El rumor de las tazas
No podemos conocer las intenciones de quienes deciden en algún momento ir por un café, nuestro límite se extendiende solo un poco hasta luego de entregada la taza, si tenemos oportunidad entre un pedido y otro conseguimos observar las escenas que se desenvuelven en Tribus Café Cultural. Las personas solemos hablar de lo que llevamos en la piel en el determinado momento, nos echamos los cuentos entre nosotros, de la familia, del trabajo, de los chismes del trabajo, del país, de los proyectos, de lo que sea menester expresar sobre nuestras vidas por un instante, vaciando esas palabras en alguien más que bien podría llenarse con ellas o no. Lugares como este le resultan a sus visitantes algo en común, un espacio que pueden compartirse, y eso le va bien a los seres gregarios.
De vez en cuando, los homo sapiens sapiens sienten el impulso de adentrarse en algún armario para desaparecer de La Tierra y reaparecer en Narnia, entonces llegan a Tribus, o algún otro café descubierto en la ciudad de las onomatopeyas más estruendosas; la música hace el ambiente tanto como los elementos que juegan a la disposición de sus invitados, como resultado late la intención de corporeizar esa magia de la que tanto comensales como trabajadores disfrutan. Por ello mismo, es bien cierto que hemos sido mágicamente bendecidos al compartir el espacio de nuestra cafetería con la Galería de Arte Nacional, la misma que durante mucho tiempo estuvo ubicada en el Museo de Bellas Artes y ahora se expande a sus anchas, ella solita y como puede, en la Avenida México. ¡Ah!, hay que ver a Miranda en la Carraca en vivo, no es lo mismo que en los libros de historia del arte, las enormes puertas de la Sala 1 dan paso a ese mundo mágico sin necesidad de alucinar, las piezas de nuestros rompecabezas fracturados se van recogiendo al paso que vamos andando y se arman de nuevo, con tanta facilidad que es difícil comprender cómo al salir de aquella, se vuelcan de nuevo todas las piezas sobre el suelo. Claro, son las visiones de futuro que, bajo el encantamiento del legado de nuestros hermanos venezolanos, van retratándose ante nuestros ojos como un mapa del legado que ahora nosotros habremos de dejar.
Desde cada mesa en Tribus Café y desde la barra, las percepciones son distintas, cada ángulo que forma una esquina y que guarda historias desde tanto tiempo, algunas paredes roídas, no por desgaste sino por costumbre, te echan cuentos si las sabes escuchar, las luces demarcan espacios en las distintas horas del día, hablan que lo que han visto y que nuestra limitación humana no nos permite observar por nuestra propia cuenta. Existe entonces una libertad para ser tú mismo, tú espectador, tú actor, tú tu propia magia e incluso, tal vez, la magia para alguien más. Los seres bebedores de café o té, comedores de tortas o bocados, se emocionan ante los libros que leen, dejan fluir sus sentimientos al bordear las tazas con sus manos, ríen, a pesar de todo, ríen ante las palabras de alguien más, buscan la manera de darle la vuelta a sus vidas entre las conversaciones, les genera cierta paz el interactuar con alguien a quien nunca antes habían visto, se recuerdan a sí mismos que ni están solos ni dejan a los demás solos. ¡Oh, hemos sabido!, sí que hemos sabido, de ideas con sabor a futuro por parte de quienes han captado chispas, culminan con un “esta es la manera de echar esto pa’ lante”, no son cuentos de idealistas, son proyectos de personas grandes. Y también hemos sabido, claro que hemos sabido, de las vueltas del venezolano del día a día para resolver la llegada de la noche, no es resignación, son milagros que van caminando por las calles de esta ciudad.
A saber, que no es para nada de insensatos, tomarse un café a las cuatro de la tarde y pensar que los ciclos son parte de la naturaleza, que las incomodidades nos obligan a sacar cosas gigantes que jamás hubiéramos imaginado teníamos y que lo que se cayó, con dedicación y unión puede reconstruirse.
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