Cinco apuntes sobre el filme Guerra Fría (2018)

  1.  En la inmortal comedia de 1942 Ser o no ser, del director alemán Ernst Lubitsch, Varsovia queda reducida a escombros tras el bombardeo de la fuerza aérea nazi, al tiempo que una luctuosa voz en off  comenta que Polonia estaba indefensa ante el feroz conquistador. Advirtamos bien la fecha del filme de Lubitsch, por cuanto el tan hermoso como trágico nuevo filme de Pawel Pawlikowski, Guerra fría, nos instala en Polonia apenas pocos años después, en 1949 para ser exactos, pero esta vez atestiguamos que los polacos son aplastados por otro no menos abyecto conquistador: Stalin. La historia nos introduce en el romance del director de orquesta Wiktor (Tomasz Kot) y Zula (Joanna Kulig), una de sus cantantes y bailarinas, el cual se ve interrumpido tras la irrupción del Estalinismo y el sometimiento de la música de ambos al Estado y a los fines de adoctrinamiento que prepara el partido comunista, cuyo programa ideológico apunta a la reforma del campo, la paz global y sus amenazas y, ni más faltaba, al líder del proletariado: Stalin, el presidente obrero mismo. Bajo este clima opresor, Wiktor decidirá escapar junto a Zula, pero ella no se encontrará preparada para una vida diferente.

Que recuerde de mis clases de bachillerato, hablar de la Guerra Fría implicaba hablar de la tensión entre las dos potencias que dominaron el mundo durante el siglo XX, a saber, Estados Unidos y la extinta Unión Soviética. En cuanto al cine, uno inmediatamente asociaba este conflicto con Rocky 4, de Sylvester Stallone; con filmes de espías como Cortina rasgada, de Alfred Hithcock; con comedias como El hombre del zapato rojo, de Stan Dragoti, y Dr. Strange o cómo dejé de preocuparme y aprendí a amar la bomba, de Stanley Kubrick; o con las obras de ciencia ficción de los años 50, cuyos alienígenas encarnaban la invasión comunista y la desintegración del American way of life, tan solo por nombrar algunas obras. Contra este abundante corpus, el filme de Pawlikowski se ocupa de mostrarnos que en un pequeño país satélite del régimen comunista como Polonia la guerra no fue tan fría, sino muy cruenta.

  1. Para el sociólogo estadounidense Richard Sennett, la metáfora conceptual de la obra de arte captura las relaciones del extranjero con la tierra de acogida. Según lo ve, el extranjero tiene por delante la tarea de construirse a sí mismo, lo que, como en la creación de cualquier pieza artística, precisa de un portentoso despliegue de su creatividad y de la tenacidad suficiente para esculpirse bello, interpretando lo bello acá en los sentidos de felicidad y de justicia concebidos por Aristóteles y Platón, respectivamente.

“La política de lo bello es una política de la libertad”, escribe el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su ensayo sobre estética y política La salvación de lo bello. Wiktor es un devoto practicante de esta construcción bella de sí mismo en la estimulante atmósfera cultural parisina. Se ha reinventado gracias a esas opciones reales de las que más adelante nos habla el filósofo surcoreano al contrastar la democracia con las privaciones de la dictadura. Zula, por contra,  no se siente a gusto en la ciudad luz. Como un caso análogo al del personaje Del (Peter Dinklage) del filme ¿Estamos solos?, de Reed Morano, de nada sirve que las multitudes parisinas la rodeen, pues ella se siente profundamente descolocada. Nos recuerda este aserto de Sennett: “nos referimos al inmigrante que siente el impacto de la cultura y se aferra a sí mismo, al exiliado que hiberna con indiferencia en una ciudad que apenas lo roza, al expatriado que pronto sueña con el retorno…”

El escritor venezolano Héctor Torres ha dedicado varias de las mejores páginas sobre el trajinar de los venezolanos que han emprendido el camino de la diáspora. Su tesis de base es que cuando viajamos siempre nos acompaña una cultura que nunca declaramos en el aeropuerto. A no dudarlo, las maletas de Wiktor y Zulma son muy pesadas aun cuando ellos no lo sospechan: el totalitarismo de Stalin se ha colado de polizonte y los atormenta más allá de las fronteras polacas.

