La victoria del Barcelona contra el PSG ha despertado sentimientos similarmente cutres en un sector del madridismo. Saben que ese 6 a 1 vale más que ganar la propia Copa de Europa
La miserable envidia del aficionado
“El enemigo del fanático es el placer”. Salman Rushdie
Salman Rushdie, el famoso aficionado del Tottenham, es conocido también como escritor de libros de ficción. Tiene claras sus prioridades. “OK”, dijo una vez, “publicar un libro está muy bien , pero una victoria del Tottenham por 3 a 2 contra el Manchester United… eso no tiene precio”.
Rushdie debe de envidiar hoy a los aficionados del Barcelona. Todos los demás forofos del mundo les envidian. La mayoría con envidia sana; algunos con un puntito tóxico de rencor. Porque no es que no tenga precio lo que hizo el Barça el otro día, es que para un seguidor de un equipo de fútbol la vida no ofrece más. Enamorarse o casarse o tener un hijo: todo eso está muy bien. Pero no es comparable. La gente se enamora y se casa y tiene hijos todos los días. En demasiados casos lo que viene después es el aburrimiento o la decepción.
La remontada contra el París Saint Germain no se la quita nunca nadie al Barcelona. Fue algo único, irrepetible y sublime. Vivirá para siempre en la memoria colectiva del club y de su gente. Y en la de todos los que aman el fútbol por encima de las pequeñeces tribales, entre ellos cuatro grandes exjugadores ingleses, Gary Lineker, Rio Ferdinand, Steven Gerrard y Michael Owen.
Los cuatro presenciaron el partido desde el plató del canal británico en el que se transmitió el partido. Cuando Sergi Roberto hizo el gol de la victoria en el último suspiro lo celebraron como si ellos mismos hubiesen estado en el campo vistiendo la camiseta del Barcelona. Lineker, aficionado del Leicester, la había vestido en su tiempo pero Ferdinand fue toda la vida del Manchester United y Gerrard del Liverpool. Owen, que jugó para el Real Madrid, fue el que más enloqueció. Dio una vuelta triunfal al plató, como si él mismo hubiese marcado el gol.
La remontada contra el París Saint Germain no se la quita nunca nadie al Barcelona. Fue algo único, irrepetible y sublime.
No fue la reacción típica de los aficionados del Real Madrid, muchos de los cuales han reaccionado con casi tanta amargura como los del París Saint Germain. Lineker, Ferdinand, Gerrard y Owen sintieron lo mismo que la inmensa mayoría de los miles de millones que siguen el fútbol en todo el mundo. Entendieron que acababan de ver una de las hazañas más épicas de la historia no solo del fútbol sino de la historia, punto. Entendieron también que por el dominio y el deseo del Barça el resultado fuera merecido.
Así no lo quisieron entender algunos miserables. Respondieron como José Mourinho cuando no le gusta un resultado. O como los holandeses cuando perdieron la final de la Copa del Mundo contra España en 2010: restándole méritos al ganador, echándole la culpa al árbitro.
Salvo en Holanda y en los rincones más agrios de Catalunya, todo el mundo celebró la conquista española de la Copa del Mundo de Sudáfrica. La selección de Vicente del Bosque había sido muy superior no solo a su rival en la final sino a todos los demás equipos en la competición. Varios diarios y aficionados holandeses, en cambio, se hicieron eco de las declaraciones de sus jugadores: que Carles Puyol debería haber sido expulsado; que no fue córner para España la jugada antes del gol de la victoria; que Andrés Iniesta no solo había estado en fuera de juego justo antes de marcar, sino que debía haber recibido una tarjeta roja y además era un vil piscinero que se pasó el partido engañando al árbitro. “Nos robaron”, dijo Wesley Sneijder, el centrocampista holandés. “Fue una vergüenza para el fútbol”.
La victoria del Barcelona contra el PSG ha despertado sentimientos similarmente cutres en un sector del madridismo —un amplio sector si nos guiamos por los comentarios en las redes sociales y en las portadas de su prensa deportiva—. Sí, es duro para ellos. Saben lo que en el fondo sabemos todos, que esa victoria por 6 a 1 vale más que ganar la propia Copa de Europa. Quizá el Madrid gane la final de la Champions en mayo, quizá la gane el Bayern, quizá el Barça o, mejor, el Atlético de Madrid. Será una anécdota en comparación con el milagro del Camp Nou. El fútbol es emoción y lo que desató aquel gol de Sergi Roberto fue euforia pura —y un martirio para aquellas almas que no soportan la dicha de los demás—. Ahora, claro: si el Madrid hubiera ganado en similares circunstancias la respuesta del otro lado hubiera sido idénticamente mezquina.
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