El grito del pueblo
El General Joaquín Crespo fue uno de los personajes más respetados y temidos de su época. La sola vista o presencia del caudillo guariqueño interrumpía en el acto los rumores de las lenguas más feroces y viperinas de Caracas. En el país no existía nadie que osara decirle a la cara otra cosa distinta a lisonja o zalamería. La única persona que tenía la potestad de echarle esa vaina al “Tigre de Santa Inés” era su esposa Doña Jacinta y ella lo hacía en la intimidad de la recámara, jamás en público.
Por ello resulta curioso el hecho que durante sus dos periodos presidenciales (1884-1886 y 1892-1897) se le reconozca el mérito de su acato y tolerancia al derecho de la libertad de prensa. Tal fue su paciencia con los bríos de las plumas incendiarias que los artículos publicados en los periódicos llegaron hasta extremos inconcebibles en cuanto a los ataques en contra del Gobierno y la persona del Presidente de la República.
A tempranas horas de la mañana, al momento de tomar su desayuno, Don Joaquín se hacía leer por su mujer, las hijas, el Secretario Alirio Díaz Guerra, algún Ministro o cualquiera de sus amistades, los numerosos panfletos, pasquines, editoriales y notas que aparecían a diario en las distintas publicaciones que circulaban a nivel nacional. El General escuchaba lo que todos decían con el rostro fruncido y en silencio hasta que finalizaba el recital noticioso. Entonces arqueaba una ceja despejando la seriedad del rostro para revelar una tímida sonrisa e inmediatamente formular algún tipo de comentario socarrón.
En una oportunidad, el General Manuel Antonio Matos, afamado banquero caraqueño que ocupó el cargo de Ministro de Hacienda durante su segunda presidencia y después de la crisis económica de 1894, se quejó de los ataques que era victima por parte del General Juan Francisco Castillo.
-Funde usted otro periódico y contéstele pues.- le respondió el llanero.
Como evidencia del arrojo de la prensa contra el General Joaquín Crespo sin que este protagonizara ningún tipo protesta o se viera en necesidad de ejercer represalias, hoy reproducimos en esta columna un editorial titulado “Santa Inés y los fugados del presidio” publicado en el periódico “El Grito del Pueblo”, un semanario que circulaba en la ciudad de Caracas bajo la dirección de Juan Pérez Bermúdez y Miguel Izaguirre Valero.
El siguiente artículo vio luz en el Nº 27 del citado y corresponde al día 13 de julio de 1897. Cabe acotar que éste texto fue redactado en plena campaña electoral de los comicios presidenciales a disputarse entre las candidaturas de los generales Ignacio Andrade y José Manuel “El Mocho” Hernández.
SANTA INÉS Y LOS FUGADOS DEL PRESIDIO
Que la inmoralidad predomina; que nuestros gobernantes tienen perdido el decoro, no hay que dudarlo. Da lastima confesar esto, pero se hace necesario para poner a coto a tantas vagabunderías que a diario presenciamos y que ponen muy por lo bajo la dignidad nacional.
Santa Inés, morada presidencial, y nuestras oficinas públicas, están invadidas por una plaga de extranjeros, de presidiarios.
¿No es una desvergüenza?
¿No es una terquedad del General Crespo, consentir por más tiempo a esos advenedizos capaces de todo lo malo, y a los cuales la prensa toda ha tratado de echar fuera?
Si lo es y sin embargo su morada se encuentra repleta de ellos.
Para que se vea que decimos la verdad, oiga el lector el siguiente dialogo que sorprendimos ayer y que traemos a esta columna para que se juzgue el estado de las cosas y se vea que la impudicia reina en todo y por todo.
-Caballero ¿Puede usted decirme donde se encuentran el Conde de Monbello, Von Hartmann, Signor Luisi y Signor Anton, porqué tengo para ellos unas cartas de recomendación para llevar a cabo un contrato?-
-En Santa Inés.-
-En el barrio de Santa Inés, dirá usted.-
-No señor, en Santa Inés.-
-No es posible, porqué Santa Inés es la morada presidencial, esa es la casa del General Crespo ¿Usted como que se está burlando de mí?-
-No me burlo de usted. Allí los encontrará; estos extranjeros, por desgracia, residen en la casa de Crespo. Y no lo creerá usted: el Presidente les dispensa su confianza a estos advenedizos, a estos desvergonzados especuladores, a estos caballeros de industria que se han apropiado de su animo para aniquilar al pueblo, haciéndose dueños de las muy pocas obras públicas que hay, y de muchas obras particulares entre las cuales está “Miraflores”. Y lo peor del caso es que los extranjeros, para llevarlas a cabo, emplean a sus compatriotas, en detrimento a nuestro pueblo que sufre miseria y privaciones, de nuestro pueblo flagelado, de nuestro pueblo mártir, de nuestro pueblo que lleva su mansedumbre hasta la estolidez.-
-Iré hacia allá, le doy las gracias.-
-No hay de que.-
El hombre que se expresaba así era un obrero en cuyo macilento se podían ver las huellas dolorosas de ese roedor que tanto se palpa en la actualidad y se llama hambre.
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