¿Cuán anacrónico es el castro – comunismo?

Fotografía: Portada del diario El Nacional, Caracas, 02/01/1959.

Producto y vicisitud de la llamada Guerra Fría, sufrimos la conmoción del cercano nacimiento de un régimen que todavía sojuzga al pueblo cubano, confinándolo  a la extrema miseria. Irradió una inmensa promesa de redención que sólo el tiempo, inexorablemente, desenmascaró a un elevado e inaudito precio.

Recientemente, con motivo de Arístides Calvani, nos permitimos hablar en la sesión plenaria de la Asamblea Nacional que aludió al centenario de su nacimiento (https://www.youtube.com/watch?v=IhcntCFcRq4), haciendo referencia al castro-comunismo. La expresión  inquietó a una persona amiga, pues, con acierto, señaló que nunca fue un corpus doctrinario e ideológico que mereciera tamaña distinción. Sin embargo, lo que pierde en exactitud el anacronismo, respecto al plano teórico, la gana en el terreno político, tratándose del actual caso venezolano.

El proceso cubano, desde los sesenta del XX, no hizo aporte universal alguno al marxismo, salvo reinterpretar las tesis estalinistas sobre las nacionalidades. Distante de toda la polémica del decenio en torno al freudomarxismo o al  althusserismo, por ejemplo,  quedó prendado a las formulaciones encargadas a Régis Debray, confiriéndole una necesaria y básica racionalidad a los planteamientos e incursiones de Ernesto Guevara.

En propiedad, a lo sumo, la contribución que hizo el proceso no fue el de un corpus, sino el de un imaginario guevarista de la revolución, dirimida como un acto heroico del voluntarismo sacrificado que bien anidó en la insurrección armada venezolana, en trance de su derrota política y militar, victimizándose prontamente. A esa etapa apeló el llamado chavismo (y sucesores) para alegar su pretendida legitimidad histórica,  ya que, soslayando todo el debate que forzó el inmediato período post-guerrillero, nos ha devuelto a las representaciones de la lejana década, haciéndose – digamos – trans-imaginario. No obstante, la experiencia tiene por innegable soporte, la dictadura de La Habana, huérfana la de Caracas del vuelo e inspiración para justificarse en el marco del Estado Cuartel que, conscientemente o no, ha edificado.

El soporte es el del castro-comunismo, condensando la experiencia política heredada de un mesianismo que se empinó – pulverizándolo – desde el Movimiento 26 de Julio, haciendo suyo un leninismo que le dio algo más que identidad, proveyéndolo de las herramientas indispensables para entronizar un régimen que sobrevivió al mismo derrumbe de la Unión Soviética y de la satelital Europa Oriental.  El tal socialismo del siglo XXI, pasando del MVR-200 / Polo Patriótico al PSUV / Somos Venezuela, configurada la peculiar yunta cívico – militar,  no es otra cosa que la actualización del castro-comunismo, por rudimentario que se diga, en cuanto a relato e a incidentes a imitar, acaso, antihistórica o ahistóricamente. Por ello, ve o aspira a ver en la sucesión de expropiaciones, la nacionalización de la industria azucarera; en las güarimbas, el Escambray; en la provocación de una intervención estadounidense, Bahía de Cochinos; en la zafra de finales de los sesenta y principios de los setenta, fallida, la de los obsesivos diez millones de votos, aunque tenga que apelar al fraude, como lo ha hecho en diferentes comicios; en el sufragio favorable al único partido dominante, un eufemismo de la democracia.

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