  1. Según una expresión corriente, podemos suplir la denominación de alguien como perro, simplemente con mostrarle un hueso. Los nazis, por lo que les toca, se contentaban con metaforizar el jazz como música negrojudía de la selva, en referencia indirecta a los jazzistas negros y judíos en términos de ‘orangutanes’, ‘mandriles’, ‘chimpancés’, y cualquier otro animal que los racistas acostumbran emplear para representarse a sí mismos como seres superiores, aquellos que a los que la evolución mimó. La inocultable animadversión del nazismo hacia el jazz está plenamente justificada si tenemos en cuenta que, como relata Mike Swerin en su crónica Swing frente al nazi, su principio rector es la libertad. A contravía de la uniformidad y el constreñimiento del compás marcial de la música militar totalitaria, el jazz permite la improvisación del músico, lo que equivale a ejercer la libertad. Por su naturaleza, el jazz no le da cabida a la fatigosa e irreflexiva repetición de consignas, como, por ejemplo, aquella de los militares venezolanos durante las protestas de abril-julio de 2017, en las que, cual zombie desprovisto de razonamiento y condenado al despropósito, expresaban su anhelo por degollar manifestantes, a quienes encuadraban  lingüísticamente a su conveniencia como ‘guarimberos’.

Los géneros literarios, pensó Georg Lukács, no son ajenos a las luchas ideológicas. Lo mismo puede decirse de los géneros musicales. Primero para los negros, después para judíos y gitanos, el jazz encontró su razón de ser en su habilitación de la libertad vedada a esos grupos sociales. Por eso, es comprensible que, en el plano inmediato a su huida, veamos a Wiktor tocando el piano con una banda de jazz en un bar parisino, lo que proporciona un contrapeso a la música panegírica de Stalin que dejó en su natal Polonia. Y es en estos momentos, a mi juicio, cuando  Pawlikowski, como con su filme Ida, muestra su genio con el blanco y negro, pues en la pantalla centellea una perfecta articulación de elegancia y nostalgia. La grandeza del estilo visual del director polaco se complementa con su persistente ángulo ligeramente picado y sus primeros planos.

  1. Habrá pocas obras que igualen la belleza del filme El gran Hotel Budapest, del director norteamericano Wes Anderson. En un primer momento, la obra se ofrece como un cuento de hadas, con colores pasteles y dueña de un universo que, al margen de cualquier acto de villanía, no parece que corra el peligro de extinguirse. Un día, sin embargo, arriba el totalitarismo y, mediante el único plano en blanco y negro del metraje,  vemos que Monsieur Gustave (Ralphn Fiennes) es capturado. Años más tarde, Zero (F. Murray Abraham) nos contará que fue asesinado por los fascistas. Como quiera que sea, después de esto prevalecen la enfermedad, la soledad, y la decadencia. Y no solo se trata de un asunto de la textura del filme, sino también de la caracterización de los personajes, pues Monsieur Gustave había sido un protector del arte.

Concluyó Josef Škvorecký que los ideólogos totalitarios odian el arte, que es una de las formas del anhelo de vida, porque no pueden controlarlo. El arte, sentencia, deviene protesta aun cuando se tenga intención o no. Debemos una de las advertencias más rotundas sobre la función del arte a una obra precisamente escrita al fragor de la Segunda Guerra Mundial: El principito, del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry, a cuyo piloto, uno de los dos personajes nucleares,  se le escapó la belleza y simplicidad de la vida al mismo tiempo que claudicó en su pasión por dibujar. Desde entonces, pasó a ser alguien más del montón, parte de una sociedad uniforme.

