(ARGENTINA) Conflictos de Macri con el «círculo rojo»

La cuna que meció a Mauricio Macri estaba en el centro del «círculo rojo». Lo que entonces se llamaba «establishment», Durán Barba lo rebautizó y, al mismo tiempo, amplió el número de sus componentes. Ya no eran solo los empresarios más importantes y los banqueros de la City porteña; también pasaron a integrarlo economistas, intelectuales y periodistas. Macri descree de ese círculo desde que rechazó un consejo de este, ciertamente equivocado, que le recomendaba una alianza con Sergio Massa para enfrentar a Cristina Kirchner y Daniel Scioli en 2015. En los últimos días, esa disidencia muchas veces soterrada saltó otra vez a la superficie política. El propio Presidente se encargó de evocar públicamente a esos disidentes y de pedirles una receta propia para resolver los problemas. El ruido político se instaló en la primera semana de calma financiera.

Por lo general, el conflicto con el «círculo rojo» pasa por dos posiciones. Una es la que presiona al Gobierno para que haga un ajuste más profundo y rápido de los gastos del Estado. La otra lo impulsa a buscar un gran acuerdo con el peronismo racional para proteger al Ejecutivo de eventuales turbulencias. La primera posición está inspirada en algunos economistas ortodoxos que le reprochan a Macri lentitud en la culminación del ajuste. La segunda es una deducción de la política según los parámetros preexistentes al macrismo, que nadie sabe si todavía subsisten. Es una cultura y su contracultura en una disputa permanente.

El Presidente incluyó en su última mención a los «comunicadores» que lo critican; es decir, a los periodistas con los que coincidió durante mucho tiempo. A los periodistas críticos de él ya los tiene incorporados en la franja de sus opositores. No se enoja por esas críticas. Lo primero que hay que subrayar, si alguna duda queda, es que los periodistas tienen derecho a opinar lo que quieran sobre los hechos objetivos de la realidad. Y el Presidente tiene, a su vez, el derecho a decir que no coincide con ellos, siempre que lo haga con palabras respetuosas. Hasta ahora, unos y otros han disentido dentro de los senderos normales de la discusión democrática.

Pero ¿por qué el «círculo rojo» se enoja con el presidente que más cerca estuvo de sus posiciones, y hasta de su estética, en las últimas décadas? Las primeras consecuencias de la crisis cambiaria separaron a la Capital y el conurbano del resto del país, este más beneficiado por la devaluación. Resulta, sin embargo, que en la Capital repercute con fuerza el conflicto social del conurbano y es también en la principal metrópolis del país donde viven y trabajan casi todos los integrantes del «círculo rojo». El espectáculo que se observa desde cualquier catalejo está absorbido entonces por lo que sucede aquí y ahora.

Nadie puede discutir con sensatez que el equilibrio fiscal es necesario. El aspecto que separa a Macri de sus críticos se refiere al ritmo más que a otra cosa. ¿Era posible un ajuste de las cuentas públicas con otra velocidad? Llama la atención que la disidencia sea sobre el déficit porque Macri es el presidente de los últimos años que más habló (y habla) de esa anomalía como el problema fundamental de los argentinos. Los ortodoxos señalan que si Macri hubiera hecho un severo ajuste cuando asumió, no habría tenido los problemas que tiene hoy. La primera pregunta es si el Presidente hubiera sobrevivido a esa experiencia. El Gobierno cree que no. Una administración con la más insignificante minoría parlamentaria del último siglo, con el control político de solo cinco distritos y con un tercio de la población bajo la línea de la pobreza no habría soportado los estremecimientos de un fuerte ajuste. El Gobierno exhibe sus propios pergaminos. Cumplió con las promesas de reducción del déficit en los últimos dos años. 2018 cerrará con un déficit primario del 2,7, y el Presidente se comprometió a que en 2019 no haya un déficit de más del 1,3%. Es su promesa al FMI, Nicolás Dujovne le aseguró que eso es posible con solo seguir administrando el presupuesto como se lo hizo durante este año; deberá, desde ya, implementar algunos recortes en servicios y en los giros a las provincias que no correspondan a la coparticipación. Los mensajes externos son importantes. El canciller Jorge Faurie viajará el fin de semana a Bruselas para intentar cerrar el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, después de 19 años de impotentes negociaciones. El 18 se sabrá si se firmará o no ese acuerdo que podría interpretarse como otro respaldo externo al gobierno de Macri.

El programa financiero, que Dujovne colgó en la página oficial del Ministerio de Hacienda, indica que el Gobierno necesitará créditos por solo 8000 millones de dólares, además de los préstamos del Fondo Monetario, hasta diciembre de 2019. Esos 8000 millones son fáciles de conseguir en el mercado local, ahora que los inversores extranjeros están seducidos por países más seguros. La perspectiva de cumplimiento del déficit fiscal y la garantía de que existirán los recursos necesarios bajaron el riesgo país. La más importante asignatura pendiente del Gobierno es resolver el salario real, seriamente afectado por la devaluación y la inflación.

Ahora, ¿por qué el Gobierno es refractario a firmar un gran acuerdo con el peronismo? La primera conclusión es que el peronismo es tan renuente como la administración a posar en una foto acuerdista. Podría darle los votos necesarios al Gobierno para que se apruebe el presupuesto, sobre todo el peronismo que responde a los gobernadores o a Diego Bossio. Pero nunca ningún peronista querrá fotografiarse junto con la noticia de un ajuste de las cuentas públicas. Esa situación actual tiene su historia en un gobierno que fue siempre reacio a repetir los gestos grandilocuentes de acuerdos que en la historia sirvieron de muy poco, salvo para reformar la Constitución, en 1994. Macri no aspira a ser lo mismo que el peronismo, sino su contracara. Y el peronismo toma distancia del macrismo en momentos en que las perspectivas políticas inminentes del Gobierno son complicadas.

El mejor exponente de ese peronismo es Sergio Massa, que desapareció después de la derrota a manos de Macri (y de Cristina) en octubre del año pasado. Ahora que el Presidente pasa por tiempos políticos módicos, reapareció con un plan económico que contiene la palabra «subsidio» más que cualquier otra. ¿Pensará en crear nuevos impuestos o en aumentar los que ya están? ¿De qué otra manera podría dar tantos subsidios desde un Estado deficitario? Fuentes oficiales señalaron que con los votos del Peronismo Federal (los que responden mayoritariamente a los gobernadores) les es suficiente para aprobar el presupuesto. No cuentan con Massa. «No los dejaremos sin presupuesto, pero no compartiremos los costos políticos del ajuste», les repiten los gobernadores a los funcionarios nacionales que hablan con ellos. Y hablan permanentemente.

En última instancia, la disputa entre Macri y el «círculo rojo» es entre lo ideal y lo posible, entre lo urgente y lo importante, entre lo que se puede y no se puede hacer cuando se administra un poder frágil en un país endeble. Hay también cierta incomodidad de Macri, propia de cualquier presidente, frente a las personas con poder que presionan para enseñarle cómo gobernar. Macri no es, en ese sentido, distinto de la mayoría de los presidentes argentinos, que fue renuente a los consejos del establishment, de los poderes fácticos o del «círculo rojo». Llámenlo como quieran. Lo cierto es que el poder no se entrega nunca fácilmente.

Crédito: La Nación

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