportuno.
Si a esta interpretación tramposa de la realidad electoral, de clara inspiración en la fórmula empleada por Daniel Ortega para reelegirse en unas elecciones a las que no pudo presentarse la oposición, le añadimos la insultante rueda de prensa de Torrealba sobre la reestructuración de la MUD, debemos admitir que ciertamente buena parte de la oposición ha perdido el rumbo. Definitivamente y sin remedio aparente.
Esta situación se hace aún más grave si tomamos en cuenta que desde el pasado mes de octubre, cuando el régimen decidió borrar el referéndum revocatorio del mapa electoral, los principales voceros de la MUD, en rueda de prensa primero y desde la Asamblea Nacional después, sostuvieron que con esa decisión quedaba roto el hilo constitucional y se instalaba en Venezuela, ya sin ningún disimulo, una auténtica dictadura. Razón por la cual, para devolverle su vigencia a la Constitución, esos mismos voceros convocaron repetidamente al país a la rebelión civil. De ahí las grandes manifestaciones de protesta de aquellos días y la decisión parlamentaria de condenar políticamente a Maduro. ¿Cómo es posible entonces que representantes de esos mismos dirigentes hagan como si nunca hubieran hablado de dictadura y acudan a la sede del CNE, implacable instrumento del régimen desde el año 2003 para negarle a los venezolanos su legítimo derecho a elegir, con la intención de discutir con sus rectoras los términos de esas dichosas elecciones regionales, como si en Venezuela reinara una plena normalidad democrática?
Planteada en octubre la confrontación en términos de dictadura o democracia, ¿con qué propósito se anuncia la reestructuración de la MUD, para qué dialogar con las rectoras del CNE? ¿No constituye una inaudita aberración reducir el debate político a la celebración de elecciones en el marco de un régimen al que se señala como dictadura? Se comprende que Manuel Rosales y Henri Falcón lo hagan, pero ¿cómo van a actuar los restantes dirigentes de la oposición? El pueblo opositor espera de Leopoldo López, de Antonio Ledezma, de Maria Corina Machado, pero también de Julio Borges, de Henry Ramos Allup y de Andrés Velázquez una respuesta clara, sin sus habituales ambigüedades, coherente. Todos ellos tienen, esta semana, la palabra. Por lo que decidan hacer y digan serán juzgados.
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