La justicia, la voz del deber

En su Ética a Nicómaco, Aristóteles dice que hay tres motivos por los que se lleva a cabo la acción humana: el placer, el interés y lo justo (o lo que es adecuado). En otras palabras, podemos hacer las cosas porque nos gustan y nos apetecen; porque conviene a nuestros intereses; o porque pensamos que es lo que se debe hacer, lo que requiere las circunstancias. En términos prácticos esto significa que, por ejemplo, uno come porque le apetece, invierte su dinero pensando en que va a ganar más, y ayuda a los demás porque siente que debe hacerlo.

Por lo tanto, tratamos bien a los otros, y cumplimos muchos de nuestros deberes, porque nos parece que es lo que se debe hacer; no guiados por algún motivo egoísta. Esto es importante recalcarlo, ya que este comportamiento es propio del ser humano, debido a la conciencia y la dignidad inherente a la persona, que hace que el hombre sea un animal moral; aunque haya personas que creen que el ser humano es un animal más, por lo que efectivamente se conducen como si fueran animales; buscando exclusivamente su provecho personal, viviendo según la ley de la selva, que es la ley del más fuerte: siempre que puedo, me aprovecho.

Por cierto, esta situación se puede explicar, en algunos casos, porque a estas personas les ha faltado una educación suficientemente humana. Y en otros, porque se han corrompido a fuerza de egoísmo; al poner sus gustos e intereses constantemente por encima de todo. Aunque en el fondo del asunto, es difícil juzgar.

En todo caso, lo importante es tener presente que, lo que hace a una persona honrada y justa es escuchar esta voz de la realidad que muchas veces nos pide obrar por encima de nuestros gustos e intereses. Lo que se suele llamar la voz de la conciencia, la voz del deber.

Lo justo y la justicia

Tenemos un sentido del deber, un sentido espontáneo de lo que es justo en cada momento. Hay muchos tipos de deberes. Comenzando por los deberes con uno mismo.

Cada persona tiene no solo el derecho sino también el deber de cuidarse física y espiritualmente, de desarrollarse como persona, desplegando las capacidades y aspiraciones que cada uno tiene. Hay un interés legítimo que nos lleva a cuidar de nuestros bienes y posibilidades.

Todo esto es justo y bueno, siempre que esté compensado por lo que debemos a los demás. O como decía Cicerón: «No hemos nacido para nosotros mismos; una parte de nosotros nos la reclama la patria (o la sociedad) y otra, nuestros amigos (y nuestra familia)». Y vale recordar que esto es así , porque el ser humano es un ser social, que convive; es decir que vive junto con otros.

Por esta razón, gran parte de nuestra vida y de nuestros deberes tiene que ver con los demás. De ahí proviene la virtud de la justicia; que es, según la definición clásica: «la firme voluntad de dar a cada uno lo suyo». Y vale la pena aclarar, si bien es cierto que tenemos deberes para con nosotros mismos, que la justicia se refiere a los deberes con los demás, con la sociedad en su conjunto.

De acuerdo a nuestros clásicos occidentales (griegos y romanos), la justicia es una virtud; esto es, una manera de ser que ha quedado impresa en el espíritu por repetición de actos buenos y libres. Cuando una y otra vez aceptamos la voz del deber y queremos cumplir lo que entendemos que es justo, por encima de lo que nos apetece y conviene.

Recordemos que la justicia es una de las virtudes clásicas (prudencia, justicia, fortaleza y templanza),  y aunque segunda en importancia, necesita de las otras tres. Esto porque, para ser justo, hace falta la prudencia, que juzga lo que es bueno en cada momento; la fortaleza para vencerse; y la templanza para dominar las pasiones y los gustos. Si no, uno se desviaría de lo que es justo porque no se atrevería o le daría pereza; siendo dominado por los impulsos.

Las definiciones de justicia

Los antiguos romanos, consideraban a la justicia como una virtud fundamental para la paz y feliz convivencia social.

Cicerón decía que la justicia es un «hábito del espíritu que, sin perjuicio del bien común, trata a cada uno con la dignidad debida» (De inventione). En otras palabras, que respeta lo que se debe a cada uno, a la vez que respeta lo que se debe al bien común, al bien de la sociedad.

Una persona es justa no sólo cuando alguna vez cumple con su deber sino cuando tiene la firme y constante voluntad de dar a cada uno y a toda sociedad lo que les debe.

De acuerdo al emperador Justiniano los preceptos del derecho eran: «vivir honestamente, no dañar al otro y dar a cada uno lo suyo»(Digesto).

Debemos tener presente que nuestra cultura se basa en cinco fuentes: la filosofía griega, el derecho romano, la caridad cristiana; y, además, nuestras instituciones democráticas y la ciencia moderna.

De todas ellas procede nuestra experiencia de cómo vivir humanamente, que es uno de los rasgos principales de la cultura. Y es importante recordarlo, porque hoy se le llama cultura a cualquier cosa. Cuando cultura significa, en realidad: «cultivo del ser humano». Por lo cual, lo que no nos hace más humanos no se puede catalogar como cultura.

En todo caso, el derecho romano nos dejó una gran lección de humanidad, condensada en los siguientes preceptos, o lemas de vida: (1) vivir honestamente, (2) no dañar a nadie y (3) dar a cada uno lo suyo; que han servido y siguen sirviendo como ideal de vida para todos los hombres y mujeres, de hoy y de siempre.

Hugo Bravo
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