(ARGENTINA) La política como fenómeno delictivo

Ese hombre robusto y enjoyado que baja de un Audi y se adentra en la sombra fresca de un edifico de Puerto Madero no viene solo: lo custodian a distancia dos gorilas en una 4×4 de vidrios blindados. Se supone que tanto el cacique como los escoltas van «calzados» a cualquier sitio; en este oficio no se puede confiar en nadie. El capo tiene mucho trabajo ese día: a través de contadores y expertos en finanzas ofrece servicios de prestamista y se dedica a la compra y venta de inmuebles, aunque posiblemente su «casa familiar» de tres pisos siga enclavada en el mismo barrio precario donde nació: para liderar no solo hay que bancar la parada y tener buenos contactos; también hay que ser muy cuidadoso con la cuestión simbólica. El sujeto no sabe que lo están siguiendo y que le tienen pinchados los teléfonos, aunque lo presume. Antes era habitual que sus «amigos» en la policía y en la Justicia lo libraran de esa clase de incomodidades y escrutinios, pero últimamente varios colegas y rivales han caído en desgracia: veinticinco jefes están presos y dos barras bravas completas han sido procesadas por asociación ilícita. Cambiaron provisoriamente los vientos, y hay que ser más cuidadosos que nunca. El hombre enjoyado ha hecho carrera en el territorio y en la tribuna, pero el fútbol ya es un negocio secundario. Se hizo desde abajo, como administrador de la violencia y fanático del tablón, y ahora regentea una vasta organización armada y polifacética. Es socio del puntero barrial, le vende protección, controla el narcomenudeo de la zona, realiza pintadas para los candidatos electorales, garantiza control y vigilancia en marchas y actos partidarios de cualquier signo, ofrece grupos de choque al mejor postor, y se encarga de tercerizar las palizas cuando algún burócrata sindical quiere ponerles coto a los troskos más rebeldes del gremio. Es un mercenario de la seguridad con un ejército de matones, que nacieron al calor de las hinchadas y crecieron al amparo de los dirigentes, pero que luego se independizaron, se diversificaron y prosperaron hasta niveles desconocidos: ahora llevan una vida suntuosa que no pueden justificar.

Durante más de una década, entraban y salían de las canchas sin problemas: no había en todo el conurbano bonaerense una sola prohibición de acceso, a pesar de los trágicos antecedentes penales que tenían estos delincuentes de gatillo, faca y bombo: la mala policía no los controlaba, solo les cobraba para hacer la vista gorda. Hoy se confeccionó una lista negra de mil barras que no pueden asistir a ningún partido, aunque ciertos jueces y fiscales siguen haciéndoles favores. Muchos «barones» los utilizaban para faenas inconfesables, y algunos capos directamente eran empleados municipales, recibían adjudicaciones de viviendas públicas, manejaban áreas de trapitos y, con la connivencia del kirchnerismo, pasaron incluso a administrar cooperativas de trabajo. Los «padrinos» decidían a quién se empleaba y a quién no, y cobraban a cada laburante la mitad de su salario; sus sicarios los acompañaban hasta el banco a fin de mes y ahí mismo les exigían o arrebataban la parte del león. Otra paradoja del momento: nuevos jefes comunales cortaron esa perversa colaboración, y al no poder contar más con el flujo del Estado, los barras se recostaron en la distribución de la droga; distintas investigaciones revelaron que algunos tienen vínculos directos con los carteles de Colombia y de México.

El justicialismo bonaerense, con algunas excepciones rescatables, no solo consolidó la miseria; dio un paso más allá: prohijó su derivación hacia la mafia pura y dura. Su corporación política implosionó en 2015 después de veintisiete años de hegemonía, pero dejó en pie los diferentes nudos gansteriles que supo habilitar y que hoy tienen una dinámica autónoma. Las barras bravas son solo un extremo, pero representan palmariamente esa cultura nacional del trueque espurio: donde no hay patotas violentas, hay curro, facción, trampa, banda, soborno, arreglo, cartelización, prebenda. Es una metodología oscura e inarticulada pero extendida a diferentes sectores, y una gigantesca telaraña que resiste y retrasa el barco del progreso y la democratización. Cuando Techint, Roggio y Pescarmona comparecen en Comodoro Py, pero es imposible tocar a un miembro del clan Moyano (adoradores públicos y entusiastas de Jimmy Hoffa, emblema mundial del sindicalismo turbio), resulta lícito preguntarse quién tiene el verdadero poder en la Argentina. Y precisamente por eso, sustraer del interesante y valioso Coloquio de Idea las palabras «mafia» y «peronismo», y pretender a la vez debatir a fondo las razones de nuestra crónica decadencia, es como disponer un grupo de terapia familiar que vaya a fondo, hable de todo, pero soslaye que el abuelito era un asesino en masa.

Les cuesta a la dirigencia y a los medios colocar este fenómeno delictivo en el centro de la agenda; por momentos parece hasta que no lo reconoce. Baudelaire tenía razón: «La mayor habilidad del demonio consiste en hacerle creer a la gente que no existe». Dicho sea de paso, deberían tomar nota de este aforismo ciertos integrantes de la cúpula eclesiástica, que no dudan en acompañar a los patoteros y extorsionadores, y que hacen acordar a una vieja tradición siciliana: ungir, por su carácter «popular», a la Cosa Nostra.

El peronismo «alternativo» por el momento fracasa porque es incapaz de una autocrítica seria acerca de su intenso proceso de depredación y porque no se muestra comprometido en la lucha contra esa mentalidad mafiosa que ayudó a entronizar. Sus diatribas contra los «prolijitos», determinados alegatos a favor de los empresarios que pagaron coimas y las bromas deslizadas donde habla a pleno el inconsciente colectivo justicialista y expresa que en la Argentina solo es respetado quien roba, no logran alejarlos claramente de la Pasionaria del Calafate. Por más que el camporismo anuncie sin ruborizarse que, si gana, colonizará a fondo la Justicia bajo el eufemismo de su «democratización», excarcelará a los corruptos bajo la mentira de que son héroes revolucionarios y «presos políticos», censurará a la prensa bajo la farsa de una ley de medios feudal y reformará la Constitución para reemplazar el sistema representativo y vulnerar las libertades y el derecho de propiedad. ¿Con enemigos así quién necesita tener amigos?, interrogan con ironía algunos observadores. Pero los grandes jugadores mundiales de las finanzas y de la inversión que hacen preguntas en Washington, Nueva York, París y Madrid están muy preocupados por estas espinosas opciones electorales que asoman fuera del gobierno de Cambiemos. Porque en lugar de brindar certidumbre, estos opositores provocan inquietud, y en vez de atraer inversiones de largo aliento, las espantan. Es una prioridad para los argentinos, en su conjunto y más allá de cualquier color y bandería, una oposición racional y transparente que colabore en la crisis, que no amenace ni rompa el sistema, y que no convalide la pandemia de la corrupción y los tejidos mafiosos, puesto que nuestras agudas carencias económicas convierten la seguridad jurídica, la previsibilidad, la confianza y la ética no ya en virtudes o en lujos, sino en prioridades absolutas de supervivencia. Mientras el peronismo siga hablando desde el paravalanchas, la política argenta se parecerá inevitablemente a una barra brava sedienta de recuperar los negocios perdidos. Lo antes posible, y a cualquier costo.

Crédito: La Nación

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