Monumentos perdidos

A mediados del año 1886, dos franceses, el explorador Jean Chaffanjon y el artista Auguste Morisot, se embarcaron en Ciudad Bolívar para navegar el Orinoco en una falca. Aparte de las colecciones y estudios hechos en el curso del viaje, meta de toda expedición, el gran objetivo de estos era remontar el curso del majestuoso río venezolano para alcanzar sus fuentes, hasta aquel entonces sin descubrir.

Los indios decían que las fuentes estaban custodiadas por una nación de aborígenes antropófagos llamados “guaharibos”, quienes, según la leyenda, iban armados con flechas venenosas para impedir la entrada de extraños en su vasto territorio de selvas vírgenes.

El joven Morisot, dedicaba por lo menos una hora al día a redactar entradas en su diario, anotando impresiones sobre sitios y gente que conoció en su peligroso viaje por la selva. Los apuntes del diario del artista, así como un libro publicado por Chaffanjon titulado “Viaje a las fuentes del Orinoco”, sirvieron a un viejo escritor francés llamado Julio Verne para que redactara la novela “El Soberbio Orinoco”.

Según la crónica de la expedición, el 21 de septiembre alcanzaron la población de Antures. -Un miserable pueblito, unos ocho ranchos y techos de paja alrededor de una gran plaza, ninguna iglesia, ninguna pulpería, ¡nada!… Los habitantes, una treintena, viven de la caza y, sobre todo, la pesca.-

Allí pasaron 3 días, abasteciéndose de casabe y tomando fotografías. El 24 partieron de madrugada aguas arriba para visitar el cerro de los Muertos, un monte solitario que se levanta en medio de la sabana 3 kilómetros al Sudeste de Antures.

Se trata de: -Una gran falla en una roca enorme a medio flanco de esta montaña, como un gran ojo semi cerrado, sombrío, lleno de misterio. Esta gruta es el cementerio o más bien osario de la poderosa y bella tribu piaroa, cuando ocupaba el territorio. Es ahí, donde, después de prolongadas ceremonias y tiempo requerido para que el cuerpo se hiciese esqueleto, la familia venía a depositar las osamentas.-

Ver por primera vez un escenario como el de aquel sitio despertó curiosidad y emoción en el joven aventurero, jamás había visto algo semejante. Los restos eran amontonados de cualquier forma y dispersos por toda la cueva. -Los cráneos que sirven de nido a las ratas parecen haber rodado sobre una profusión de fémures, tibias y huesos rotos, como bolas del juego de bolos. En la parte baja de la gruta, esqueletos enteros expuestos, las manos atadas al pecho, las piernas replegadas amarradas al cuerpo, recogido sobre sí, la cabeza entre las rodillas.-

Al día siguiente, el 25 por la mañana, fueron con un guía a documentar las inscripciones del cerro Pintado. -No pintado como su nombre lo indica, sino grabado, tallado, situado a una docena de kilómetros de Antures.-

La masa rocosa del cerro Pintado es imponente, una montaña de un solo bloque de granito que se eleva perpendicularmente a mas de 100 metros por encima de la copa de los arboles. Los franceses se preguntan cómo, si no con cuerdas amarradas a la cima del cerro y andamios, pudieron los indios realizar estos grabados tan grandes en las alturas y una piedra tan dura como el granito. -Es un hermoso despliegue de habilidad, de ingeniosidad y trabajo tenaz.-

-Excepto algunas hondonadas donde crecen unos arbustos, ese flanco es liso, descubierto y en este amplio plano vertical están grabadas inscripciones colosales, peculiares, bien proporcionadas con el gigantesco afiche que decoran y asombrosas por su audacia y trabajo. Cuando hablan del cerro Pintado, los indios pretenden que sus ancestros llegaron en curiara a la punta de este bloque granítico, cuando las aguas cubrían todas las llanuras y aun no se había formado el lecho del Orinoco. Las inscripciones de esta montaña de granito se remontarían entonces, según sus creencias, a varios miles de años… ¿Quizás antes del hundimiento de la legendaria Atlántida?-

En cuanto a los grabados que adornan el cerro Pintado, mientras Chaffanjon buscaba alcanzar el tope, Morisot sacó sus instrumentos para dibujar minuciosamente las figuras. -Una serpiente de al menos cien metros de longitud ondea a todo lo largo de la superficie plana, un gran lagarto o caimán corre encima, una escolopendra enorme, un hombrecito, un pájaro, una especie de mesa de múltiples pies en la cual hay unos círculos concéntricos, a modo de platos de comida tal vez, y unos rectángulos y óvalos concéntricos.-  

¿Quiénes fueron estos primitivos artistas? ¿A qué tribu pertenecieron? ¿En que época fueron realizadas aquellas inscripciones? ¿Qué significan? Nadie ha logrado ni logrará jamás responder estas incógnitas.

Algo llama la atención al artista: -La pequeñez del hombre comparado con los grandes reptiles que lo rodean, temidos, venerados por él y divinizados y engrandecidos en su imaginación…

Finaliza la entrada resaltando: –Cualesquiera que sean los pueblos, parece que cuando se siente en plena posesión de si mismo, su gran aspiración es sobrevivirse, perpetuarse en el recuerdo de las generaciones futuras por medio de poderosas y simbólicas obras… Si los primeros egipcios nos petrifican de admiración frente a sus trabajos de gigante, los indios de Atures tienen también aquí un monumento imperecedero que muestra a nuestros ojos asombrados como un pueblo primitivo, deseoso de transmitir sus ideas, sus creencias y sin más guía que la naturaleza, se ha inmortalizado reproduciendo ingenuamente por un trabajo gigantesco, lo que tenía constantemente frente a sus ojos y que impresionaba más su imaginación.-

Son monumentos como estos los que se perderán con el ecocidio del arco minero.   

Jimeno Hernández
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