El orden del día

Deslumbrados por un título  tan sugestivo y la portada de la Tusquets, por fin pudimos acceder a la traducción en español de  “El Orden del día” de Éric Vuillard, premio Goncourt 2017, gracias a Hermann Alvino.  Versa sobre  la extensa y angustiosa vicisitud de Kurt Schuschnigg, el canciller austriaco que tan grandes servicios prestó a Hitler y, después,  con sus católicas convicciones, culminó una cómoda trayectoria académica en Estados Unidos.

Engañoso primer capítulo, en el que los más poderosos industriales alemanes se reúnen y consienten un generoso aporte al nazismo para las elecciones parlamentarias, reapareciendo  un par de capítulos más tarde, la obra – nos antojamos –  tiene más de crónica, cercana al ensayo, que de novela. Una que otra metáfora afortunada le concede cierta prestancia literaria, como no puede una profusa publicidad, diluyéndose a pesar de los espléndidos recursos disponibles, como el asomo de John C. Woods, uno de  los más destacados verdugos de Nuremberg, cuya vida – wikipédicamente hablando – es la de un macabro estafador, susceptible de un magnífico contrapunteo con varios de los actores políticos de entonces.

Convinimos con Alvino, por obra de un cruce de correos electrónicos,  en una lectura subyacente que él muy bien precisó en torno a la todavía insuficiente capacidad bélica de Alemania al cruzar y atascar sus tanques en la frontera con Austria (la orden del día), abonando a lo que después se conocería como la guerra relámpago, y a la personalidad de los relacionados con el führer, siendo realmente escasa la referencia a los industriales que le apoyaron.  Valga acotar, no es fácil intentar la comparación de la citada reunión, por febrero de 1933, en el Reichstag, con las que pudo tener y tuvo Chávez Frías, camino al poder, en las vísperas del nuevo siglo, pues, a los propietarios de las empresas de alimentos, bancos, medios o líneas aéreas que lo celebraron, empedernidos rentistas,  les faltó no sólo la consistencia y el coraje necesarios, sino la indispensable y oportuna destreza para sobrevivirle.

Cundidos de experiencias amargas, propias y ajenas, demasiado lentamente aprendemos la lección y la tragedia se repite como tragedia, aunque aclara el autor: “Nunca se cae dos veces en el mismo abismo. Pero siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridículo y de pavor (…)  El abismo está jalonado de altas moradas”.  Y, teniendo por fondo la desigual discusión entre Hitler y Schuschnigg, sentencia que “el derecho constitucional es como las matemáticas, no permite hacer trampas”.

Toda sociedad y obra humana, requiere de un mínimo de racionalidad y, por muy esmerada y hasta políticamente eficaz que sea la reinterpretación de los textos constitucionales, ella jamás puede ocultar el absurdo de un abismo que nos caza, atrapa y envuelve por muy altos y distanciados que nos creamos, en perfecto desafío a la ley de gravedad. La sola revisión de los fallos del Tribunal Supremo de Justicia venezolano de estos años, nos impondrán del disparate que hoy nos explica, con el parecido  testimonio de entreguismo y complicidad que ensayó, mas no pudo novelar Vuillard: la otra forma de leer “El orden del día”.

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