Los remedios del brujo

Quizás uno de los personajes más curiosos en la historia republicana de Venezuela sea Telmo Romero, un sombrío personaje oriundo del Táchira que dio mucho que hablar cuando llegó a Caracas en 1884. Era alto, flaco, tenía una frente amplia, con bigote y perilla color cenizo, dueño de un aire misterioso pues decía ser curandero, que los piaches indígenas de La Guajira lo habían iniciado en sus secretos para sanar a los enfermos con la utilización de puros elementos naturales y sin necesidad de las medicinas modernas como las vacunas.

El forastero viajó a la capital con dos objetivos en mente. Debía resolver el tema de un negocio de ganado entorpecido por las autoridades de Ciudad Bolívar y aspiraba publicar su obra “El bien común”, un recetario medicinal en el que mezclaba remedios caseros coloniales con los que él llamaba: -Secretos indígenas de tradición ancestral de los piaches y brujos guajiros.-

A través de su amistad con el General Barret de Nazaris, amigo personal suyo y colaborador en el Gobierno del General Joaquín Crespo, logró reunirse con el Presidente de la República para discutir sobre un lote de novillos flacos que había comprado en los llanos colombianos del Casanare. Los arreó para cruzar el Río Arauca, atravesó la peligrosa selva de San Camilo con la intención de conducirlos hasta los potreros aledaños al río Táchira. Según este, allí no les faltaría agua o pasto y, al cabo de un año, podría venderlos en Cúcuta como ganado gordo. Lo cierto es que al pasar por Apure las autoridades le cobraron un impuesto de tránsito de ganado que tenía que cancelar en Ciudad Bolívar,  mientras tanto el lote de animales quedó confiscado en San Fernando. Deseaba que el Presidente le prestara su colaboración para resolver aquel problema.

El General Crespo le comunicó que, aunque quisiera, no lo podía ayudar a resolver el inconveniente. Lo más probable era que su ganado no lo consiguiese donde lo había dejado pues en Venezuela sobraban los amigos de lo ajeno, tal vez mejor hubiese sido mejor quedarse custodiando los animales y sobornar a los oficiales. Sin embargo, el “Tigre de Santa Inés”, quien era hijo de un afamado curandero llamado Leandro Crespo, conociendo sobre las andanzas de Romero, procedió a solicitar su ayuda en un asunto personal de urgencia. El piache sorprendido accedió a colaborar en lo que estuviese a su alcance para ayudar al respetado caudillo llanero.

Una de las hijas del Presidente y Doña Jacinta, la niña Aminta, se encontraba gravemente enferma. La habían hecho ver con los más afamados médicos de la ciudad pero ninguno de ellos pudo identificar su padecimiento o recetarla con un tratamiento que mejorara su salud o la alejara del borde de la muerte.

Examinó a la niña Aminta, le recetó una fórmula poco convencional y a los pocos días le bajó la fiebre, cesaron los vómitos, recuperó el color natural de su rostro y abandonó la cama para volver a jugar en el patio. La hija de la pareja presidencial se curó milagrosamente gracias a sus remedios y el General y su esposa supieron recompensarlo.

Romero aprovechó la ocasión para regalarle a los Crespo una copia del “Bien General” y, en tono de confianza, les reveló el origen de su ciencia confesándole que Dios le había otorgado el poder de sanar a los enfermos y, que en sus excursiones por bosques, llanos y selvas del territorio, dedicó su tiempo a cultivar el conocimiento sobre las propiedades reconstituyentes de distintos rezos, hierbas, brebajes y ungüentos de efectos milagrosos cuyos secretos solo él conocía en Venezuela.

“El Bien General” de Telmo Romero fue publicado ese mismo año. En el texto aparecen los más singulares tratamientos que he decidido compartir con los lectores de esta columna ya que vivimos  en tiempos en los que se ha hecho casi imposible conseguir los más simples medicamentos para tratar enfermedades o dolencias.

Veamos algunos padecimientos y las recetas del brujo para tratarlos:

Epilepsia: Aspérjese el paciente con cuatro onzas de vinagre mezclado con agua helada. Se da un baño preparado así: 12 litros de agua, seis onzas de mostaza y se le da a tomar un preparado de fruto de aguacate, ocho onzas, y ojo de zamuro, ocho onzas. Estos componentes se tuestan y pulverizan. Esto lo tomará el paciente en porciones de diez gramos en infusión de perejil.

Ictericia: Cocer cuatro onzas de guanábana tierna, dos de raíz de chicoria y una de moco de pavo en un litro de agua natural y tomarlo en ayuna por una sola vez, lo que obrando como purgante activo, liberará al paciente de la ictericia.

Dolor de muela: Primero amárrese con una partícula de vela de sebo, ceniza de una correa vieja de cincha y colóquese esta masa en la muela cariada que está doliendo. El resultado es asombroso. Luego mézclense tres onzas de romero y cuatro de raíz de ortiga, ambas tostadas y colóquense en seis onzas de alcohol. Aplíquese en pañitos.

Inflamación venérea de los ojos: Tómese media libra de la corteza de yopo, carbonícese y pulverícese, tómese tres caracoles de agua dulce y quémese hasta reducirse a cal, y poniéndose igual cantidad de uno y otro, mézclense, ciérnanse en una tela fina y de este polvo sutil se toma entre el índice y el pulgar una cantidad mínima que se absorberá por las vías nasales por nueve días.

Para repeler el sueño: Colóquese en un litro de ginebra de Holanda un corazón de murciélago disecado y pulverizado, tómese luego del liquido tres dosis de tres onzas.

 Si es usted de los que pensaba que estos remedios podrían serle útiles y ya pasó una calentera tras darse cuenta que, al igual que los medicamentos, los ingredientes de las anteriores recetas son bastante difíciles de conseguir, aquí le dejo una no tan complicada y de ingredientes un poco más accesibles que lo ayudarán a lidiar con la furia que lo aborda en este momento.   

Contra el carácter iracundo: Para cambiar los caracteres iracundos se hace una preparación de: una libra de berros, cuatro onzas de horraja, dos de azúcar, dos de vinagre que se dejan al sereno y luego se toman hasta que produzcan vómitos. Una vez producidos estos vómitos la presa pierde carácter iracundo.

Jimeno Hernández
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