En el reino de la violencia

El brutal asalto a la Asamblea Nacional por parte de bandas armadas afectas al oficialismo no es el final ni mucho menos de la ruta que ha recorrido Venezuela para convertirse en uno de los países más violentos del mundo. Lo peor de esta penosa realidad es que las cifras que registran la creciente cantidad de muertes violentas que cada día estremecen el alma nacional solo se refieren al capítulo de la inseguridad personal a manos del hampa, cuando lo cierto es que el índice de esta historia de terror abarca espacios muchísimo más amplios e igual de dolorosos o más.

No olvidemos que la aparición de Hugo Chávez en el escenario político está asociada a su impetuosa denuncia social en una sociedad de marcada desigualdad. Sin embargo, tras 18 años de régimen chavista, la vida de los venezolanos, en lugar de haber experimentado una mejoría notable, ha empeorado ostensiblemente. La amenaza constante de una muerte súbita en cualquier esquina sigue ahí, pero a ella se han sumado otras formas de violencia, quizá no tan llamativas, pero que en verdad constituyen situaciones y circunstancias tan o más peligrosas que las acciones del hampa común.

La más escabrosa de estas otras formas de violencia es la programada por el régimen desde sus primeros días de existencia con la creación de los Círculos Bolivarianos, semilleros de los actuales “colectivos”, cuya organización se la encargó Chávez a dos de sus compañeros golpistas del 4 de febrero, Diosdado Cabello y Miguel Rodríguez Torres. La acción de estos grupos paramilitares, cuyo bautismo de fuego tuvo lugar el funesto 11 de abril en los alrededores del Palacio de Miraflores, es la que se repitió este 5 de julio en el recinto de la Asamblea Nacional, un asalto que ha disparado todas las alarmas de una comunidad internacional que ya no puede seguir haciéndose la que no ve ni sabe nada, amparada en un cómodo distanciamiento diplomático. La fuerza de las imágenes que recorrieron las pantallas de la televisión mundial este jueves sangriento en que se conmemoraba el 206 aniversario de la proclamación de nuestra independencia hizo muy palpable la verdadera naturaleza de un régimen cuyo único objetivo es perpetuarse en el poder a toda costa.  O sea, a sangre y fuego. Demasiado para un mundo al que pronto se le agotará la paciencia y dentro de nada le harán saber a Nicolás Maduro la magnitud de su torpeza.

Estas formas de aparatosa violencia física, del hampa común y del hampa política, son las más visibles, pero no las únicas ni necesariamente las más punzantes. El colapso del sistema de salud, de manera muy impactante en el caso de la atención a niños, como ilustra perfectamente el estado actual del J M de los Ríos, en otros tiempos ejemplo hemisférico de hospital infantil y hoy vergüenza del régimen, condena sin piedad y sin remedio a corto plazo a los venezolanos de menores recursos. A la mengua sistemática de la asistencia sanitaria, derecho humano fundamental, debemos añadir la escasez cada día mayor de medicamentos y alimentos, y el hecho de que la mayoría de estos productos que llegan a farmacias y supermercados son en su inmensa mayoría importados con dólares adquiridos en el mercado paralelo y, por lo tanto, se venden a precios inalcanzables.

Si estos males fueran poco, el cuarto jinete del apocalipsis chavista, la hiperinflación, ya es una realidad devastadora en Venezuela. En los últimos treinta días, los precios se han duplicado y triplicado, nada permite presumir que la situación vaya a mejorar y los nuevos créditos chinos, necesarios para pagar el servicio de una deuda externa gigante a cambio de una producción petrolera cada vez menor porque en el régimen no saben qué hacer con una empresa como Pdvsa, que hasta el año 2002 fue ejemplo de empresa estatal altamente eficiente, empobrecen todavía más si cabe la salud financiera de un país que ya no produce nada.

El resultado de esta catástrofe nacional es lo que realmente tenemos entre manos, vivir en un reino de terror absoluto, quién sabe hasta cuándo si no logramos resolver a tiempo este entuerto. En plan realista podemos afirmar sin el menor temor a equivocarnos, que esa es el dramático dilema que la realidad política le presenta a los venezolanos de bien.      

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