¿Cuál es el límite?

“Memoria” es una palabra que tiene un peso significativo en la Argentina. Probablemente, sea de las palabras más utilizadas -manoseadas- por la política en las últimas décadas, aunque se la ha asociado principalmente a la etapa de la dictadura en un reduccionismo que no fue bueno.

Pasa también con palabras como “democracia”, la repetimos, la valoramos, pero naturalizamos el clientelismo y las trampas electorales. Así como la historia, la memoria ha sido manipulada. Se le ha aplicado un sesgo sobre qué hechos son los que la integran y cuáles no. Y en esa lógica, se ha dejado de lado selectivamente, por ejemplo, el recuerdo de la violencia política de los años previos a la dictadura, el rol del peronismo, entre otras cosas. 

Pero no es el objeto de este articulo sumergirse en ese debate. El objeto es más modesto y tiene que ver con preguntarse si no es acaso la apelación permanente a la memoria, una forma de anunciar un defecto. Una confirmación de que la sociedad argentina parece tener problemas para conservarla. Cómo dice el refrán: “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”.

No hace falta irse tan lejos en el tiempo para mostrar esta carencia. En el año 2019, millones de argentinos eligieron olvidar. Y fue una elección consciente, no fue producto de una amnesia generalizada. Fue una laguna voluntaria. Millones eligieron olvidarse de los bolsos de José López. De Nisman. Del autoritarismo más rancio y despótico. Y decidieron volver a esa forma de ejercer el poder, atrás de la promesa de una economía más venturosa que nunca llegó. 


Y no solo que no llegó, sino que fue sumamente peor en términos morales, anímicos. Porque una cosa es una mala economía con una expectativa de un rumbo mejor: la idea del esfuerzo en búsqueda de un mañana. Otra cosa mucho peor es una mala economía con la certeza de que no hay rumbo. 

Hace poco conversaba con una especialista en campañas que tuvo un rol importante durante el 2019 dentro de Juntos por el Cambio. Y entre muchas cosas, hablamos sobre la elección de 2017 en la que el gobierno de Cambiemos logró imponerse en todo el país, a pesar de que había empezado a sincerar las tarifas, entre otras cosas antipáticas. La respuesta que me dio la especialista sobre el por qué del triunfo en esa elección fue contundente: “todavía estaba fresco el recuerdo del kirchnerismo, de lo que significaba el kirchnerismo, algo que no pasó en 2019. La gente se olvidó.”

En los dos primeros años del mandato de Alberto Fernández convivimos con la pandemia del COVID y con una cuarentena salvaje. Durante ese tiempo vimos los excesos del aparato estatal contra los ciudadanos. Violaciones de derechos humanos. El dolor de la muerte, la politización de la vacuna, el destrato a la ciudadanía. Y esa indignación que juntamos sirvió para confirmar en las elecciones de 2021 que no estábamos dispuestos a aceptar eso. Fue una luz ante tanta oscuridad. Un motivo de ilusión. El peronismo unido perdió en todo el país, y fue una derrota contundente del Frente de Todos. La memoria estaba muy viva en ese entonces. 

Sin embargo, hoy vemos cómo el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, parece estar liderando las encuestas en ese distrito. Un gobernador que militó fuertemente la clausura de escuelas junto con los sindicatos. Todavía las secuelas de ese encierro están presentes en nuestros hijos. Es difícil olvidarse la imagen de los chicos sentados en los pupitres frente a la Quinta de Olivos. De la cantidad de cosas que se dijeron sobre los padres de esos chicos que sólo querían volver a las escuelas. Y eso fue solo un parte de lo que vivimos por aquellos años, en la provincia de Buenos Aires, así como en la mayoría de las provincias. Hoy vemos cómo los oficialismos en las provincias parecen no sufrir electoralmente las repercusiones de las decisiones que se tomaron durante esa etapa. Y entonces, uno no hace más que preguntarse: ¿será acaso que ya nos olvidamos? 

De ese panorama desolador surgen preguntas duras, desgarradoras: ¿Sirvió para algo todo eso que vivimos? ¿Nos Importó? ¿Acaso estamos dispuestos a validar todo lo que sucedió? ¿Vamos a elegir olvidarnos una vez más? ¿Cuál es el futuro de una sociedad cuya memoria, cuya indignación, tiene una fecha de caducidad tan corta? 

Quizá muchos de nosotros añoramos una valoración de la libertad y de las garantías constitucionales que está muy por debajo de la realidad. Quizá nos volvimos resignación pura y algunos no lo podemos ver. Ese sería un escenario doloroso. 

¿Cuál es el límite? ¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Cuánto más vamos a elegir olvidar? ¿Cómo vamos a construir la memoria que viene?

Nicolas Roibas
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