Ricardo Hausmann en Santo Domingo (I)
El pasado 2 de enero, bajo el título El día D para Venezuela, Ricardo Hausmann sacudió la conciencia opositora nacional con un argumento explosivo. Según el brillante profesor de Harvard, el desmoronamiento sistemático de Venezuela como nación, con una dirigencia política ostensiblemente insuficiente de articular una respuesta política adecuada, exige, como única alternativa factible para restaurar la normalidad institucional y humanitaria del país, que la Asamblea Nacional designe un gobierno en el exilio capaz de gestionar ante diversos gobiernos de la región reconocimiento internacional y asistencia militar, mecanismos sin lo cuales no sería posible restaurar en la Venezuela actual el orden constitucional y el estado de Derecho.
Más allá de la inevitable controversia, la inesperada audacia de este planteamiento extremo genera dos interrogantes incómodas. ¿Acaso Hausmann es tan ingenuo como para no saber que a estas alturas de la historia no parece practicable una intervención armada extranjera en América Latina? Entonces, ¿por qué sugerir este aparente imposible político precisamente ahora, a muy pocos días de que se reanude en la capital dominicana la reiterada parodia de diálogo con que el régimen aspira a profundizar su hegemonía totalitaria? ¿Pura coincidencia?
Otro distinguido profesor latinoamericano en el mundo académico estadounidense, el cubano Jorge Domínguez, en su libro sobre la política exterior de la revolución cubana (Cuba´s Foreign Policy, Harvard Press, 1989), recurre a las cambiantes relaciones entra La Habana y Moscú para señalar que en el desarrollo de cualquier relación de carácter hegemónico debemos distinguir, por una parte, lo que él llama “hegemonía abierta”, como la que marcó la política exterior cubana con la Unión Soviética entre 1960 y 1968, o la de Estados Unidos con Cuba hasta 1959, y la “hegemonía cerrada”, como terminó siendo el vínculo entre La Habana y Moscú después de 1968, hasta la desintegración del imperio soviético. En el primer caso, la parte sumisa de la relación conserva cierta autonomía y la parte dominante se lo permite en beneficio de ambos. En el segundo caso, como ocurrió entre Cuba y la Unión Soviética después de la visita de 37 días de Fidel Castro a Moscú en 1968, la sumisión del sumiso pasa a ser total. A este tipo de relación la llama Domínguez “hegemonía cerrada.” Por otra parte destaca Domínguez que en ambos casos, y esto es importante, para que la relación hegemónica sea útil y estable, se requiere que la parte sumisa acepte de buen grado el dominio de la otra.
En el caso de Venezuela, está por producirse una modificación similar en los términos de la ecuación que define la naturaleza de la relación real entre el régimen y el sector más dialogante de la oposición. Un tránsito desde la relación de “hegemonía abierta” que impuso el régimen y aceptó la dirigencia opositora después de la derrota del llamado “paro petrolero” en diciembre 2002, hacia una nueva etapa, de “hegemonía cerrada”, que bien puede estar a punto de concretarse estos días en el escenario dominicano.
Las oscuras intenciones del régimen para ejercer el control absoluto de la oposición se pusieron abiertamente de manifiesto cuando Maduro convocó sin ningún contratiempo la elección de una fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente con el propósito de borrar del escenario político venezolano el mandato popular del 16 de julio y pulverizar así la esperanza de encontrar una solución feliz al drama venezolano. Tras aquella claudicación sin remedio de los dirigentes de la MUD, profundizada muy poco después por las elecciones regionales y municipales, el régimen puede ahora poner libremente sobre la mesa las cartas marcadas de su ambicioso proyecto hegemónico. Y es justamente en ese espacio tóxico, mientras monseñor Diego Padrón afirmaba la semana pasada en la instalación de la Asamblea Ordinaria de la Conferencia Episcopal que “el pueblo no tiene confianza en los actores ni en la calidad de los objetivos” del diálogo gobierno-oposición que se reanuda pasado mañana en Santo Domingo, donde debemos situar la inquietante propuesta Hausmann. Razón por la cual, aunque físicamente ausente, Hausmann, créanme, estará más que presente en el cónclave dominicano del jueves. De esa presencia nos ocuparemos la próxima semana.
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