Los chispazos saltan en Venezuela, Siria o las fronteras europeas con Rusia, pero el nudo de la tensión está construyéndose en Asia
Es guerra y fría, pero ya no es bipolar
Nunca nos bañamos en el mismo río, cierto. La guerra fría ya sucedió y lo que ahora se anuncia bajo un mismo nombre tiene poco que ver con la que enfrentó a la Unión Soviética y a Estados Unidos durante 40 años. Regresa la tensión en el Caribe, de nuevo entre Washington y Moscú, ahora con un avatar venezolano derivado del castrismo, y también se repite como un pulso entre superpotencias por deshacer el camino del desarme y mantener sus respectivas áreas de influencia.
Una nueva versión de las viejas películas de espías, ahora en clave de ataques químicos y digitales, se desarrolla también ante nuestros ojos. El argumento es potente, puesto que la infiltración alcanza a la Casa Blanca y salpica cualquier crisis, desde el Brexit y los chalecos amarillos hasta Puigdemont y el ascenso de los nacionalpopulismos.
Hasta aquí todo podría parecer igual, e incluso mejor, desde el punto de visto dramático. Pero no es así. El mundo globalizado no se organiza en dos polos enfrentados ni se halla dividido en mitades separadas por un telón de acero. Hay amenazas y rearme nuclear, pero son muchos los participantes, y en sentido estricto ni siquiera son todos ellos Estados reconocidos internacionalmente como antaño. Y, sobre todo, cuenta China, a pesar de su sigilo y de la apariencia de guerra meramente comercial con Estados Unidos que adopta esta nueva contienda gélida del siglo XXI. Engañan los rendimientos inmediatos que cosecha Putin con su pericia a la hora de aprovechar las debilidades ajenas para recuperar falsos galones de superpotencia.
El último episodio es la denuncia por parte de Washington del tratado de limitación de misiles de alcance intermedio, la joya de la corona del desarme nuclear en Europa forjada por Reagan y Gorbachov hace 30 años. Tanto Washington, que es quien promueve la ruptura, como Moscú, que la ha provocado, quieren tener las manos libres porque ambos miran también hacia Pekín, la nueva y ascendente superpotencia que concentra su arsenal precisamente en el tipo de misil prohibido por este tratado al que no está vinculada. Los chispazos saltan en Venezuela, Siria o en las fronteras europeas con Rusia, pero el nudo de la tensión armamentística, y por tanto bélica, está construyéndose en Asia, y especialmente en los mares que bañan la superpotencia china. Moscú, durante un tiempo al menos, andará aliado con Pekín frente a Washington, pero en un momento u otro también necesitará misiles de medio alcance para defender los 4.900 kilómetros de su frontera asiática.
Crédito: El País
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