Todavía queda gente como nosotros

Es difícil enamorarse en la ciudad de los enguayabaos. La que alguna vez fue Caracas de los preciosos y románticos techos rojos ahora podría conocerse como Caracas de los corazones quebrados, debido a que es muy difícil ver los matices de hermosura que encantan a cualquiera cuando se ha posado sobre nuestros días la costumbre de dejar ir a tantos que hemos amado, y verlos ahora caminar sobre otras tierras que pintan distintos horizontes pero lejos de nosotros. Sencillamente es difícil sonreír en las aceras solitarias de los fines de semana, o en el terror nocturno que acecha al brillo escandaloso bajo el cielo de las estrellas. Es sencillamente difícil confiar en el caraqueño del asiento de al lado en medio de tantos trucos tramposos, siniestros y macabros. Vivimos enguayabaos y en consecuencia de ello hemos perdido parte de ese esplendor amarilloso tan chévere que nos caracteriza y nos hace creer en que aún hemos de encontrar tesoros escondidos en el día a día, cuestión que, por cierto, resulta en conectar al ciudadano con otros y con su ciudad. No es de extrañarnos, entonces, que en los últimos tiempos nos habite cierta zozobra extraña en el pecho cuando caminamos por nuestras calles tan cotidianas, pero no es que necesariamente ellas hayan cambiado, sino más bien nosotros hemos sido quienes, al irnos desconectando, ya no nos relacionamos de la misma manera, sintiéndonos extraños y vulnerables en nuestros espacios habituales.

Entonces qué resulta del corazón de aquellos quienes siguen cruzando las avenidas con una sonrisa, con la intención de sostener las paredes derrumbadas de esta casa para seguir manteniendola aún en pie, dentro de todo, de modo que todavía haya casa que reconstruir. Quizás esas personas estén sentadas en alguna parte de esta ciudad preguntándose si son las últimas que quedan, preguntándose cuánto más podrá aguantar su esperanza.

Hace poco nos encontramos en medio situación que requería de un solo implemento para resolverse y no lo teníamos a la mano, el teléfono, después de haber cruzado la ciudad en busca del perfecto termómetro de cocina no nos íbamos a regresar sin él. Resultó que en medio de este trajín logramos solventar gracias una mujer que nos tendió la mano, poniendo a libre disposición su celular, su saldo y su tiempo todo el rato que nos fue necesario hasta dar con la persona y el lugar indicado, sin pedirnos nada a cambio, como quien disfruta ayudando a otros; después de varios -muchos- intentos ella seguía diciéndonos que llamaramos, que tranquilas, que no había problema, a pesar de que no nos conocíamos y de que no sabemos si nos volvamos a topar de nuevo. «Dar es dar y no explicarle a nadie, no hay nada que explicar». La invitamos a pasar por Tribus con la promesa de que le invitaríamos el café, pero quién sabe si en algún momento la volveremos a ver.

Ese mismo día de regreso, entraba ya la hora pico y el bus comenzaba a llenarse de personas en traje, aquellos que cierran su jornada laboral de oficina con el regreso a sus hogares, fue así como quedó plantado frente a nosotras un hombre con cargadas carpetas en las manos; una de nosotras, familiarizada con la colapsada rutina de corbatas y tacones a golpe de 4 y media de la tarde, recordó lo que se sentía estar en esos zapatos y no pudo evitar tratar de hacerle el viaje un poco menos pesado, de modo que se ofreció a llevarle las carpetas considerando que estábamos sentadas. Su parada llegó antes que la nuestra y al despedirse nos dijo: “el pasaje está pago”. «Dar es dar, es solamente una manera de andar». Cabe destacar lo mucho que le alegró el ofrecimiento, incluso pareció que nos había entregado las carpetas solo para terminar de ver materializarse aquello que estaba ocurriendo, solidaridad.

Mientras tanto, también ese día, en los espacios del café un par de chicos coqueteaban en la tarde, llegado el momento de irse, marchaba ya la chica por el largo pasillo de la Galería cuando decidió devolverse para preguntarle al muchacho que si no pensaba pedirle el número. Es probable que estén chateando por mensajes en este momento. «Dar es dar, es encontrar en alguien lo que nunca encontrás». Así resulta, a veces estamos perdidos y con todo sacamos un momento para consolar a la señora que vive sola y está a punto de perder al que ha sido su gato compañero por dieciocho años, porque en medio del caos somos conscientes de que a aquel que está junto a nosotros le trota sangre por el cuerpo, y concebimos que se siente tan igual como la que la fluye en el nuestro, sin importar si le hemos conocido antes ni saber si le volveremos a ver.

Es de suponer que cuando se emprende un negocio aquel con una oferta similar resulta competencia y por ende enemigo, pero como conocedores de las dinámicas de café y de las terapias gastronómicas, en cambio nos encanta visitar cafeterías nuevas, desde las que persisten en su viaje de años como las que se avalentonan a subir santamarías en los actuales tiempos, todos proyectados en una visión, constantes en su misión. Somos amigos de sus casas y ellos de las nuestras, a veces compartimos conocimientos y nos sustentamos no solo apoyando el trabajo del otro, sino sonriéndole al trabajo del otro. Y no solo nos hemos rodeado de gente de café sino de cualquier otra variedad de productos que se complementan de alguna forma y eso nos permite ver un país que se va construyendo. Trabajamos por fe.

La movida cultural de la que somos parte también nos ha permitido convivir en un espacio que resiste a través del arte y la creación intelectual, conocer y rodearnos de personas que siguen sembrando en proyectos porque saben que los resultados de ellos aportan a la reconstrucción y restauración de esta nación. Y nada más bueno que reencontrarse con viejos y apreciados conocidos, y la alegría de saber que coincidimos en nuestras percepciones, percepciones que nos mantienen construyendo. Nos alimentan la fe.

Dos cosas memorizamos con significativo interés sobre todo esto, dos breves recuerdos: lo sorprendidos que estábamos de estos actos, cuando en realidad deberían parecernos comunes; y las marcadas sonrisas de todos cuando dábamos o recibíamos de alguien más. «Hoy los tiempos van a mil y tu extraño corazón ya no capta como antes las pulsiones del amor». Cada vez que recibíamos teníamos más ganas de dar, y cada vez dábamos veíamos la emoción de aquel que recibía y cómo se llenaba de ganas de dar, era una cuarentena de alegría. Y es que hay semanas de una melancolía preciosa, cuando ves a aquel hombre ciego cantar los más hermosos boleros con su voz de oro junto a la Banda Marcial Caracas, entonces experimentas esa sensación de ganas de llorar junto al tabique que produce la música cuando es arte, y terminamos regresando a los aplausos que se merecen los artistas.

De modo que cuando sientas que eres solo tú contra todo, corrige el pronombre y recuerda que todavía queda gente como nosotros. Ya decía Fito Páez: «mira nena hacelo fácil, dar es dar».

Barbara Uzcategui
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