Doctor Strange: los límites del control, la individualidad y el poder
“Hay otras maneras de salvar vidas”
Christine Palmer
“La arrogancia y el miedo, aún evitan que aprendas la más simple e importante lección de todas: deja de pensar en ti”
La Ancestral
“No hay más que un poder: la conciencia al servicio de la justicia; no hay más que una gloria: el genio, el servicio de la verdad”
Víctor Hugo
En una de las líneas de su afamada novela El Poder y La Gloria, Graham Greene relata, en una conversación entre el capitán Fellows y su esposa para ilustrar el miedo como expresión simbólica del mal, lo siguiente: “siempre tenía el terror a su espalda: se agotaba con el esfuerzo de no mirar atrás”, y luego agrega “disfrazaba su miedo de modo que pudiera verlo en forma de fiebre, ratas u ocio”. La propuesta temática de esta notable novela ambientada en México sobre el conflicto de lo humano consigo mismo en un sacerdote, del pecado contra la dignidad y la persecución de la conciencia sobre la propia identidad, ofrece una ventana de enlace fascinante y oportuna a la última producción cinematográfica de los Estudios Marvel, Doctor Strange, centrada en los orígenes y evolución del mítico neurocirujano cuya singular tragedia personal abre, paradójicamente, un infinito universo de posibilidades que darán un giro a su vida, no sin antes transitar por desafíos que lo conducen, tal y como al clérigo en la obra de Greene, a enfrentar sus propios demonios en una constante búsqueda por rehabilitar algo más que sus estropeadas manos.
En relación a ello, vale la pena señalar que grandes cintas con importantes planteamientos y dilemas políticos, éticos, morales y tecnológicos han caracterizado la oferta en la gran pantalla de Marvel desde el 2007, con el lanzamiento de Iron Man como pilar central de este universo -y su audaz discusión en torno a asuntos como el desarrollo armamentístico, el terrorismo y el ingenio tecnológico-empresarial al servicio de un particular o del Estado y con qué fines- en conjunción con otras destacadas realizaciones basadas en populares superhéroes como Capitán América y Spiderman –la segunda saga de este último, que en opinión de quien escribe, es mucho más honda y oscura que la primera trilogía-. No obstante, a pesar de los éxitos en la crítica y en taquilla de la mayoría de esas historias, se originaba un peligroso estancamiento en la nueva fase de películas del Estudio como resultado, curiosamente, de la repetición de las fórmulas ganadoras del pasado –la aventura, los efectos especiales, villanos carismáticos o con peso argumentativo, guiones bien elaborados tejidos entre sí y mucho, pero mucho humor- lo que derivó en un vacío narrativo dentro de los llamados “Vengadores”, ya algo monótonos y predecibles en sus relatos. En este estacionado contexto, aparece la entrega monográfica de Doctor Strange, un individuo multidimensional y complejo que examina un conglomerado de elementos humanos y místicos hasta ahora inexplorados en el mundo Marvel, a través de la perspicaz y controvertida personalidad de un asombroso médico que pierde la movilidad de sus manos a consecuencia de un accidente automovilístico, condenando así su hasta ese entonces prolífica carrera como salvador de vidas por medio del uso de la ciencia y la razón.
Hay tres aspectos dentro de este filme, en general bien pensado, escrito y exhibido en la gran pantalla, que adentra a los espectadores en las fronteras de la psique de sus personajes, acercándonos rápidamente a sus dramas, conflictos y, por supuesto, a su razón última de ser, colocándonos como testigos no sólo de los mejores efectos especiales de película cualquiera de Marvel, sino también invitándonos a descubrir la metamorfosis que varios de ellos experimentan en las dos horas de metraje. Estos aspectos, que constituirán las reflexiones a continuación esbozadas, son la ambición de control, los límites de la individualidad y los usos del poder.
La película nos introduce en la historia por medio de la traición de Kaecilius, un consagrado maestro de las artes místicas inconforme con el orden social y natural del mundo, que encuentra la presunta solución a los extravíos humanos en un hechizo prohibido, cuya invocación traería a una entidad justa y benévola a la Tierra proveniente de la dimensión oscura, llamada Dormammu, para reestructurar el orden perdido y detener el paso del tiempo que tiene como destino fatal, la muerte. Así, el hábil hechicero reúne a una secta de aprendices fanáticos bajo su mando y usurpa dicho conjuro de la colección privada de la Ancestral, enfrentándose a ésta, su antigua maestra, en los primeros pasajes de la cinta.
