A Venezuela se le acaba el tiempo
El pasado jueves, la Asamblea Nacional aprobó un Manifiesto a la Nación en el que se compromete a luchar sin descanso para restaurar el orden democrático, sistemáticamente violado por el régimen chavista desde hace más de 15 años, agravado letalmente por el zarpazo del TSJ a la Asamblea Nacional en marzo, auténtico golpe de Estado de Nicolás Maduro a la Constitución Nacional.
Los objetivos esenciales que se fijan en el acuerdo incluyen la liberación de todos los presos políticos, la celebración de elecciones para alcaldes, gobernadores y presidente este mismo año previa designación de un nuevo y autónomo Consejo Nacional Electoral, el reconocimiento de la autoridad de la Asamblea de acuerdo con la norma constitucional y el desarme y desmovilización de los grupos paramilitares, conocidos como colectivos. Su mayor importancia radica, sin embargo, en la unanimidad de los diputados de la oposición. Hasta ahora, la mejor carta del gobierno de Maduro en su afán por neutralizar a la oposición ha sido promover las confrontaciones internas.
Esa fue la herramienta que le permitió enfrentar el desafío de la llamada Salida, promovida en 2014 por Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado: fuerte represión en las calles, mientras los restantes partidos de la oposición rechazaban este camino y acudían a Miraflores, convocados por Maduro a un diálogo que por supuesto nunca tuvo lugar. Maduro pierde ahora esa ventaja táctica, gracias a su propia torpeza para enfrentar las devastadoras consecuencias de la crisis global que sufre el país y las también devastadoras consecuencias de la aplastante derrota del chavismo en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015. Con este manifiesto, aquella mala experiencia quedó atrás. La oposición, al fin, se presenta ante el país como un frente unido en sus propósitos y en su estrategia.
En el plano internacional, el Consejo Permanente de la OEA aprobó la semana pasada, convocar una reunión de consulta de cancilleres para estudiar la situación política de Venezuela a la luz de la Carta Democrática Interamericana. Esta iniciativa la intentó poner en marcha Luis Almagro a comienzos del año pasado y no pudo porque el régimen presentó la tramposa opción de un eventual diálogo con la oposición. El primer encuentro se efectuó en República Dominicana hace poco más de un año, pero la maniobra, tal como la habían previsto los estrategas cubanos y venezolanos, fracasó, pero la posibilidad de encontrar una solución negociada al conflicto político bastó para que la mayoría de los gobiernos de la región abrieran un compás de espera. Fracasados los esfuerzos por convencer a Maduro de aceptar solución política al conflicto, y tras las sentencias 155 y 156 dictadas por la Sala Constitucional del TSJ, la aplicación de la CDI solicitada por Almagro ha obtenido ahora el amplio respaldo de una región que, tras cuatro semanas de movilizaciones populares y de represión brutal por parte del régimen venezolano para contrarrestarlas, también se siente indignada por la deriva totalitaria del gobierno Maduro.
Hace unos días, el general Vladimir Padrino le hizo en su cuenta de Tuiter una amenaza inquietante a los venezolanos: “¿Cuántos muertos más necesitan los extremistas de la oposición para abandonar la violencia como forma de hacer política? ¿Cuántos más?”
Casi al unísono el propio Maduro, muy consciente de que cada día que pasa cuenta con menos tiempo y espacio para maniobrar, enseñó los dientes con su declaración de que hoy, primero de mayo, anunciará sus próximos pasos para profundizar su “revolución.” Cabe preguntarse, pues, ¿qué se proponen realmente Padrino y Maduro? ¿Incrementar la represión como única respuesta a la defensa sin fisuras que ha asumido la oposición de la institucionalidad democrática? ¿Reiterar una vez más que con la violencia oficial enfrentarán el reto opositor de no aceptar la tramposa mediación de Rodríguez Zapatero y permanecer en las calles hasta que se materialicen los objetivos democráticos señalados en el Manifiesto a la Nación? ¿Es hacia esa agónica encrucijada de implacable dictadura a un lado y democracia plena del otro que Venezuela se dirige ahora? De las manos de Padrino y Maduro depende el desenlace de este gran drama nacional.
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