Editorial #377 – No será fácil
Votar es un acto individual, pero, sobre todo, una decisión personal. Nadie puede decir que los venezolanos en los últimos 20 años (por no decir más), no hemos recurrido a las urnas para decidir sobre los asuntos que nos atañen. Independientemente de las polémicas, de las dudas y de las vulnerabilidades del sistema electoral, siempre hemos estado allí para votar. Eso, por supuesto, obedece a un arraigo democrático que corre en nuestras venas, que se lo debemos principalmente a los cuarenta años de democracia previos al infierno socialista y que, a pesar de eso, nos acostumbró a que nuestra única tarea, como ciudadanos, fuera esa: votar.
Y sí, como demócratas sabemos que es nuestra herramienta predilecta para expresarnos, pero también debemos saber que es efectiva siempre y cuando lo hagamos libremente y, sobre todo, lo hagamos en democracia. Este tipo de regímenes, mafiosos y autoritarios, utilizan las herramientas electorales para legitimarse, a pesar de que en su desempeño son todo lo contrario a lo que dicen ser por vía del voto. Naturalmente, nosotros siempre optamos por acudir a votar, pues sabemos que históricamente nuestro voto ha acompañado grandes momentos del país. El problema es que el voto, vacío y sin democracia, termina legitimando aquello a lo que en realidad nos queremos oponer.
Con esto no pretendo decir que votar no sirve de nada; lo que quiero decir es Venezuela será la misma tanto el 14 como el 16 de octubre. Hemos comprobado que de nada sirve ganar espacios electoralmente, si no se luchan y se conquistan políticamente. También sabemos, hasta la saciedad, que por más mayorías electorales y ciudadanas que logremos, éstas sólo serán realmente respetadas y efectivas cuando derrotemos a la minoría que está en el poder.
Pero esa derrota a la minoría no es electoral, o al menos no en un principio. No lo es porque el régimen venezolano ya pasó a ser un problema de tipo regional/global que hace que otros intereses y actores se pronuncien y decidan hacer algo, como nunca antes; tampoco lo es, porque antes de seguirles demostrando numéricamente lo que somos por medio de elecciones –aunque se burlen de nosotros-, primero debemos seguir demostrando en las calles que queremos que se vayan y que estamos dispuestos a permanecer en ellas hasta que lo logremos, tal como por más de cuatro meses.
El régimen sabe lo que necesita: legitimidad que le dé fachada democrática de origen –reconociendo de facto, además, a su fraudulenta ANC- y tiempo para seguir sometiendo a los venezolanos y para seguir dando poder a las mafias. La legitimidad la logra a través de elecciones que ellos controlan y que, aún cuando puedan recibir “derrotas”, políticamente siempre logran vencer; el tiempo lo consiguen con intentos de diálogo que son infructíferos para el país, pero beneficiosos para ellos, pues ganan oxígeno y capacidad de maniobra.
Urge, pues, un liderazgo y una sociedad que sean capaces de ver más allá de unas elecciones que no cambian nada y se apunten hacia el verdadero cambio que tendrá como resultado final unas elecciones que sellarán la derrota del régimen, a través de un proceso transparente y libre. Este es el momento de dejar las distracciones de lado. No se trata de candidaturas vacías ni de falsos diálogos; se trata de entender el sufrimiento de la gente y la agonía de un país. Se trata de entender que mientras sigamos con este régimen, tendremos elecciones, pero nunca cambio; mientras que si los cambiamos a ellos, tendremos elecciones, espacios y todo lo que este país merece para avanzar.
Es el momento de aglutinar a todas las fuerzas nacionales e internacionales que entienden el riesgo de que el régimen permanezca en el poder, convirtiéndolas en un factor aún más decisivo de presión y que traiga como consecuencia un proceso de negociación serio, con actores y mediadores confiables, con una agenda clara y con garantías para todas las partes, a los fines de que el país se enrumbe hacia una transición cuyo sello de cierre deben ser unas elecciones libres, transparentes y para todos.
No nos dejemos engañar. Quienes con unas elecciones regionales nos están ofreciendo que no se irá más gente, que no habrá crisis humanitaria y que el sufrimiento cesará, nos mienten. Y lo hacen no porque no puedan ganar, sino porque todos sabemos que eso sólo será posible si primero cambiamos al régimen. Tampoco creamos a quienes nos digan que si no votamos, no existimos, pues los chantajes, como las mentiras, siempre terminan generando frustraciones.
Necesitamos a líderes y ciudadanos que juntos nos reconozcamos y nos digamos, con sinceridad y viéndonos a los ojos, que lo que vienen son momentos difíciles de lucha, de más sacrificio y de mucho más dolor, pero que juntos, unidos y con claridad en el objetivo de salir del régimen, sin distracciones, haremos que todo valga la pena. Quienes nos prometen soluciones fáciles, saben que lo único fácil es hacernos creer eso. Necesitamos más verdad y menos jingles de campaña.
Entendámoslo: el país no va a cambiar con unas elecciones regionales, pase lo que pase. El país va a cambiar sólo cuando decidamos cambiar al régimen. Enfrentamos a un régimen mafioso y recuperar a Venezuela será una labor titánica, pero que lograremos si entendemos la magnitud de ese desafío histórico.
Es la hora de la verdad; de hablar con la verdad. No será fácil.
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