Y ahora, ¿Qué?
Las marchas del miércoles 19 y jueves 20 de abril en todo el país generaron un hecho político impresionante. “Sobrecogedor”, lo llamó un amigo español que en Bogotá pudo seguir el tenso desenvolvimiento de la jornada en las imágenes que hasta cierta hora transmitió el canal de noticias del diario El Tiempo. Esas dos palabras, impresionante y sobrecogedor, resumen el comportamiento ejemplar de centenares de miles de venezolanos, entregados ahora a la tarea de rechazar, pacíficamente pero de la manera más rotunda, a Nicolás Maduro y a la mal llamada revolución bolivariana.
Tras las jornadas del 8 y 11 de abril, los dirigentes de la oposición se sintieron con fuerzas para convocar al país a protagonizar lo que llamaron “la madre de todas las marchas”, un exigente reto de carácter nacional. Desde La Habana, el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, había calificado la convocatoria en su edición del martes de “acciones vandálicas terroristas promovidas por algunos sectores de la utraderecha opositora, que buscan generar caos en el país y promover una intervención extranjera.” La burda y habitual mentira de la alianza cubano-venezolana que desmintieron rápida y claramente quienes desafiaron esos días y noches la desmesura de un régimen resuelto a todo con tal de conservar el poder hasta el fin de los siglos. Sin duda, un grave error de cálculo de Maduro y Raúl Castro por no entender la hondura del compromiso de los venezolanos con los valores esenciales de la democracia, pues en lugar de sofocar este compromiso colectivo por la fuerza, la violencia oficial sólo ha servido para aumentar la indignación del país y estimular a la gente a no abandonar la lucha ni las calles hasta alcanzar el objetivo de restaurar el hilo constitucional y el estado de Derecho. Al precio que sea.
Dos lecciones y una conclusión se desprenden de los sucesos de estos días. Una lección es que la inmensa mayoría de los venezolanos repudian a Maduro y al régimen, sin medias tintas ni pendejadas, como le gustaba decir a Hugo Chávez. Una etapa que se inició con la derrota aplastante del chavismo en las elecciones parlamentarias del 15 de diciembre de 2015 y que no ha dejado de profundizarse dramáticamente desde entonces. Ni el hostigamiento sistemático del TSJ a la Asamblea Nacional, ni la suspensión del referéndum revocatorio, ni el falso diálogo patrocinado por el dúo Maduro-Rodríguez Zapatero, ni muchísimo menos el golpe de Estado que ejecutó el régimen con las sentencias 155 y 156 de la Sala Constitucional del TSJ, infeliz gota totalitaria que rebasó la paciencia de los venezolanos y de la comunidad internacional, le han servido a los jerarcas civiles y militares rojos-rojitos para poner de rodillas a los venezolanos.
La segunda lección es que el régimen está resuelto a reprimir al pueblo hasta donde tenga que hacerlo. En ello les va la vida a sus beneficiarios criollos y cubanos. Es decir, que a la firmeza de los ciudadanos, el régimen le opondrá su decisión de reprimir el repudio popular con la fiereza que estimen necesaria para frenar las ansias de 85 por ciento de la población por sacudirse de una vez por todas las desgracias que padecen desde hace 18 años. Es la otra e implacable cara de una confrontación que en estos momentos luce imposible de eludir con otra ronda de falso diálogo o con una tardía, inútil y desesperada convocatoria a elecciones regionales.
¿Conclusión? A la dirigencia política de la oposición le corresponde diseñar una hoja de ruta que nada tenga que ver con sus habituales querencias electoralistas. El pueblo y el régimen han dejado esas tentaciones, espejismos y debilidades muy atrás. La alternativa que surge de estos sucesos de abril, es la del todo o nada. La dictadura, al fin sin adornos que la disimulen, o la democracia plena. La consolidación del régimen o la libertad. Para quien aspire a ser dirigente de la oposición y de la Venezuela por venir no le queda más remedio que asumir esta contradicción. Dirigir la lucha o ser aplastados por una marea humana que ya ha desbordado los diques de la dictadura, conscientes de que quien dude y deje de pedalear se caerá irremediablemente de la bicicleta de la historia. En dos platos, eso es lo que ahora hay.
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