Al mismo tiempo, se nos presenta a Stephen Strange, un célebre y orgulloso neurocirujano –por momentos nos evoca a Tony Stark, con quien comparte numerosos episodios en los cómics- poseedor de una vida plagada de éxitos bien labrados producto de su incomparable talento natural para la práctica e innovación clínica. A pesar de ello, sus más grandes fortalezas y ventajas comparativas parecían al mismo tiempo revelar las costuras de un temperamento vanidoso, edificado sobre la gloria personal y cegado por el brillo de una torre de marfil construida a pulso contra el olvido y el fracaso. Y es el incidente que sufre Strange el punto de inflexión que desafía su carácter, haciendo brotar sus frustraciones y originaria mezquindad a causa del profundo temor que le infundía el entenderse inhabilitado para ejercer no sólo la praxis médica, sino más allá, aquella acción de vida que lo había mantenido siempre alejado del conformismo y la mediocridad.
Las conversaciones de Strange con Christine Palmer -su gran amiga y acaso algo más- posterior al accidente, permiten introducir el primer punto a revisar, la ambición de control. Hay quizá dos motivos centrales por los cuales, debido a las limitaciones inherentes a la naturaleza humana, no podemos aspirar ni con nuestro mayor esfuerzo, disposición y talento natural a regular voluntariamente todas las condiciones de nuestro entorno e incluso de nuestra propia vida. La primera de ellas es nuestra incapacidad manifiesta de reunir el conocimiento de todas las circunstancias particulares de tiempo y lugar sobre un determinado fenómeno, como señaló con especial lucidez el filósofo y economista austríaco F.A. Hayek, pues apenas alcanzamos a conocer y comprender una muy pequeña parte del total de los hechos que experimentamos diariamente. De esta manera, resulta inverosímil aspirar a tener control sobre todas las situaciones del curso vital propio pues mucho nos excede, especialmente ante encrucijadas trágicas como el siniestro vial de Stephen Strange, aquellas que sacan a relucir lo mejor o lo peor de nosotros y que nos recuerdan lo frágil y efímero de nuestra condición, aunado a su subyacente pretensión de planificar el total de los acontecimientos del presente y el futuro, lo cual por cierto se vuelve un ejercicio saludable de autocrítica y resiliencia ante la adversidad, todo para lo cual no estaba preparado Strange, cuya conducta degenera luego del incidente. Esto conduce al segundo punto sobre el afán de control, y es que simplemente las personas no somos las únicas fuerzas actuantes dentro de la realidad, sino que existen los imponderables e imprevistos, o como explica de forma magistral el profesor venezolano Antonio Canova, “no sólo uno hace cosas en la vida, sino que, a veces, la vida le hace cosas a uno”. En ningún momento imaginó el doctor Strange que encararía una situación donde sus manos ya no funcionaran para ejercer la medicina, ni más adelante controlaría la multiplicidad de factores que lo llevaron a aprender sobre magia y proteger al planeta de amenazas cósmicas convertido en hechicero, simplemente fue moldeado por un continuo de eventos que lo forzaron a probarse en el único reino donde el individuo siempre es el gobernante: el de las propias elecciones, indistintamente de la realidad a la que se confronte. Y fue ésta justamente, decidida libre y bajo el máximo de los riesgos la que lo llevó a los confines del mundo en Katmandú (Nepal) –lo que nunca hubiese hecho durante su acomodada vida anterior, volviéndose signo de resignación del control pues fue sin saber qué encontraría-, buscando quizá inconscientemente algo más allá que la sanación de sus manos. De esta forma, ocurre acá el primer gran cambio propuesto en la película para el personaje; no se trata de una acción solamente, sino una reacción autónoma ante un suceso dramático ajeno a la regularidad de su existencia. Al final, pues, el superpoder no se basa en la capacidad que tengamos de dilucidar y predecir todo el sendero por delante, ya que éste, como argumenta la Ancentral se basa sólo en posibilidades, sino que más bien alude al saber cómo responderemos ante los retos muchas veces inesperados o impuestos por esas otras fuerzas actuantes en el mundo haciendo uso de nuestra facultad de elegir.
