Patuque socialista
Con franqueza que la caracteriza, la historiadora Margarita López Maya, no duda en calificar así a la supuesta ideología que preconizó Hugo Chávez desde su aburguesado aposento de poder.
En efecto, muy al contrario de lo que generalmente se supone, cuando Chávez se proclamó socialista durante su estrafalaria intervención en el Foro Social efectuado en Porto Alegre, Brasil, en enero de 2005, en lugar de quitarse la careta, en realidad se estaba calzando una a la medida de sus perversos intereses. Desde entonces, el dogmatismo se convirtió en uno de los signos más característicos del cliché socialista. Dado que el chavismo gobernante emergió sin teoría, en una expresión de la más tosca improvisación, sus áulicos expresaron en todo momento un profundo desprecio por la creación intelectual y convinieron en repetir una y otra vez las consignas emitidas por Chávez.
Socialismo ¿qué socialismo? ¿Cuál socialismo? Fueron las preguntas que salieron a la luz tras la proclama del comandante. Los más avezados en cuestiones teóricas, fruto de la revisión de manuales de interpretación marxista, desempolvaron los viejos suvenires que acumularon de sus viajes por la Europa del este, en tiempos del socialismo real. La infaltable pasantía por la Cuba revolucionaria, se convirtió en credencial de mérito insoslayable para la nueva etapa que se iniciaba.
En tanto, gran parte de los enquistados o aspirantes a enquistarse en el aparato de poder, respiraron hondo y comenzaron a bullir su creatividad para dar en el clavo y presentar las más inverosímiles ideas relacionadas con el abstracto aforismo que ahora cautivaba a Chávez.
El ingenio no se hizo esperar y de inmediato surgió cualquier clase de artificio que en adelante llevaría el mote de «socialista». Así aparecieron con la bendición de Miraflores; ferias socialistas, ciudades socialistas, pañales socialistas, bodegas socialistas y hasta areperas socialistas, cuestión que terminó por banalizar la cosmovisión histórico-dialéctica del socialismo.
No conforme con ello, Chávez con su influjo de líder infalible, ordenó en 2006 fundir en un solo partido, todos los grupos y pequeños partidos que le acompañaban desde 1998. La poderosa maquinaria del Movimiento Quinta República (MVR), fue rebautizada ampulosamente Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), y de inmediato los incautos y oportunistas fueron a inscribirse en las filas del «nuevo» partido. Tal hecho hacía recordar el crecimiento desaforado que en sus buenos tiempos, también registró el otrora pequeño partido Acción Democrática (AD) que tras el triunfo del golpe de estado del 18 de octubre de 1945, los venezolanos de aquel entonces salieron a la carrera a solicitar su carnet del partido y así acceder a algún beneficio, por pequeño que fuese.
De manera que en las entrañas del PSUV quedó entrampado el socialismo del siglo XXI, sólo Chávez al decir de los líderes psuvistas tenía certeza cierta sobre el socialismo que quería establecer, lo único claro es que se debía oír al líder y seguir lealmente sus dictados. Ello condenó al susodicho socialismo a un mero ejercicio bobalicón del que casi nadie, ni siquiera el propio Hugo Chávez, sabía explicar con solidez teórica.
La excusa para salir de aprietos, consistió en que se trababa de «un modelo en construcción» que se nutría de lo más ganado de las ideas cristianas, humanistas, nacionalistas, maoístas, y cualquier adjetivo terminado en «ista», así como una fuerte dosis de «amor y frenesí». Tanta cursilería e ignorancia, no era más que la cubierta de un claro proyecto totalitario que apostaba arrebatarle a los venezolanos su dignidad y libertad a cambio de migajas corruptoras.
López Maya, señaló desde un principio que el socialismo de Chávez, no fue más que un «significante vacío», es decir, una palabra cargada de simbolismo a la que cualquiera le podía atribuir el significado que mejor le plazca. No hubo en realidad interés por repensar las experiencias socialistas del pasado, la vanguardia chavista se conformó improvisar y copiar más o menos lo digerible.
El discurso socialista no superó el primitivo estadio de la repulsa y el antiimperialismo de pantalla, en el que el gobierno de los Estados Unidos ocupaba único sitial. Nada se decía de la estrategia hegemónica de los «camaradas chinos» y menos de la alianza con la «Rusia de Putín», y cómo hacerlo, si los negocios de suministro de armas y baratijas fluían a todo dar. Tal parece que para Chávez y sus bufones, había un tipo de imperialismo malo y otro muy bueno.
Por otro lado, la puesta en práctica del socialismo del siglo XXI en términos de transformar la estructura económica de Venezuela, no fue más que la implementación de medidas y decisiones de corte voluntarista tendentes a acorralar y en última instancia aniquilar mediante expropiaciones al sector privado. El objetivo era expandir el papel del Estado controlado por Chávez, como el gran propietario de los medios de producción, dispensador de servicios y regulador de las principales actividades económicas. Cualquier similitud con el viejo Capitalismo de Estado fomentado en tiempos de AD y COPEI no parecía mera casualidad.
Y todo ello podía hacerse gracias al jugoso excedente petrolero que entre 2005 y 2012, registró una suma superior a los US$ 100.000 millones que fueron operados sin control alguno y de manera discrecional por Chávez, por medio del Fondo de Desarrollo Nacional (FONDEN).
Qué socialismo de opereta era ese, en que de acuerdo a los postulados teóricos de Marx y Engels, el Estado debía propiciar la superación de las injustas relaciones sociales de producción. Pero no ha sido así en el caso venezolano, Chávez llevó a otro nivel el rol exorbitante del Estado, al ordenar la estatización de diversas ramas conexas a la explotación petrolera y la producción de alimentos. Así como la adquisición forzosa de empresas privadas dedicadas a los ramos de electricidad, telecomunicaciones, acero y cemento.
En este emporio industrial y de servicios ahora en manos del Estado, los trabajadores que se suponen sujetos protagónicos de los cambios, no han sido más que convidados de piedra, en los que sólo resultan favorecidos algunos de sus representantes sindicales más genuflexos. La promesa de fomentar una mayor democracia en los lugares de trabajo e incrementar eficientemente los niveles de producción para cubrir las demandas colectivas, quedó en la nada.
Las denominadas Empresas de Producción Social (EPS) y las cooperativas que en principio proliferaron por doquier, no fueron más que trampas caza bobos para henchir el espejismo del «poder popular» y el «control obrero». En los hechos se constituyeron en mecanismos que ni el más furibundo teórico neoliberal hubiese ideado, para arrebatar de forma subrepticia a los trabajadores sus derechos laborales.
Los trabajadores adheridos a este «nuevo modelo de producción», surgido la más de las veces de expropiaciones a granel ordenadas por Chávez y sus conmilitones, no vieron ni en el corto ni mediano plazo, mejoras significativas en sus remuneraciones, repartición de dividendos, cancelación de pasivos laborales, entre otros. Por el contrario, el denominador común resultó ser la exacerbación de prácticas de explotación de la fuerza de trabajo, criminalización de la disidencia laboral, violación del derecho a la contratación colectiva y despidos injustificados, aun en medio de un decreto de inamovilidad laboral.
En términos concretos y tomando las palabras del economista Asdrúbal Baptista, en Venezuela no ha habido socialismo, porque no se ha creado una novedosa estructura económica capaz de generar excedentes productivos socialmente. Seguimos viviendo de la renta petrolera y ahora se apuesta a mantener ese cordón umbilical rentístico, con la entrega de las riquezas en el llamado «Arco Minero del Orinoco». Pero esa es otra historia.
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