Por ejemplo, Houellebecq

Ilustración: Michel Houellebecq, según Weil (Exceso, Caracas, nr. 128 de 03/2000).

Escasas las divisas, en medio de una pavorosa y extendida crisis humanitaria, comprendemos y justificamos que la inversión prioritaria sea en los alimentos y medicamentos tan urgidos. Empero, habrá que esperar a la transición democrática,  porque la actual dictadura privilegia el gasto militar y publicitario, como el servicio de la deuda externa, dejando el cumplimiento de sus pagos internos para la rebatiña de los más cercanos y exclusivos círculos del poder establecido.

Frecuentemente, hurgamos las redes sociales para imponernos de las más recientes entregas de las casas editoriales que ya no vienen a Venezuela, maravillados por las alternativas reseñadas. Imposibilitada la lectura impresa o digital de las mejores novelas y ensayos que ofertan, impedidos de los dólares o euros que lo permitan, más de las veces apostamos por el préstamo benevolente de una persona amiga o por la cortazariana reconstrucción de los textos más o menos desperdigados, recreándonos con los capítulos intermedios o finales, a la espera de los introductorios que algún día aparezcan.

Aceptemos, la situación nos llena de impotencia e indignación, porque nunca antes o, por lo menos, desde que el petróleo anegó al país, pasamos por una situación semejante, compartiendo cada vez más la deplorable condición de un lector cubano. Muy poca certeza tenemos ya de leer “4 3 2 1” del estadounidense Paul Auster o “La ola detenida” del venezolano Juan Carlos Méndez Guédez, ejemplificando – apenas  – los títulos más recientes, sintiendo las imperceptibles angosturas de un universo que tan injustamente se apaga.

Las nuevas generaciones tienden a creer que las carestías siempre  fueron tales, excepto para una minoría de ladrones que negaba el pan y la letra, legitimando así a la actual por el camino de la resignación. Pocos logran percatarse del país que, apenas, décadas atrás, tenía sus anaqueles llenos con productos – además – de diferentes marcas y con grandes legiones de jóvenes venezolanos cursando estudios regulares en el extranjero, gracias al programa de becas de Fundayacucho.

Un país también de novedades editoriales, importadas y exportadas, que estimulaban la universalización de los debates que, frecuentemente, alcanzaba cierta profundidad en los medios. Es evidente el contraste con la situación actual que, a lo sumo, nos tiene como lejanos espectadores envanecidos por la sola noticia recibida.

En días pasados, el archivólogo Gabriel López sacó del  fondo de la colección hemerográfica de la Academia Nacional de la Historia que trata de ordenar, a pesar de todas las limitaciones, algunos ejemplares de la revista Exceso (Caracas) de la que, por cierto, no fuímos asiduos. Nos sorprendió la cuidadosa crónica sobre Michel Houellebecq, suscrita por Graciela Speranza y, faltando poco, con una ilustración figurativa de Weil, que brindó la edición nr. 128 de marzo de 2000.

El autor  que muy difícilmente puede verse hoy en nuestras vitrinas, cuya obra goza de una justificada fama, añadida la referida al ascenso de un musulmán moderado a la presidencia de la República Francesa en 2022, ayer nos resultaba – sencillamente – familiar.  Precisamente, casi veinte años atrás, “Las partículas elementales”, su segunda novela, llamaba la atención entre nosotros, pudiendo leerse con toda  naturalidad y comodidad,  como no ocurre ahora con “Sumisión”, la última, publicada en 2015, u  otros de los géneros que ha cultivado, ya traducidos: nada casual, bajo esta prolongada dictadura.

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