La premisa
Después de salir un tanto herida te aterra volver a empezar. Así me sucedió. Me cuestionaba la idea de conocer otra piel, de besar otros labios, de volver a querer intensamente como lo hice aquella, mi primera vez.
Pero lo hice, contra todo pronóstico lo hice.
Llegaste lleno de temores, pero embargado de disposición. En cambio yo, entre mis propios fantasmas, estaba negada a la idea de tenerte en mi camino, de dejarte entrar a mi corazón. Pero supiste conquistar cada espacio de mi ser, y en menos de lo que pensé te había entregado mi alma, a ti, a esa persona a la que no pretendía confiarle nada.
Siempre imaginé que la próxima vez que me ilusionara iba a ser distinto, que las heridas del pasado me habían hecho una capa protectora y que traspasarla sería tan difícil como volverme a conquistar. Pero no fue así, cada una de tus palabras, de tus besos y tus abrazos ganaban la batalla a diario. Era una guerra entre lo que pensaba, lo que sentía y lo que mis labios pronunciaban, una guerra en la que deseaba perder, y en la que finalmente puse mis manos en alto: ¡Me entregué!
Estaba demasiado agradecida con la vida para no entregarme entera, estaba experimentando un amor que me daba nervios, pero por el que estaba dispuesta a ir por más.
Confieso que cometí el mismo error de muchas, al principio te comparé con alguien más, con ese alguien que me había enseñado lo poco que sé del amor, pero con el paso de los días, el panorama se transformó. Te habías convertido en un maestro, en mi maestro. Acepté experimentar una faceta del amor a la que nunca me había permitido tener acceso; sentí que no lo merecía, pero la sensación de estar en una nube cada vez que rozaba tus brazos, me hacía capaz de ir por el mundo venciendo cualquier obstáculo.
Me estabas enseñando a ser mejor persona
Y me llené de miedos, las inseguridades se apoderaron de mí y apareció la tristeza. Vino a echarme en cara que todo lo bonito no dura para siempre, y junto a mi auto saboteo, me marchitó.
Quizá te llené de desasosiego, te contagié de mis pesimismos y acabé con la poca valentía que tuviste alguna vez. Puede que te haya empujado al precipicio de las indecisiones y tú fácilmente te dejaste caer.
Quiero creer que decidiste seguir el “camino fácil”, aunque si me preguntan, no creo que separarse de quien te aportaba “calma” sea tan llevadero como se piensa.
Me dicen que te dio miedo quererme, que me estabas queriendo más de lo que pensabas; la verdad nunca sé qué responder cuándo me preguntan qué pasó. Si te soy honesta aún me cuestiono si cada una de las palabras que pronunciaste en mi nombre eran ciertas, si de verdad logré llevar paz a tu vida y te serví de sustento.
Huiste justo cuando más te necesitaba, escapaste en el momento en que deseaba quedarme a vivir en tu piel.
Estaba dispuesta a darte todo el amor que hay dentro de mí, y ahora solo me pregunto qué puedo hacer con él, en qué lo transformo. La respuesta siempre es la misma, esa que me diste tantas veces: “no lo sé”.
En una oportunidad me dijiste que no querías fallarme de nuevo, la verdad nunca lo habías hecho, hasta que pronunciaste esas palabras. Hoy no sé cómo llamarlo, no sé si fue cobardía, miedo, o que el amor había dejado de habitar ese lugar que tanto quise cuidar: tu corazón.
Entonces lo entendí, no puedo ir por el mundo pidiendo que me quieran o que me luchen. Por eso me marché, muy en contra de mi voluntad, me marché. Recogí mis esperanzas, mi amor y emprendí vuelo.
Lamento no haberte dicho viéndote a los ojos lo mucho que te agradezco que me enseñaras a ser oportuna con mis abrazos, con mi cariño, y que me hayas demostrado que, sin importar lo que ocurra al final, la premisa debe ser entregarse completo… aunque luego te rompas.
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