Cuando las amenazas se disfrazan de salvación

Las nuevas amenazas ya no se limitan a los grupos islamistas o a la delincuencia organizada trasnacional, las crisis políticas de la democracia representativa, tal como la conocemos hoy, vienen incubando una especie de riesgo cada vez más presente en occidente; se trata del acceso al poder de líderes y movimientos populistas o ultranacionalistas a través de procesos electorales.

En las recientes elecciones de Alemania el pasado 24 de septiembre, el partido Alianza por Alemania (AfD sus siglas en alemán) obtuvo el 13% de los votos, por primera vez desde el ascenso del partido Nazi hace más de ochenta años, dándole tribuna a un grupo que defiende las ideas nacionalistas, se define como euroescéptico y tiene como proyecto desvincular al país del Euro. De la misma manera, esta semana el movimiento separatista catalán, pretende llevar adelante un referéndum ilegal para demostrar que su territorio no forma parte del reino español. A estas manifestaciones se le agregan el triunfo de Trump a finales del 2016 en Estados Unidos, la victoria del Brexit en Inglaterra y otras tendencias radicales que parecieran marcar un paso distinto en la geopolítica del orbe.

Si bien, cada nación tiene su derecho a la autodeterminación y estos procesos se han venido dando dentro del orden democrático electoral, lo que estamos comenzando a ver debe alertarnos en la valoración de potenciales nuevas amenazas que comienzan a prefigurarse. Es una estrategia de segregación que empodera a ciertas élites, mientras aíslan a grandes porciones de la población, ya sea por raza, origen, religión o estatus migratorio, pretendiendo imponer un modelo de pensamiento único personificado por algunos privilegiados en una especie de rescate o reivindicación histórica.

Es una fórmula que funciona distinto en cada país pero que tiene el mismo objetivo, la supuesta salvación de la sociedad de los riesgos de la globalización y la integración del mundo. Resulta muy paradójico que estos movimientos surjan de las mismas fuentes del primer mundo que impulsaron hace tres décadas, luego de la caída del muro de Berlín, una dinámica univrsal de integración, libre comercio y democratización, que ahora decide que los males de la humanidad fueron producto de una sobrefusión y que ahora debe darse marcha atrás para sacudirse los problemas.

Las expresiones de estas amenazas van desde construir un muro de miles de kilómetros para dejar por fuera a quiénes nos invaden, hasta separarse porque ya no se pertenece a un continente o país, o estigmatizar a un sector de la población porque no comparte la misma visión de la realidad. Una tipo de White Supremasists globales que se autoerigen como los nuevos dictadores del orden mundial.

En estos probables escenarios aparecen espacios que esta hace poco parecían imposibles; líderes de naciones amenazándose abiertamente con el uso de armas atómicas, seres humanos que por millones deben salir de sus países porque sus padres no nacieron en la misma tierra, cierre de fronteras que tenían decenas de años abiertas y persecución o encarcelamiento perpetuo por delitos vinculados a la forma de pensar.

En este sentido, a la seguridad se le presenta un dilema de grandes proporciones: por un lado, debe respetar y hacer respetar las leyes y normas de sus naciones, pero por el otro se topa con la afectación directa del individuo que se convierte en sujeto de medidas injustas o reñidas con los Derechos Humanos. Es difícil tomar posiciones en estos casos sin asumir consecuencias severas, sin embargo, lo que he podido aprender en todos estos años de conflicto dentro de una sociedad lacerada por el drama del pensamiento único y el aislacionismo, es que los países no desaparecen, sólo se ponen ante encrucijadas extraordinariamente complejas de entender y superar, y desde sus reservas morales pueden salir adelante. Aquellos que pretendemos aún saber la diferencia de los fácil y lo correcto tenemos por delante un reto mayor y es descubrir a tiempo cuando las amenazas se disfrazan de salvación.

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