Conocí el conjunto de crónicas De viaje por Europa del Este, de Gabriel García Márquez, gracias a la sapiencial recomendación del entrañable librero caraqueño Jesús Santana.  Este compendio de crónicas por la Europa de los satélites comunistas, me informó, había desaparecido del espacio público una vez Gabo pasó a hacer causa con Fidel Castro. Para resaltar la contestación del arte que recorre Pawlikowski en Guerra fría,  reproduzco a continuación la pormenorización de un edificio que por entonces Gabo encontró en Varsovia, el cual, según testimonio de los polacos, se llevó a cabo mientras ellos vivían como ratas en edificios destruidos:

“En la unidad arquitectónica de Varsovia hay un accidente: el palacio de la Cultura, regalo de la Unión Soviética y copia fiel del Ministerio de Educación de Moscú. Los polacos-a quienes no se les puede hablar de los rusos porque se desatan en improperios-terminarán por dinamitarlo. Se dice que Stalin lo hizo poner allí sin consultar la opinión de Polonia, como agradecimiento a los gobernantes que bautizaron con su nombre la plaza más grande de Varsovia”

  1.  Phil Connors (Bill Murray), personaje central del filme El día  de la marmota, de Harold Ramis, cae en cuenta de que cada día despierta a la misma hora y de que experimenta las mismas vivencias del día anterior. Por increíble que parezca, se encuentra atascado en un loop temporal. Con todo, Phil sabe que tiene diamante entre sus manos, solo necesita averiguar cuándo y cómo pulirlo. Una de las oportunidades que no dejará escapar, desde luego,  será deslizarse a la cama de su hermosa compañera de trabajo Rita (Andie MacDowell). Así, al tiempo que aprende más de Rita para acostarse con ella, Phil desarrolla habilidades y aprende oficios que paulatinamente van conquistando su amor, pero, más importante todavía, con todo esto Phil ayuda a la comunidad y mejora la vida de su entorno. Pasa de ayudar a una anciana para impresionar a Rita a ayudarla por el bien mismo de mejorar la condición de la mujer. Del embaucador Phil pasamos al sujeto ético Phil.

Sin asomo de duda, los totalitarios entienden bien estas ramificaciones del amor. Saben que el sujeto que ama puede extender su amor a los demás, que el dolor de los demás puede resultarle insoportable, pues en ellos ve reflejado al ser amado. Como Phil, el sujeto que ama hace suyos a la familia y a los amigos de su ser amado. En adelante, se preocupa por su dolor y lo comparte.

Quien ama, además, está dispuesto al sacrificio por el bien de la persona amada, no escatima ningún esfuerzo por realizar actos riesgosos y, muchas de las veces, desafiantes del estado de cosas imperante, pues nada puede resultarle tan indigno a sus ojos que no interceder ante la indefensión del ser amado. Ciertas veces, como sucede en el filme Casablanca, de Michael Curtiz, o en la novela Un cuento de dos ciudades, de Charles Dickens, poco importa que el ser amado solo tenga cabida en la vida de un tercero, pues su bienestar se impone por encima de todo.

 De allí que en el terreno de la ciencia ficción, sobre todo en sus pesadillas distópicas, el amor resulte un acto de rebeldía que debe ser erradicado a cualquier precio. Para lograrlo, el líder, o la élite gobernante, afina sus instrumentos científicos y tecnológicos para el control y la dosificación de la población. Todo amor y toda erotización deben estar dirigidos únicamente al Estado, al partido, o al Líder.

Le tocó a la agudeza de George Orwell detectar que una de las metáforas conceptuales que impone una racionalización en los regímenes comunistas es la de la filiación.  Así, el partido no es una instancia política sino una familia, no hay críticas contra el partido sino traición a la propia sangre (fijémonos en que esto se une a matrices conceptuales según las cuales ‘quien le pega a su familia se arruina’, o, como en inglés ‘blood is thicker than water’), el líder reprende porque sabe lo que le conviene a la persona más de lo que ella sabe sobre sí misma, además de que lo hace como un acto de amor. En suma, como en la novela 1984, el líder puede ser un hermano mayor que amorosamente cuida a sus descarriados y torpes hermanitos.

Otro mecanismo conceptual que entra en operatividad junto a la metáfora conceptual de la familia es la metonimia, lo que, para ponerlo en términos sencillos, podemos definir como la compresión de un dominio conceptual a través de una de sus partes. En el caso que tratamos, pongamos, el líder puede sugerir que cuando habla de sí mismo habla de los demás. O cuando lo sancionan afirma que todos los ciudadanos del país fueron los sancionados.

Lo digo de una vez: Guerra fría es una obra magistral y perdurable sobre el amor en tiempos de totalitarismos.

 

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