La autopista de un ancho occidente

Ilustración: Rick Veitch.

Viene a la memoria un clásico de la cuentística latinoamericana, anegados los accesos a París. Esta vez, las entradas al Táchira sirvieron de escena para la paralización deliberada del tránsito automotor.

En un caso, se hizo un divertimento de horas. En el otro, anunciaba la tragedia vivida en la frontera con Colombia, como ocurrió a la vez en la frontera con Brasil.

La Guardia Nacional, la Policía Bolivariana, el Sebin y otros organismos de seguridad, incluyendo los consabidos grupos paramilitares supuestamente informales, convirtieron el ancho occidente venezolano en una cadencia peligrosa. Avanzamos, en las tres unidades de la Asamblea Nacional, penosamente, interrumpido el flujo de vehículos que obligó al constante forcejeo con las autoridades de la dictadura, a veces, muy violento, para sobrepasar y liberar el paso a través de 38 alcabalas aproximadamente.

Una travesía cercana a las 40 horas, concluyó con el asalto de un grupo fuertemente armado que por más de tres horas nos secuestró y despojó de todas las pertenencias personales. Son miles de vivencias las que podemos relatar, aunque- importa decirlo – las amarguras fueron recompensadas por la espontánea manifestación de entusiasmo y solidaridad que dio fiel testimonio, en cada localidad que atravesábamos de la ruta del coraje que ha tomado la ciudadanía venezolana.

Paradójicamente, Julio Cortázar, convencido comunista, fue el autor de “La autopista del sur”, ahora superado por la realidad impuesta por una dictadura que rebasa – esta vez – toda imaginación. Por más que lo intenten, ya no hay alcabala que detenga este extraordinario y heroico esfuerzo de los venezolanos por la liberación.

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