La cesión del afán obsesivo por el control conduce directamente a un reconocimiento de los límites de la individualidad, referida anteriormente a través de las observaciones de Hayek. El mismo autor, en su libro Individualismo, el verdadero y el falso, plantea:
“… es un indiscutible hecho individual, que nadie puede esperar alterar, y que es en sí mismo una base suficiente para las conclusiones que sacaron los filósofos individualistas. Se trata de la constitutiva limitación del conocimiento y de los intereses del hombre, el hecho de que no puede conocer más que una pequeñísima parte de toda la sociedad y que, por lo tanto, todo lo que puede formar parte de sus motivaciones son los efectos inmediatos que sus acciones tendrán en el ámbito que conoce (…) El individualista coherente debería, por tanto, ser un entusiasta de la colaboración voluntaria, siempre que esta no degenere en la coacción y no lleve a la toma de poderes exclusivos”
Las personas, más allá de ser seres sociales con instintos gregarios heredados de los primates, y al margen de las numerosas o escasas virtudes que nos caractericen, necesitamos del intercambio con los demás para mejorar nuestra propia condición humana en todo plano de la vida, no necesariamente por un interés genuino en la suerte de ellos o la simpatía de presenciar su felicidad sin obtener beneficios como lo sostuvo Adam Smith –ya quedaría esto a juicio de cada quien-, sino porque de cada cual emana un potencial conocimiento intelectual, emocional, estratégico o práctico que indirectamente ha hecho y hace que nuestras vidas sean mejores, como resultado de los procesos de cooperación social y la división del trabajo que generan ventajas acumuladas para todos –quien escribe necesita de ingenieros y plomeros para llevar adelante actividades en las cuales sería profundamente ignorante, Strange requiere de enfermeras y médicos para desarrollar de la mejor forma su labor y de relojeros para adquirir y coleccionar- motivo por el cual constituye un acto de arrogancia, terquedad y desconocimiento el hecho de creernos capaces de hacer y superar todo siempre por nosotros mismos, especialmente en aquellos episodios donde el infortunio y la desgracia irrumpen en nuestras vidas. Por suerte, como la misma cinta lo demuestra, el individualismo no postula la existencia de personas aisladas o independientes que desprecian o subestiman a los demás, sino un marco de reconocimiento de nuestros talentos, alcances y límites dentro de la sociedad, entendiendo a nuestros pares iguales en su dignidad y potencialidad para distintas tareas –este es el valor central de la diversidad- tal y como nos concebimos a nosotros mismos. Como ejemplo concreto de esta postura, pensemos en Stephen Strange en dos momentos diferentes de la película: el primero, al inicio cuando realiza una intervención quirúrgica cerebral donde descarta y minimiza la opinión de un colega que consideraba imposible su práctica –más allá del resultado satisfactorio- y aquella en donde, demostrando un giro argumentativo, cede el control y deposita su confianza en el mismo médico que previamente había ridiculizado para que opere a la Ancestral, luego del duelo en la dimensión de espejos contra Kaecilius y su horda. El estar mejor capacitado que otro individuo para determinada labor no confiere el derecho a denigrarlo, sino por el contrario, crea el espacio para eso que el profesor argentino Walter Castro denomina los intercambios morales virtuosos por gratitud o fundamentados en la admiración como resultado de una muy ética pedagogía social que manifieste cómo nos comportamos en todo momento y lugar. Incluso la película se aventura a sugerir que es justamente de la renuncia de una parte de la individualidad –o como diría Smith, de una reducción del tono de nuestras pasiones para ser aceptados por los demás, entendiendo la aceptación como otro instinto regente de la naturaleza humana y que todos en mayor o menor grado buscamos- que se pueden lograr, paradójicamente, los mayores y mejores beneficios para sí mismo e indirectamente para los demás. En su discurso en la universidad de Stanford (EEUU) en 2005, Steve Jobs, al hablar sobre el amor y la pérdida, se refirió a lo crucial que había sido su despido de Apple a los 30 años, situación ésta impensable para él luego de dedicar su entera humanidad a dicho proyecto. El reconocido inventor señalaría:
“No lo vi así entonces, pero resultó ser que el que me echaran de Apple fue lo mejor que jamás me pudo haber pasado. Había cambiado el peso del éxito por la ligereza de ser de nuevo un principiante, menos seguro de las cosas. Me liberó para entrar en uno de los periodos más creativos de mi vida. Durante los siguientes cinco años, creé una empresa llamada NeXT, otra llamada Pixar, y me enamoré de una mujer asombrosa que se convertiría después en mi esposa”
