CRÓNICA / La Llaga, herida de un país agonizante
“Voy a una protesta que hay por aquí cerca, pero voy sola…”. Así comenzó esta travesía que mostró la verdadera magnitud de la devastación socialista.
Una llaga es una úlcera en la piel, pero en el estado Monagas también es un sector de la comunidad Pinto Salinas de Maturín. Una comunidad marginada y olvidada por todos: “no nos toman en cuenta para nada, solo cuando hay elecciones porque el beneficio es para ellos”, dijo una mujer que se encontraba en la protesta.
En Pinto Salinas no hay gas, ni les llegan las bolsas de comida que reparte el régimen de Nicolás Maduro. Sobreviven con “yuca y sardina”, y parte del sector se inunda cada vez que llueve.
María Corina Machado, líder opositora venezolana, se encuentra recorriendo el país por carretera –tiene un año que por órdenes de la dictadura las aerolíneas no le venden boletos- llevando a cada pueblo un mensaje de esperanza y de fuerza; a su juicio, es con esta última que “vamos a sacar a Maduro y a sus mafias del poder”.
Estaba en el oriental estado Monagas cumpliendo con una agenda que la llevaría desde Los Godos hasta Caripito. Es jueves 10 de mayo y tras una asamblea en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (Upel) de Maturín, se tomó un momento para almorzar con el equipo regional de su partido, Vente Venezuela.
Le informan que cerca hay una protesta por falta de comida y que tienen varias horas cerrando la calle, a lo que responde que “hay que ir”. Le advierten que “puede ser peligroso” que vaya por ser una comunidad que en los últimos años ha sido oficialista, pero ella no estaba pidiendo permiso, ya había decidido que iba, e iba sola.
Accedió a que la acompañáramos dos personas de su equipo y solo para que difundiéramos las exigencias de los protestantes, que al ver que alguien iba a escucharlos comenzaron a narrar todas las carencias que tienes. “Hace siete meses que no llega la bolsa y ahora, como están en campaña, sí la vienen a vender, y más cara. No tenemos gas, cocinamos a leña y mire este tiempo, va a llover”, dice una señora mientras señala al cielo.
La indignación se muestra en el rostro de la dirigente, quien interrumpe la narrativa de los protestantes: “¿Me están diciendo que en un estado como Monagas, con toda la riqueza que tiene, donde están quemando el gas en Punta Mata, no hay gas para las bombonas?”.
Los vecinos que trancan la avenida que da acceso a Pinto Salinas le comentan que hay un sector llamado La Llaga donde nunca ha entrado ninguna autoridad, y mucho menos un líder político. «Pero vamos, pues», les dice María Corina, y comienza a caminar hacia el sector.
Una madre vende yucas en la puerta de su casa, y con eso alimenta a los cinco miembros de su familia, un anciano asegura que en los más de 70 años que tiene «nunca había visto tanta destrucción», y un hijo desesperado nos muestra la inundada casa de su madre.
Cada metro que avanza va destapando las ruinas de un país que muere de hambre y de mengua, el país que con la mayor reserva de petróleo del mundo ve morir a sus ciudadanos a consecuencia de un sistema de mafias socialistas.
Ya no es la María Corina que saluda a la gente con una sonrisa, su rostro se tornó rígido; no puede ocultar las pupilas dilatadas. Vaya responsabilidad la de dar esperanzas en medio de tal devastación: «Hemos aguantado demasiado, esto va a durar hasta que nosotros decidamos», asegura.
Hemos caminado al menos diez minutos. En este punto ya no hay agenda y no importa si llega tarde a la asamblea programada. Cada paso va arrugando el corazón y más personas se unen a la caminata hasta lo más profundo de La Llaga. Al menos una docena de niños caminan descalzos por el pavimento húmedo mientras van contando sus historias:
«Por aquí viven los chivitos», dice uno de los niños. Inmediatamente, Machado pregunta: «¿Los chivitos?». «Sí, esa es una familia muy pobrecita donde viven once niños», respondió el niño.
Nunca pensé que iba a ver esto en mi país. “Esto es algo que solo pasa en África”, me repetía a mí mismo en un afán de negar la situación; una niña desnutrida, como la de cualquier reportaje de Discovery. Ahí se te detiene el corazón y te llenas de impotencia.
Quienes nos acompañan se cubren de la lluvia en la parte de afuera de la casa de “los chivitos”, María Corina, con su pulgar, le hace una cruz en la frente a la niña mientras parece dedicarle una oración, y yo sigo intentando despertar de esa pesadilla en la que convirtieron a Venezuela.
La dirigente camina hacia lo que debería ser una puerta trasera, se pone las manos en la cintura y mira al cielo. En alguna entrevista la escuché decir que el momento para llorar era bajo la ducha donde nadie te ve, pues aquí llovía y la casa no tenía luz; las condiciones estaban para soltar un par de lágrimas de dolor e impotencia.
La Llaga es la fotografía de un país agonizante y el compromiso por transformar esta realidad; es el recordatorio de por qué luchamos y el aprendizaje de que nunca más podemos permitir que algo así suceda en Venezuela. Es la herida de un país que, aunque golpeado y herido, sanará y será libre.
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