Cierre del ciclo de entrevistas “Si fue posible otro Círculo de Bellas Artes”
Atando puntos
Quizás el reto más grande sea recuperar la palabra “colectividad” del sucio y vil agujero en el que se encuentra. Es que cuando se habla de “colectivos” se entra en una resignificación de la palabra dentro del imaginario venezolano, al parecer fuera de toda intención por defenderla. Pero el trabajo en colectivo no debería ser concebido como un término que haya sido creado en los últimos años, y las personas organizadas en colectividad no deberían ser contadas como destructivas o negativas; si así lo hacemos es porque nos hemos dejado robar la palabra, o mejor dicho, la hemos entregado en el ejercicio de nuestra libertad, puesto que las palabras forman parte de esas cosas que nadie podría arrebatarnos, no existe la excusa de que “me quitaron las palabras”, no, las palabras no nos pueden ser quitadas, cuando han dejado de ser nuestras es porque las hemos entregado.
Esta brevísima introducción sobre lo colectivo es necesaria para aclarar el término al que debemos hacer alusión, al cerrar este ciclo de entrevistas sobre si pudiese ser posible otro Círculo de Bellas Artes. Hacemos, pues, referencia a la unión, y a aquella unión que va más allá de un “estar juntos”, que resulta más bien en un “estando juntos en función a”, sencillamente porque compartimos intereses (el interés de construir país es un buen ejemplo). Si algo hemos de rescatar de todas nuestras entrevistas es ese inevitable darse cuenta de que no estamos unidos para encaramarnos en una de vivir, sino que estamos dispersos bajos la idea de lograr sobrevivir, bajo la premisa de que no nos da chance de salvar a los demás sino solo a uno mismo, sin darnos cuenta que una cuerda tiende a durar más en el tiempo y a aguantar mucho más peso en cuanto más hilos tiene.
[ “Estamos en desunión y así lo que hacemos se aleja de ser entregado con contundencia”; “creo que hacen falta más espacios para ello y además más trabajo en grupo, en colectivo”; “se trata de eso, de unirnos”; “hay que volver a eso, a la organización y al aportar al contexto”; “existe entonces una división que fragmenta una nación entre ‘lo público’ y ‘lo privado’, lo que no permite que se lleguen a acuerdos”; “la dificultad de mantener dicha continuidad radica en la costumbre -del artista- de trabajar en grupos pequeños o en formato individual, el vínculo tan marcado con las distintas posturas políticas, generando divisiones, la diáspora de los tiempos presentes y la situación económica de los últimos tres años que ha resultado muy dura, aunque hay que admitir que esta no era excusa hasta los años 2010-2012, cuando todavía existía una bonanza que no fue aprovechada.” ]
Existe en las palabras una cierta nostalgia, a pesar de las distintas perspectivas de los entrevistados, en algunos con un dejo de resignación y en otros una seguridad propia de las nuevas ideas. El reflejo de lo que expresan proviene de un clamor social, bajo nuestros pies yace la tierra que nos conecta al son de una misma necesidad, la de volver a vernos en la calle y darnos el buenos días, tardes, noches; de reconocernos cuando vemos a otro a los ojos, “mira, allá va, allá viene, un(a) venezolano(a) como yo”. Unión. Encajarnos de nuevo como piezas de rompecabezas para crear lo que aún no existe, para levantar lo que se haya caído, para resistir en el tiempo y forjar la trascendencia que nos llevará a demostrar que sí estábamos hablando en serio. La idea de un individuo nunca se pone en marcha desde la individualidad, ella existe y se multiplica en lo colectivo, para mal y para bien.
El Círculo de Bellas Artes fue un evento único en la historia de Venezuela, a pesar de la tristísima realidad de esta amplia brecha de desconocimiento en nuestro presente (semillero del futuro). La naturaleza del mismo, los sucesos, las visiones, las concepciones de la época, nos indican que este evento ha de ser irrepetible, fue único, jamás ha de existir algo igual a él, sin embargo, su misma existencia proclama la posibilidad de los hitos, a pesar de las circunstancias, y cuidado y si no el más grande ejemplo de la transformación artística de nuestro país. Los hechos son imposibles de plagiar -las repeticiones baratas no son comparables-, en cambio son el ejemplo de las nuevas generaciones, nos hablan de tiempos, nos ahorran experiencias, nos invitan a superarlos y a reinventarnos, nos muestran que sí es posible no dejar morir una época.
Entre tantos discursos de miseria y abandono, he aquí que tras una taza de café caliente hemos de madrugar todos los días para hablar de lo que vemos y vivimos, la Venezuela que aguarda en medio de sus calles construyendo desde la paciencia y la inventiva, y va rebuscándose para lograr esa unión, que se organiza, trabaja, tiene fe y se mantiene, duda y se levanta. También existen en nuestras ciudades discursos de vida y construcción, historias con transformación, que lloran juntas y se dan fuerzas, colgándose del no rendirse. Y si alguien puede decir que no ha conocido sobre ellas, pensar que son solo leyendas, mitos, cuentos de supersticiosos, tal vez ese alguien debería considerar ir a tomar café con los venezolanos correctos, quizás un día se halle bebiendo guarapo con el silbón y la sayona y se de cuenta que creer que algo es imposible no implica que lo sea.
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