Receta para estar aquí
Rebanar un pedazo de algo es aceptar una forma y un camino que no sabemos cuánto va a durar, es dedicarle una cucharada de nosotros a ese asunto que montamos en una sartén, con la intención de que vaya a quedar rico y con el riesgo de que, en realidad, la preparación se corte. De los ingredientes hay que saber; algunos son tan amargos mientras otros especialmente dulces, o está la sal, por ejemplo, que no resulta fácilmente placentera al paladar, pues ¿quién hay que se siente a comerse un plato de ella?, ni si quiera una cucharada, pero es imprescindible en su toque justo y esto lo saben todos.
Habremos de saber que en ocasiones ocurre una ácida armonía, al no tener puesto sobre el mesón todo aquello de lo que quisiéramos disponer, pero al respecto el marco no es pequeño pues, aunque siendo poco, siempre flotan por allí algunas cosas naturales del presente, que cuestan lo mismo que alzarse un poco para tomarlos de la mata, ¡santo remedio para el cuerpo, el cuerpo del dolor, el cuerpo de la tristeza, el calambre del sollozo! Los minutos siguen transcurriendo, entonces, al llanto de un chelo y trinar de las cuerdas de un cuatro, henos aquí en el momento etéreo de estar vivos, fugaz percatarse de nuestra memoria. Lo que bebemos hoy nos lleva a lo que hemos de saborear al día siguiente, y así se desplazarán los días hasta ver la mesa servida como la queremos.
Si al café colado le ponemos miel sirve para la melancolía, siempre y cuando no nos haya quedado amargo. La vida la espesamos para los fines de semana y ya el lunes hay que echarle agua, antes de que se pegue a la paila. Tenerle miedo al fogón no lleva implícito dejar de usarlo, a todas todas si se daña el aguacate nos lo podemos echar en el pelo, pero para evitar daños colaterales ha de ser indiscutible saber los detalles de la olla de presión antes de usarla. Y ¿qué puede haber mejor para lo desconocido que las generaciones bien recorridas ya?, ¡ey!, para que no se pierda nunca la costumbre de las costumbres.
Hay tardes en las que es divina la taza de uno solo, así como hay otras que terminan sabrosas con el tintinear de las cucharitas y la porcelana. Más tarde el ron, ron para brindar por quien no creyó, ¡salud! por esa persona también porque alguien tiene que brindar a su nombre, otro para nosotros, que navegamos entre los pensamientos de si tendrán razón los demás o si la tiene uno, y un último porque mañana nos levantaremos para avanzar en ello, a ver cómo va la cosa; si resulta que el primero es uno mismo entonces ya van tres brindis a nuestra salud. En cuanto al libro de recetas, este acuerda una fórmula para que resulte la cuestión –si no está mintiendo- mas, sin embargo, no es la única manera y para los aprendices que necesiten copiarla al pie de la letra, sepan que no va a quedar nunca exactamente como la de la foto, y que eso no es algo malo.
Contra la hostilidad se hierven flores y frutas en un caldero grande, a la amargura hay que adormecerla antes de ponerle papelón, y si se te ha quemado la olla, pues ¿qué le vamos a hacer?, solo queda ponerla en remojo, entonces ya sabremos qué no hacer para quemar las mandarinas. Para el calor está la piel, para jarabe la lengua, por precaución sirve el olfato y para amar están los ojos, así no estén puestos en la cara.
Ahora que ya vamos despertando el camino, que no nos falte el aire para reverdecer, pues de todos modos nos sobrarán los días que nos preguntemos: ¿De qué forma se mueven los utensilios sobre las superficies?
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