¿Cómo se dice «Viva Chávez» en ruso?
Cuando escucho y leo sobre personas asesinadas por funcionarios policiales, que se esconden tras máscaras de calaveras y capuchas negras, sin importarles sí a quienes matan son o no delincuentes, reconozco que me dan ganas de vomitar. Por más que muchos crean que medidas de ese tipo son necesarias para aplacar el hampa, la verdad detrás de la falsa creencia de la violencia como solución, es que esas acciones amedrentan a la población más que disminuir la delincuencia. Las madres lloran a sus hijos y a los niños se les desgarra la vida, cuando sus padres son enterrados en las listas de homicidios y ajusticiamientos; mientras las mafias causantes de los delitos, mantienen sus negocios y lavan sus rostros con palabras malversadas por los canallas. Qué fácil es para un hipócrita decir “dialogo”, “paz” u “operación de liberación humanista del pueblo.”
Reconozco también, que al ver a tantas personas comiendo en la basura, a pequeñitos con las caritas manchadas mendigando pedazos de comida, mientras los ojos del comandante muerto enmarcados en las paredes sucias miran las desgracias, la indignación recorre mis venas, hasta que se hace una con mis palpitaciones. Luego, al observar la cotidianidad de las personas, que caminan y hablan entre la miseria, leen los hechos de sangre, las violaciones a los derechos humanos y el aumento de la inflación, sin que esto los impulse a actuar por su propia supervivencia, me pregunto: ¿hasta cuándo?
Los partidos políticos de la oposición, (de los que se escapan algunos pocos) se confabulan para mantener la trampa dialéctica que usa el Gobierno, que intenta que la sociedad civil no se articule y les arrebate el poder. Nos mantienen prisioneros dentro de esta cárcel, en donde los niños mueren de hambre, las esperanzas de los jóvenes se suicidan y el crimen organizado, es quien nos dice qué comer y qué vender. El país se nos muere en las manos, se nos escurre a través de los dedos, mientras ya se plantea la posibilidad de que PDVSA sea embargada por los chinos y los rusos. ¡Nos están dejando sin país! La voz de la patria cada vez se hace un susurro más débil. De sus alaridos moribundos solo puedo escuchar una súplica: ¡Indígnense!
Es hora de reconocer, que lo que nos acerca al abismo que nos quiere devorar y nos separa de la vida que libera, se viste de uniforme oliva y boina roja, de chaqueta estrellada y con la bandera de un partido, que representa la miseria venezolana, politizada en favor de una dictadura a la que ya el maquillaje democrático se le fue escurriendo ante la realidad.
Es hora de organizarse, de sincronizar las luchas. Que la señora que sufre por el asesinato de un hijo se una a la otra que despide al suyo en el aeropuerto, que los médicos mal pagados, se levanten junto al maestro denigrado, que los sindicatos y los empresarios expropiados, recorran las calles bajo el mismo lema, que los políticos y los líderes sociales se reconcilien con la sociedad y que, los llantos desgarrados de los enlutados, se conviertan en el himno que reclame la libertad y deje en silencio el poder de los cañones, que han de silenciarse frente a una masa unida que camine junta y llena de valentía.
Sino, la muerte seguirá paseándose por Venezuela agarrada de la mano de la miseria, luego bailaran juntas encima de las urnas y menearan sus traseros, mientras se nos encallan los ojos y aprendemos a hablar el idioma de los nuevos amos, que beben vodka, y nos sirven chop suey hecho con nuestro sudor y las riquezas de nuestro suelo.
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