Vaciando el molde

No se puede no comenzar desde lo que se impone en nuestra mirada al correr de los días, el éxodo deja una estela punzante en todos aquellos quienes han dado el lejano adiós, despedir de esa manera siempre ha de generar fisuras, que el querer a alguien se vea atravesado por la distancia duele, simplemente duele, pero ha de ser siempre el cambio un lago en cual sumergirse, sin vacaciones, sin taima. Vivir, por ende, implica una frecuencia de la aparición de fisuras. Pero no es de negar que se torna una fractura tras el aumento de la pena de despedir a tantos, de dar ese chao tantas veces quizás en muy corto tiempo.

Quienes estamos aquí con los dos pies adentro, nos conflictuamos bajo este techo que aguanta la llovizna. Y nos levantamos todos los días a trabajar. No hay manera de laborar sin herramientas, por eso, quienes podemos tenerlas en las manos también debemos llevar el costal de la obligación de transformar los hechos, y si es molesta la imposición de hacer historia, ciertamente pesa menos que el egoísmo de no perseguir esa meta. Pero como la bondad nunca da mala cosecha, nos juega a favor el ímpetu que recorre el cuerpo cuando estamos haciendo; de no saber explicar con frases racionales lo que se siente, podría decirse que la piel se oxigena y la esperanza mantiene el pulso tras el volver a latir de los sentidos que entienden, aunque no sepan muy bien qué, lo que aquellos que no hacen no pueden entender. Nada más ha de encontrarse frente a ello el individuo una vez que ha sentido el olor que se desprende de usar las herramientas que se tienen en las manos. Entonces se multiplica la vida, y el amor, y la ganas, entonces se construye y las utopías dejan de ser tales. La tierra ha parido un visionario, y se ha hecho de un triunfo y un futuro.

Quienes se quedan sin herramientas aquí partirán a otros lados para encontrarlas, siendo justo que no puedan creer en lo mismo que aquel que tiene piezas para construir cree, como es también justo lo opuesto, que quien está, y está haciendo, no pueda simplemente creer que nada es posible, porque lo posible y lo imposible no son universalidades. Cada persona cree por sí misma, nadie puede creer por el otro. Encontrarnos inmersos en complicaciones, tomar decisiones que muy pocos toman, no implica estar equivocados. El uso que le damos a lo que la gracia nos otorga define quiénes somos.

Por eso Tribus Café Cultural abre sus puertas, porque seguimos teniendo en las manos herramientas para hacerlo, tal vez no sean las más lujosas, pero nos permiten ver llegar a tantos que buscan un refugio y nuevos aires para proseguir sus caminos; estamos enteramente agradecidos por ello, y por esta fuerza de mantenernos caminando, la que asumimos como parte de una bendición divina por haber nacido en Venezuela. Nuestra manera de abrirnos paso por el mundo no siempre es la más convencional, pero es la que ha dado frutos en la misión de regalar calidez, alegría y sentido de unión en los habitantes de esta ciudad, incluso desde los espacios menos humanos, como las redes sociales, en donde no nos regimos por las reglas del social media, porque para lo que perseguimos no nos hace falta.

Hemos de ponernos el sombrero, la ruana y las alpargatas, si hace mucho calor un bata guajira, nos colgaremos el cuatro en la espalda, así no sepamos, por el momento, tocar más que cambur pintón. Gastaremos hasta la última gota de sudor que pueda darnos el cuerpo, porque cuando le vemos las caras a todas las personas que se benefician de nuestro trabajo, todo todito todo vale la pena.

Barbara Uzcategui
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