Seguramente no será Jobs, al margen de su brillante habilidad creativa, el único individuo que haya transitado por experiencias similares, sino que podemos encontrar rastros de estas caídas inesperadas y levantamientos obligados en muchos de nuestros conocidos, amigos, vecinos y, por qué no, en nosotros mismos. ¿Cómo se manifiesta esta realidad en el caso concreto de Steven Strange? Pues esencialmente, en su reconversión y amplificación desde un exitoso médico neurocirujano a un formidable hechicero de las artes místicas, siendo no menos importante su redescubrimiento más humano de la disciplina científica y la actitud ególatra hacia la magia y la flexibilidad moral, rasgos que lo diferenciaban de la rigidez –acaso intolerancia- de Mordo, el otro gran discípulo de la Ancestral. Estos planteamientos se comprueban en el diálogo que ambos personajes sostienen justo antes de la sabia desvanecerse:
- Ancestral: Tienes una gran capacidad para ayudar. Tú siempre brillaste… pero no porque buscabas el éxito, sino por tu temor al fracaso.
- Dr. Strange: Eso me volvió un gran doctor.
- Ancestral: Y también fue lo que retuvo tu posible grandeza.
Un elemento que los creadores de la cinta consiguen plasmar de manera interesante es el compromiso más hipocrático del médico como fuente del poder último de Strange –al menos creíble en el desenlace del filme-, nutrido por su vínculo con Christine Palmer –quien siempre le dijo que hay innumerables formas de salvar personas y, en el proceso, a sí mismo-. En la conversación anterior, la Ancestral apunta hacia la natural facilidad de aquél para ayudar a otros por intermedio de sus conocimientos, pero ahora Strange enfrentaba un dilema mucho más oscuro y difícil en relación a su antiguo yo: el hacerlo a expensas de la recuperación de sus manos, asunto clave que propone una bifurcación, por un lado, hacia el sacrificio personal en aras de “servir a un propósito mayor” o, por el otro, decidir recobrar las manos y volver a su exitosa vida como prefirió Jonathan Pangborn, luego de perder la movilidad de sus piernas y canalizar la energía dimensional hacia ellas. Toda cuestión en donde se plantee la búsqueda del llamado bien común, bien de la mayoría o el servicio a otros a expensas de la propia voluntad por medios coercitivos o intimidatorios ha de ser mirado con especial aversión, pues representa una señal de absolutismo y violencia de unos sobre otros basado en una falsa creencia de superioridad moral. Lo que evita que tal razonamiento de la Ancestral pueda ser visto con desaire y sospecha por caer en este error es que no se trata de una imposición, sino de una elección libre que recae tanto en Pangborn como en Strange. La Ancestral, como bien explica, sólo muestra las posibilidades de optar por uno u otro camino, incluso relatando sus propias vivencias, pasando a conferir el juicio final a ambos personajes. Quien observó con detenimiento la película, sin embargo, habrá notado que la orientación de Strange por este inicial sacrificio puede dar recompensas inesperadas, haciendo que el juramento hipocrático contraído, con un radio de acción ampliado no sólo a la Tierra sino a todo el multiverso, sea curiosamente el motivo de su propia salvación.
Por último, conviene mencionar unas breves notas sobre los usos del poder, y para ello vale la pena cotejar las acciones de dos personajes: Kaecilius y La Ancestral. El primero de ellos, como se indicó al comienzo de estas líneas, emanaba un absoluto pesimismo respecto de los comportamientos humanos, razón por la cual hace un pacto con Dormammu para su intervención en el planeta y así lograr la vida eterna, que a criterio suyo era una desventura. A propósito de esta visión colmada de sesgos y prejuicios, el politólogo francés Bertrand de Jouvenel en su obra titulada Sobre el Poder, sostiene:
“Es un juego agradable imaginar cómo el hombre, si tuviera poder para ello, reconstruiría el universo, cómo lo simplificaría y unificaría. No puede hacerlo, pero tiene, o cree tener, el poder de reconstruir el orden social. Y en este terreno, en el que no se considera obligado a respetar las leyes de la naturaleza, procura imponer esta sencillez de la que está locamente embriagado y que confunde con la perfección. Tan pronto como un intelectual imagina un orden sencillo, sirve al crecimiento del poder, ya que el orden existente, así como en todas partes, es complejo, reposa en una multitud de soportes, autoridades, sentimientos y ajustes muy diversos”.
