Más de 2 mil hijos de madres portadoras del VIH han nacido sanos
Una nueva oportunidad
Cecilia llevaba meses imaginando y planificando cómo sería su jubilación. Cómo celebraría su último día, sus últimas horas, como odontóloga. Quienes podrían ser sus últimos pacientes. Quizás alguna cena íntima con los más cercanos compañeros de trabajo y algunas palabras de ánimo a las generaciones que vienen, serían el preámbulo de unas largas vacaciones antes de decidir cómo invertiría el resto de sus años. Pasar más tiempo con la familia, volver a su música… ¡Tantas cosas!
En esos cálculos andaba, cuando una inesperada visita la pilló una tarde de enero. Era el año 1994 y ciertamente era otra Venezuela la que se vivía por aquellos tiempos. Una llorosa y desesperada pareja recién llegaba de España, donde los médicos no solo no quisieron tratar a su niño, sino que recibieron el rechazo de la comunidad médica de aquel país. Aferrados a un clavo ardiendo, acudieron a Cecilia por su trayectoria y por la reputación que le precedía, para tratar los raros síntomas que el bebé tenía en la boca. Lo que ella vio no solo la llenó de preocupación, sino que de inmediato le hizo saber que la esperada jubilación iba a tener que esperar mucho más. Tanto, que quizás nunca llegaría.
El bebé tenía SIDA. Esas cuatro letras que resumen asépticas el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, una enfermedad principalmente de transmisión sexual, pero que se había visto también en drogadictos y en algunas comunidades muy específicas. El nene no encajaba en ninguno de esos cuadros, ¿cómo era aquello posible? Cuando aceptó atender al niño, Cecilia tampoco fue consciente de que su propia vida cambiaría para siempre: el rechazo social, la discriminación y la desinformación que rodeaba a esa enfermedad terminó por salpicarla también a ella, y aunque no estaba enferma fue tratada como si lo estuviera. Se volvió una más de la familia, y sintió como ellos la injusticia social que se le aplicaba a los apestados de las era medieval, pero en pleno siglo XX.
La desinformación llegaba a todos los niveles. Cecilia vio cómo a la mamá del niño le impedían usar el baño mientras esperaban quirófano, las enfermeras se peloteaban el caso porque ninguna quería tocar al niño; pero el punto más bajo fue cuando un colega y amigo de años, la amenazó durante la operación con que ella sería la culpable si él llegaba a infectarse, solo porque unas gotas de sangre le habían salpicado la bata.
No pudo más. En junio de ese mismo año, Cecilia se olvidó de su jubilación y dio un paso adelante. Logró convencer a otros médicos y —verdaderos— amigos de crear “Innocens”, una fundación que no solo prestara atención a los casos de VIH-SIDA en niños y adolescentes y mujeres embarazadas, sino de combatir la profunda desinformación alrededor del tema.
Por aquellos días, la Juventud Franciscana le regaló una Cruz de su patrono, para que la acompañara en la noble causa que iniciaba. Giovanni di Pietro Bernardoni era el verdadero nombre de San Francisco de Asís, quien siguiendo el llamado de Dios, recogió y atendió a los leprosos de su época. En 1994 uno de los muchos nombres que se le daba al VIH era “la lepra del siglo XX”, y Cecilia vio en el apellido común con el santo una señal clara de que ese era el camino: a eso iba a dedicar el resto de sus días. El verdadero propósito de su vida estaba apenas por comenzar.
20 años han pasado desde entonces, y aunque se ha avanzado mucho, la única solución eficaz contra el virus sigue siendo la prevención. El SIDA se ha desmitificado, ahora se conocen sus efectos, las mutación de las células, y se estudia en las universidades, liceos y escuelas. Hay campañas por todo el mundo, y está reconocida por la Organización Mundial de la Salud. En Venezuela, la Fundación Innocens se centra en concienciar y contribuir con una educación informativa para la lucha contra el virus, pero paralelamente llevan un programa de tratamiento a mujeres embarazadas infectadas para que el bebé nazca sano, sin rastro del virus.
Gracias a este programa bandera de la Fundación, más de 2 mil hijos de madres infectadas han nacido saludables, y la cifra sigue aumentando cada año. Sin embargo, para lograr esta meta es necesario primero que la madre esté consciente de que padece el virus, luego brindar el tratamiento adecuado para que el niño continúe sano después de salir de la placenta —al tercer mes de gestación—. Cuando ha llegado el momento del nacimiento, no hay parto: el bebé debe separarse de su madre por vía cesárea para reducir riesgos de contaminación por vía sanguínea. Y por último pero no menos importante: no se puede amamantar al niño, porque la leche materna está infectada.
P.S.:
Todos estos servicios de asesoría y tratamiento médico brindados por la Fundación Innocens son gratuitos gracias al aporte de diversas empresas e instituciones, tanto públicas como privadas. En mi caso, como miembro activo de la red de voluntarios más grande del mundo, como lo es la Cámara Junior Internacional, estoy dirigiendo el proyecto “Kilometro de Sonrisas” para recaudar fondos para apoyar a la Fundación en los titánicos esfuerzos que hace para luchar contra esta terrible enfermedad. El mínimo de aporte lo hemos establecido en metros: cada metro tiene un costo de 4 mil bolívares, y cada metro que se recaude se sumará al recorrido que realizará el equipo de la JCI Zulia. Nuestra finalidad es concienciar y llevar la educación de prevención a escuelas y liceos más remotas del estado Zulia. Asimismo, el dinero recaudado será destinado para los medicamentos, tratamientos y alimentación necesaria para los más de 260 niños que en este momento la Fundación atiende.
“Empieza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible…
Y de repente te verás haciendo lo imposible”
San Francisco de Asís
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