El anillo del Diablo
Frente a la capital del Amazonas tomó medidas estratégicas el jefe de la revolución, nada podía salir mal en la aventura. No consideró prudente la idea de atacar de frente al poblado, por ello remontó las corriente del Orinoco para desembarcar en la pica de Titi y embestir por la espalda a San Fernando de Atabapo. Llegaba así el fin de la tiranía en aquel territorio.
A las cuatro de la madrugada del 17 de enero de 1921, se oyeron gritos y disparos. Una descarga de fusilería impactó contra la puerta de la casa del gobernador, quien inmediatamente abandonó su chinchorro para agarrar el arma y defenderse como un valiente, como lo hizo siempre. Sus órdenes se multiplicaron al igual que sus energías, pero los primeros en abandonar su lado fueron sus temidos espalderos “Picure” y “Avispa”. La batalla terminó antes de comenzar, todo estaba perdido.
Al verse acorralado, se comprometió a entregar sus armas y todo el dinero que tenía en manos del general Emiliano Arévalo Cedeño. Así lo haría con la condición que se le respetara la vida. Una vez pactados los términos de la entrega, marchó el vencido para reunirse con en vencedor. Luego de firmar el documento fue hecho preso.
-Si todos los ríos de la tierra se juntaran, sus aguas no serían capaces de lavar sus manos.- le dijo el general.
El 30 de enero de 1921, despuntando el día, sentenció la pena de muerte el tribunal militar conformado en San Fernando de Atabapo por las fuerzas de Arévalo Cedeño. Los reos a ejecutar eran Tomás Funes, gobernador del amazonas conocido como “El diablo de Río negro”, junto a su segundo al mando, Luciano López, corresponsable de más de 400 asesinatos perpetrados durante los 8 años de su tiranía en la selva.
El mismo Arévalo designó al coronel Marcos Porras para que dirigiera el pelotón de fusilamiento y al coronel Elías Aponte Hernández para que mandara la parada militar en la plaza del pueblo.
A las diez de la mañana sacaron a Funes del cuartel. Tenía puesto el sombrero de alón gris, el mismo que lucía a diario cuando inspeccionaba la explotación del caucho y la producción de los bolones de goma. Lo llevaron a la plaza en frente de la que fue su casa, la más grande de San Fernando de Atabapo. Allí se pararon bajo las ramas de una inmensa sarrapia, la misma en la que solía sentarse por las tardes a recibir fresco leyendo sus libros del colombiano Vargas Vila o la historia de la Revolución Francesa.
Era hombre recio, decían que era uno de esos a los que no le temblaba el pulso en las situaciones difíciles. Lo demostró caminando a paso firme sin inmutarse, ni dar señas de temblores, palidez en el rostro o arqueos para expulsar la última comida.
Cuenta uno los testigos presenciales del fusilamiento, un tachirense de Rubio llamado Tito Sierra de Santa María, que, antes que lo amarraran al árbol, se quitó el anillo de oro del dedo y se lo entregó a Julio Delgado diciéndole frente a todos: -úselo en mi nombre coronel-.
Cuando Porras se acercó para vendarle los ojos, rechazó el trapo con estas palabras: -los hombres de mi clase no mueren vendados, yo quiero ver a mis enemigos.- Se quitó el sombrero, lo lanzó al aire, saludó a la gente que se presentó para presenciar los últimos instantes de su existencia.
-Me voy amigos, pero no los olvidaré.- dijo antes que lo amarraran, los soldados levantaran los fusiles y el coronel diera la orden de fuego.
Mientras arrastraban el cadáver de Funes, Luciano López mostró la otra cara de la moneda. Se puso a temblar y se orinó los pantalones, las palabras apenas podían abandonar su boca al momento de ofrecerle al general Arévalo una gran suma de dinero que tenía en Ciudad Bolívar. Igual lo amarraron y procedieron a fusilarlo, para que se fuese a acompañar al jefe en la misma paila del infierno donde ya estaría hirviendo su alma.
Luego explicaría el general Arévalo Cedeño, entre las páginas de un libro titulado “Memorias”, que: -aunque de sentimientos cristianos y enemigo de derramar sangre, no podía dar satisfacción a la vindicta pública con aquel dinero que me ofrecía.-
Curiosa es la historia de la pieza de joyería que le regaló Tomás Funes al coronel Julio Hidalgo. El anciano Tito Sierra, en declaraciones al periodista Rafael Santander de “El Nacional” publicadas el 4 de julio de 1982, relató lo siguiente: -a Julio Delgado lo mató un coronel colombiano después del combate de La Mata de los Zamuros, en Colombia. Lo mandó a fusilar para robarle el anillo que le había regalado Funes.-
Al parecer, el oficial vendió el anillo a don Luis Flores y éste a un tal Fil Rodríguez, viajero de la Casa Blohm, quién murió ahogado en circunstancias sospechosas cuando viajaba a Bogotá. -uno de sus compañeros lo vendió a un ganadero de Arauca, quien también murió asesinado, después la gama pasó a un tal señor López de Villavicencio que se suicidó a los pocos días de comprarlo; luego no supe más de aquel fatídico diamante.-
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