En esta muy lúcida revisión del autor galo, Kaecilius sería este hombre ebrio de pasiones surreales y perturbadas que sirve de instrumento al poder –materializado en Dormammu- para someter a los seres vivos a un sistema despótico bajo la promesa de “corregir” las deficiencias de los pecadores y extender la vida hasta el infinito. Al final, Kaecilius terminaría no sólo fallando en su ambición de reconfigurar el orden social y natural, dado que choca contra algo más que Strange y sus aliados: la complejidad humana y esta multitud de soportes descrita por Jouvenel, en tanto que termina pagando el precio de depositar su fe en relatos idílicos bajo los que se oculta y opera el mal.
La Ancestral, por su parte, representa un caso mucho más hondo y complicado de analizar, funcionando de vitrina para asomarnos al misterio de lo humano. Siendo la hechicera suprema y, por ende, garante de la existencia y la libertad de los seres vivos de la Tierra, eligió alimentar su cuerpo con la energía de la dimensión oscura a fin de extender su vida para ejercer una suerte de vigilancia total en el multiverso, aumentando con ello peligrosamente sus poderes más allá de lo imaginable por cualquier otro maestro de la magia –como la alteración de la materia fuera de la dimensión espejos, haciendo que quede expuesto el mundo real-. Al optar por esto, transgredió los edictos de la orden de los hechiceros que tienen por misión limitar y confinar el poder de la dimensión oscura, pues su manipulación llevaba al envilecimiento de todo aquel individuo que lo utilizara. A pesar de ello, hay un fragmento muy importante de su discusión final con Strange que en gran medida arroja indicios sobre su decisión:
Ancestral: “He prevenido tantos terribles futuros, y después de cada uno siempre llega otro; y todos conducen hasta aquí, pero nunca más allá”
Hay dos ideas yuxtapuestas sobre el uso del poder que dan luces sobre esta actuación de la hechicera suprema: uno, aquellos que rechazan el poder son los moralmente más aptos para ejercerlo y dos, la frase legendaria de Lord Acton de acuerdo a la cual “el poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”. La Ancestral, de alguna manera, parece haber sacrificado su vida en gran medida -a expensas contradictoriamente de entronizarse más en el poder- con el propósito de detener diversas amenazas en el pasado y la aparición de sujetos como Kaecilius. ¿Qué hubiese ocurrido si ella continuaba adelante empleando por mucho más tiempo este poder del mal? No es posible saberlo, pero seguramente esta reflexión le atormentaba al resultar interminable no sólo su misión, sino su propia existencia, motivo por el cual parecía estar feliz al saber que había llegado la hora, encomendando su tarea a alguien en quien podía confiar. Por otro lado, la hechicera suprema demuestra su honestidad intelectual al sugerir su incapacidad de ver más allá en las vidas de otros y de la suya propia. Apenas, como reiteradamente lo dice, podía aventurarse a observar sus posibilidades, conocedora de la imprevisibilidad y elección humana –los casos de Pangborn, Mordo y Strange le dan la razón-.
Son muchas más las teorías y reflexiones que pueden extraerse de la cinta Doctor Strange y de sus personajes principales, no obstante, sirvan estas breves figuraciones como introducción a un debate mucho más extenso sobre el comportamiento humano ante la tragedia y las oportunidades que de ella se derivan, los efectos de emociones negativas como el miedo al fracaso, el orgullo desmedido, la terquedad, el ensordecimiento voluntario que perjudica, aísla o quiebra vínculos entre personas cuyas asociaciones generarían grandes frutos –como el caso de Stephen y Christine, o Strange y Mordo- y, por supuesto, la honestidad para con nosotros mismos de reconocer que, al final, no todo en la vida depende de lo que hagamos, y no todo debe tener sentido para ser importante. Sepamos pues, leer el significado de, como le expresa Strange a Dormammu en la dimensión oscura, perder, perder y perder y en ello ganar más que nunca en ese inexorable proceso de descubrimiento.
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