El regreso al poder

Para el general Joaquín Crespo el 7 de octubre de 1892 se convirtió, con la entrada a Caracas luego de la victoria de su Revolución Legalista, en el retorno al Palacio de Santa Inés.

Al día siguiente por la mañana los caraqueños se sorprendieron al ver sus tropas acampadas en la ciudad, esas que vencieron en la crisis política que planteó la ausencia definitiva de Guzmán Blanco y las aspiraciones continuistas del dr. Raimundo Andueza Palacio. El objetivo se logró pero el caudillo no estaba contento.

El llanero llegó otra vez al poder, en esta ocasión listo para cobrarse las amarguras que tuvo que soportar en el pasado. En el bienio 1884-1886 fue presidente a medias, vigilado a toda hora por los espías del “Ilustre Americano”; luego sufrió el desprecio de Guzmán Blanco en 1887, cuando éste le negó la vuelta a la más alta magistratura al decirle con tono de soberbia: -Mire compadre, no soy Páez ni usted Soublette.- Aquel año vio colapsar sus aspiraciones para la candidatura, sufrió los ataques despiadados de la prensa y resultó electo como Presidente un civil.

También tenía cuentas pendientes con  el dr. Juan Pablo Rojas Paúl por arrebatarle el honor que merecía por su “Deber cumplido”. En diciembre de 1888 fracasó su invasión a bordo del “Ana Jacinta” que tenía el objetivo derrocar el gobierno y terminó preso en La Rotunda.

Desde 1885 trabajó incansablemente para abrirse el camino de vuelta a la presidencia, todo con el objetivo de borrar esa imagen del tonto obediente que tuvo que representar bajo las órdenes de Guzmán Blanco. Generales como León Colina y José Ignacio Pulido, quienes también sufrieron las humillaciones del líder del Partido Liberal Amarillo, endulzaron los oídos del llanero al bautizarlo como el “Ángel Vengador”. A ellos se sumaron ancianos conservadores como Ramón Guerra, Martín Vegas, Leoncio Quintana, los Araujo, los Ducharne y los Baptista.  

1892 fue el año en que comenzó a cristalizarse su venganza con el estallido de la guerra. Cada día de su larga marcha de 7 meses de lucha iniciada desde su hato “El Totumo” en tierras del Guárico la lista de su plan de reparaciones iba engrosando. Desde Marzo hasta Octubre pensó en cómo actuaría al llegar al poder, pero la tarea de alcanzar la cumbre no fue fácil. Si bien Andueza Palacio no era general y Sebastián Casañas perdió la primera gran batalla contra las fuerzas de la Legalista, eran bastantes los caudillos regionales y guerrilleros, armados de machete, lanza y fusil que observaban con alarma y resquemor las nuevas alianzas políticas de Crespo.

El temor a un gobierno presidido por un personaje, ávido de compensar deudas pasadas y con la presencia dominante de los militares conservadores, fue factor que pudo utilizar Andueza Palacio, junto a los generales Sarría, Monagas y Mendoza, para mantener durante meses una activa resistencia. Todo con el propósito de crear una situación militar que obligara a Crespo a negociar un acuerdo entre los ejércitos combatientes. Solo así podría surgir una nueva fórmula de reparto del futuro gobierno, o por lo menos una distinta a las aspiraciones absolutistas del alzado.

Fueron varios los enviados del gobierno para negociar con él, pero éste se negaba a aceptar cualquier solución que no fuera salir airoso de la campaña militar o entrar en triunfo a Caracas como lo hicieron en su época Páez y Guzmán Blanco. En su cabeza no podía ser de otra manera. Era hombre supersticioso, por ello pensaba que debía llegar a la capital, darse un baño de masas y escuchar a la gente corar su nombre. Así no lo volverían a ver como uno de los títeres del “Ilustre Americano”, esa era la única manera en que lo llamarían “El héroe de la Legalista”.

El día 7 de octubre Caracas fue sometida al azote de la masa furibunda. Entre gritos y aplausos, le prendieron candela a la sede del periódico “La Opinión Pública” y asaltaron las residencias de los ex presidentes Andueza y Villegas, así como también las de varios personeros del gobierno derrocado que se embarcaron aquella mañana en La Guaira hacia el exilio.  Sus casas fueron destrozadas y, afuera de estas, ardieron inmensas fogatas de cuadros, libros, alfombras y muebles.

A la furia del pueblo se juntó la de la naturaleza pasadas las tres de la tarde. El cielo ensombreció, empezaron a sonar truenos y se pudo ver relámpagos al este, el firmamento se vistió de nubarrones oscuros anunciando el comienzo de un diluvio. En cuestión de minutos la fuerza de la tempestad se encargó de dispersar las turbas enardecidas apagando pasiones y lujosas piras. Después de un par de horas los arroyos se tornaron en cascadas, el Guaire creció abandonando su cauce y las calles se convirtieron en torrentes turbios que invadieron los hogares caraqueños. El agua causó los estragos que terminaron los de la victoria de la revolución saqueando las casas que no fueron despojadas por los disturbios.

Fue por ello que cuando Crespo entró a Caracas, a la cabeza de su ejercito y bajo un torrencial aguacero, hizo su entrada al son de rayos y truenos en vez de bombos, platillos y cohetes. Nadie salió a recibirlo en una ciudad que parecía abandonada y castigada por un desastre natural.

-Mal augurio- murmuró el llanero.  

Jimeno Hernández
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