La protesta de hoy

Tras diversos tipos de presión pública y manifestaciones estudiantiles, el Presidente de la República contempla la posibilidad de liquidar los factores que lo vinculan con el antiguo régimen del extinto dictador y aún imperan en su recién fundado Gobierno. No está convencido de tomar el primer paso, pero así lo desea la mayoría del país y, en estos momentos, queda en sus manos la opción de escuchar la voz de la ciudadanía que clama libertad o desatenderla.

Un frente amplio de oposición, integrado por periodistas y académicos respaldados por un importante sector de la sociedad civil, pone en jaque al nuevo Ejecutivo. Le hace saber que a las afueras de Miraflores se halla un pueblo ávido de ejercer sus derechos, casi desesperado por adentrarse en la modernidad de este Siglo que no parece haber llegado a nuestras tierras.

Él solicita calma y cordura para mitigar los ánimos de la población. Este lema, repetido una y mil veces en sus alocuciones, lo único que hace es caldear el ambiente. La cosa está a punta de caramelo y suspende las garantías constitucionales apenas empieza a caer la tierra sobre la urna del caudillo de Los Andes.

A mediados de febrero de 1936, tan solo dos meses después de la muerte del General Juan Vicente Gómez en Maracay, se produce, en la ciudad de Caracas y como admirable acto de desobediencia civil, una gran marcha cívica organizada por la Federación de Estudiantes de Venezuela. La protesta tiene por objeto el desligue del Gobierno del General Eleazar López Contreras con las fichas del gomecismo que todavía ostentan cargos en la Administración.

Encabezada por el rector de la Universidad, Francisco Antonio Rísquez, y el Presidente de la F.E.V., Jóvito Villalba, la masa se abre paso por las calles de la capital hasta llegar a la Plaza Bolívar. El Gobernador Félix Galavís trata de imponer orden mediante la represión y manda sus soldados abrir fuego contra la multitud para dispersarla. En menos de una hora corre la noticia que los heridos pueden contarse por docenas y  ha caído el primer difunto de la jornada. La represión es brutal, pero la gente decide no abandonar la calle y opta por dirigirse a Miraflores.

El 15 de aquel mes en la mañana, al día siguiente de los hechos, publica EL UNIVERSAL una nota titulada Represión criminal contra un pueblo que pide libertad.

Más sangrienta, porque se cometieron en ella más atropellos y asesinatos; más definitiva, porque ha marcado una etapa en la formación de nuestra naciente Patria, y más cívica porque ese día nuestro pueblo dio muestras de una verdadera norma de conducta, fue sin duda la jornada del 14 de febrero.

No es la hora de hacer recuentos ni de indagar cual fue la causa que generó esta jornada. Aparentemente fue la mordaza impuesta a la prensa; pero, verídicamente, fue el movimiento resultante de un descontento general, de la desconfianza que en el pueblo había sembrado el Gobierno mientras se mantuvo en el poder a los elementos gomecistas, desconfianza por el levantamiento de las garantías constitucionales, que no tenían razón de existir; desconfianza producida, en fin por la protección directa o indirecta de que gozaron los elementos del pasado régimen, contra alguno de los cuales nuestros tribunales seguían juicio.

La mañana del 14 fue trágica. El número total de muertos y heridos aún es desconocido. El de los últimos alcanza los 150. Los fallecidos son hasta ahora: Juan José Domínguez, conducido muerto al Hospital Vargas; Félix Emilio Solórzano; José Rafael Zurita, quienes sucumbieron en el mismo Hospital a causa de sus heridas; Félix Sotolaz, quien murió en la Cruz Roja por desangramiento; María de Jiménez, domiciliada entre las esquinas de Albañales y Cruz de la Vega, cuando una bala de máuser atravesara la puerta de su casa y luego se alojara en su cráneo; y Agustín Iturriaga, un joven de 18 años herido de bala en la Plaza Bolívar.

Comenzó la matazón poco después de las diez y media, cuando la gente de la Gobernación hizo fuego contra la muchedumbre que se mantenía desde tempranas horas de la mañana frente al edificio del Gobierno Distrital.     

Capítulo aparte ha de merecer la reseña de la grandiosa marcha cívica que esta Caracas de 1936 ha presentado ante los ojos del mundo, como muestra inequívoca de la decisión que se ha arraigado en todos los corazones de constituir un frente único y cívico que permita, en un momento dado, presentar una oposición organizada y pacifista a aquellos actos de Gobierno que choquen contra el sentir y el pensar de la Opinión.

La grandiosa marcha cívica que marcó por las calles de Caracas el nacimiento de una Venezuela fue la culminación del Paro General, fuerza de las democracias modernas, decretado por todas las asociaciones y gremios, medida tomada, a raíz de la circular del Gobernador que restringía el papel de la prensa a moldes exiguos e inadecuados para la necesaria orientación que requiere el país en estos instantes.

La F.E.V. destacó una delegación ante el Presidente de la República, con el fin de pedir al referido Magistrado la derogatoria del Decreto de Suspensión de Garantías, la liquidación del gomecismo en el Gobierno y  libertad para los presos políticos.

Esta marcha quizás podría ser la manifestación cívica más importante jamás efectuada en nuestro país tan solo por alcanzar un tipo de cambio político. López Contreras responde inmediatamente a la Comisión de la F.E.V. al ordenar la sustitución del Gobernador Félix Galavís por Elbano Mibelli, prometer levantar la suspensión de garantías constitucionales dentro de los siguientes 15 días y liquidar gradualmente los elementos gomecistas.

Hombre de palabra cumple su promesa y, el día 21, López Contreras presenta al Congreso Nacional un plan llamado “El Programa de Febrero”. Un proyecto de Gobierno que abarca reformas sanitarias, agrícolas, comerciales y de educación, así como también del sistema bancario y la renta minera. Una empresa orientada a construir una nueva Venezuela.

Atrás queda el pasado gomecista.

Jimeno Hernández
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