Sospecha editorial

Desde diciembre  próximo pasado, las vitrinas de las Librerías del Sur ofrecen nuevos-viejos títulos, por lo demás, imprescindibles. El oxímoron luce pertinente, porque se trata de la reedición de sendos clásicos que el Estado, o lo que queda de él, está en el deber de aportar al mercado editorial, o lo que también queda de él en Venezuela. No obstante, la muestra registra algunas particularidades que autorizan la conjetura.

Por ejemplo, pocos dudan de la relevancia adquirida por “Suma de Venezuela” de Mariano Picón Salas,  intérprete que contó con la fortuna de ejercer una extraordinaria influencia entre nosotros, por décadas; la de Alí Primera y sus notables versos, masificados en el presente siglo para compensar la ausencia de un discurso consistente y coherente del poder establecido; o la de Orlando Araujo al abanicar la literatura contemporánea del país, muy valioso aunque preferido por su sola  adhesión ideológica.  Vista engañosa, las novedades bibliográficas reportan  una suficiencia de tinta y papel en este lado del mundo.

A juzgar por el pie de imprenta de los ejemplares en cuestión, los de Picón Salas y Primera, tienen por fecha de impresión mayo de 2012, con un tiraje de 5 mil cada uno, y el de Araujo septiembre de 2018 con dos mil. La tardía distribución y colocación en los estantes de la librería oficial de años y de meses, nos coloca en varias hipótesis que cuestionan severamente la eficiencia del Estado, aún más cuando – al menos – versamos sobre libros que no vimos en la última feria celebrada en la Plaza Bolívar de Caracas, meses atrás, reveladora de la pobreza alcanzada por la oferta editorial nacional.

Al intentar varias respuestas, :  tratamos de un material impreso que quedó atrapado y olvidado en los depósitos del Estado, constituyen el remanente que justificó la reorientación del grueso de los recursos hacia las campañas (pseudo) electorales de la  dictadura, las ediciones sólo llegaron a las élites del poder que las incluyó en el catálogo de obsequios para el servicio exterior, u ofrecen el testimonio heroico de quienes las promovieron y literalmente colaron para disgusto de los comisarios políticos. Valga la nota, de haber aceptado que la Comisión Permanente de Cultura de la Asamblea Nacional ejerciera el debido control del ministerio de Cultura, por cierto, en el curso de un largo debate – más de las veces interesadamente frustrado –  sobre la el proyecto de Ley Orgánica de Cultura, sancionada en 2013, las dudas hubiesen sido espejadas con sobrada antelación, gravitando todavía  todavía las dudas en torno al papel amarillento que timbran los nombres de Mariano y Alí.

Recordemos, a principios y mediados de la década, Miraflores cacareó la adquisición de imprentas que anegarían al país de veinte millones de libros que nunca se vieron. Situación ventilada en muy pocas ocasiones por el parlamento del anterior mandato constitucional, bajo dominio de la dictadura (a modo de ilustración, citemos la sesión ordinaria del 25/10/2011), ahora muestra todas sus costuras con estas novedades-envejecidas  para levantar toda suerte de sospechas en torno a la gestión de un régimen resueltamente ágrafo.

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