Manos ensangrentadas
La madrugada con su silencio acompaña a la soledad. La oscuridad sigue activa, aún no se despide. La claridad no quiere terminar de despertar. Camino hasta la parada. La cola es larga. En el país de la incertidumbre cada instante es un nuevo acontecer. Al fin llega la camioneta y al pasar por la calle de enfrente el conductor grita el nuevo valor del pasaje. Se incrementa en 200% de un solo jalón. El reclamo lógico surge. El ambiente se conmociona dentro de la unidad. Las palabras, pensamientos y sentimientos hacen un recorrido por la hiperinflación, precio de los repuestos, costo de vida, salarios, compras en el mercado, farmacia. La eterna expresión «hasta cuándo durará este desastre» se repite constantemente. El sexto aumento en pocos meses. Alguien prende un incienso como para calmar los ánimos. En un momento me escapo por unos segundos, a través de la ventana veo un Apamate, lo abrazo con la mirada. Me llevo la imagen, la guardo en los archivos de la memoria.
El trajín de la jornada en la ciudad nos absorbe, vivimos integrados a su dolor e infortunio. Imposible separarnos de su circunstancia. Somos uno con el acontecer. Los niños descalzos caminan desamparados. Solicitan urgente atención. Compro una conserva de coco, se me acercan, “yo quiero, ¿me puedes dar?». Se comparte. Hay hambre, la situación es aguda, crónica. Tienen necesidad de comida, papá, mamá, amor, cobijo, calor, educación, consentimiento, ternura, comprensión, salud, educación, juegos, techo, sociedad. La jerarquía del sistema comunista ha demostrado que no le interesan, viven en su afán de negocios particulares, lujuria, avaricia. Inhumanos.
La televisión de la cafetería está encendida, el tirano mediocre bailotea sobre la tragedia de un país. Golpea la conga. Mientras lo hace, al subir y bajar las manos, se le ve entre reflejos que las tiene llenas de torturas cometidas, muertes producidas, celadas ejecutadas, prisiones infames, sangre derramada producto de las masacres ordenadas a sus esbirros. “Carnicero”, le dice la narrativa de la calle. El país se agrietó de tanta devastación y sufrimiento. Al sujeto le acompaña una mueca en el rostro. Deforme y enfermo de poder pretende aplastar, se apoya en los militares. Trota apenas unos metros entre miembros de la fuerza armada intentando mostrar vitalidad. Se percibe la antítesis, un mamotreto desequilibrado, inseguro, agotado.
En el metro, miro al piso, veo los zapatos rotos de mi tierra. La indignación eleva la tensión, hace crecer el malestar. Un volcán está en movimiento. El atroz está reducido a un palacio blindado por fusiles asesinos. Presenta pánico. La farsa ha sido develada. Caerá con toda tu inmundicia.
Un Apamate asoma la cercanía de su florecer. El colorido Cristofué vuela con su canto. Una sociedad rompe cadenas. Venezuela entreabre la puerta hacia su libertad.
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