Corre por tu vida

Dibujo de Francisco Grisolia.

Se fue, no lo pude impedir. Hice el esfuerzo para disipar.
 Su ausencia, pero no fue posible. Todos los presentes, además de malhumorados, estaban a la expectativa. La desazón se dejaba sentir en el ambiente. Dada esta reacción colectiva, me sentí preocupada. Para mí no era nada extraño; total, siempre me gastaba la misma broma, y eso me metía en serios apuros. Cuando lo hacía, todos se quedaban mirándome, como analizando la situación. Ese reclamo disimulado estimulaba mi indignación. Presentía lo que venía. Un rollo mental que, buscaba relacionar todo con el psicoanálisis. Quizás tenían razón, pero en estos momentos, no me ayudaban las complicaciones. El mal estaba hecho. Mi bochorno no tenía límite. Lo que había ocurrido, en un santiamén, me dejaba como un pajarito en medio de la grama, sin poder decir ni entender nada. Según mis compañeros de sala, le estaba dando mucha cuerda; tanto, que se pasaba de la raya con frecuencia. Me estaba debilitando lo más importante que tenía.

Me acusaban de alcahueta, al tiempo que se mostraban sorprendidos por la frecuencia con la que ocurría. Debo reconocer que eso era de una mala educación, sin parangón. En mi defensa, juro que la mala intención era lo último que existía. Estaban defendiendo la tesis de la cortina de humo. No me importaba. Decían tantas sandeces, que no valía la pena tenerlos en cuenta. Lo cierto es que cada vez que partía, desataba toda clase de conjeturas. Ninguna me favorecía. Hay que considerar que era una situación tan desagradable como inevitable, pero eso no le daba derecho a nadie para entrometerse. Total, eso le podía pasar a cualquiera.

Se alzaban como sabios, analíticos, capaces de hurgar en lo interior de cada ser, como si se tratase de tomar un café. Lo que ocurre en esta parte de nuestro cuerpo, no es nada superfluo, como para lanzar veredictos absurdos. A nadie le gusta divulga a los cuatro vientos algo tan íntimo y delicado. Esos escapes no solo afectan la autoestima, sino que podían llegar a ser un problema de salud. No había espacio como para buscarle más de cuatro patas al gato, ni para dejarse llevar por elucubraciones sin sentido. A veces, cuando no se tiene base alguna, es mejor no opinar. Nadie es perfecto.

Es cierto que salía sin rumbo fijo; por eso, aunque no todas las veces, regresaba así como se había ido. Era tan volátil que dejaba todo a mitad de camino. Para mi consuelo, estas cosas le pasaban a todo el mundo, aunque a unos más que a otros. Debo reconocer, con cierta vergüenza, que en mi caso era usual. Temía que, este tipo de cosas me empezaran a ocurrir con más frecuencia. De ser así, el riesgo a perder la esperanza de un retorno me desbordaba. Era algo tan delicado que podía, sin exageración, dejarme sola, sin recuerdos; así de grave era todo esto. A veces era desestresante, y entendía que todo era un juego con los demás, aunque muy poca gente lo veía de esa manera−. Le causaba recelo y, paradójicamente, un poquito de envidia.

Muchos pensaban que se habían pasado la vida soñando con escapar, sin ataduras, sin explicación, sin dar oportunidad de ser atrapados. Tenían un enemigo que, andaba en su persecución. Era el único culpable de esas carreras causantes de su inesperada ausencia. Era comedido y ecuánime. Se mostraba calmado, pensativo, analítico. Lo que, sin duda, requería de gran concentración. Al parecer, esa era una lucha permanente que lo derrotaba. Era en ese momento cuando se volvía más implacable, cuando se aprovechaba de ella y no la dejaba escapar. La maltrataba hasta verla desaparecer. Para bien de todos, le costaba lograrlo. Era taimado. Cuando aparecía, nadie lo percibía.

En realidad, todos le temían, aunque no lo reconocieran. Si aplicara todas sus energías en contra de ella,la vida de cualquier persona, cambiaría .Sería terrible que la lanzara a cualquier lugar, lejos del baúl de los recuerdos, solo para citar lo menos grave que pudiera ocurrir. Como era tan astuto, sabía equilibrar las cosas para no llamar mucho la atención; por eso, casi siempre todo quedaba en lo que llaman lapsus mentales. Eso no era tan grave. El asunto era que lo traspasara.

Este era el riesgo que afectaba a todos; aunque, como dije anteriormente, era algo que casi nadie podría analizar con cuidado. Por eso, temerosa, ella salía disparada, sin importar lo que pensarían los demás. Escapaba del olvido. No era en contra de nadie, no pretendía causar molestia a quien tenía que aguantar el chaparrón de su ausencia, aunque fuera por instantes. Digan lo que digan, ella era la más importante, la reina, la que todo lo movía. Era la memoria, la que se podía desvanecer, a causa del olvido; ese ser oscuro que vive oculto en nosotros. Definitivamente no podían ser amigos. La memoria es vida, es sabiduría, es experiencia, es luz. El olvido es todo lo contrario. No es raro, entonces, que con frecuencia  uno diga: se fue, se me olvidó.

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