El saldo final de los daños se mide en vidas
Editorial #448 – Las horas más oscuras

En las primeras horas de la madrugada del 25 de agosto de 2012 ocurrió una de las peores tragedias de la historia en la industria petrolera. Una explosión en la refinería de Amuay, en Paraguaná, dejó como resultado “oficial” 55 muertos y 156 heridos. Es posible que el saldo real no lo sepamos nunca y hasta hoy los responsables no han enfrentado la justicia.

Pocas horas después, visitando los escombros que dejó el accidente, el entonces presidente Hugo Chávez dijo: “la función debe continuar”. Y continuó. Todo lo ocurrido en 20 años de chavismo es parte de ese show macabro llamado chavismo, en el que sus actores principales se mantienen en el poder a cualquier costo mientras las víctimas, la inmensa mayoría de los venezolanos, sufren penurias inéditas.

Entre éstas, el colapso del sistema eléctrico, que fue advertido por los expertos en el área desde hace varios años, debido a la corrupción, ineptitud y dejadez con la que se manejó el sector. No podemos dejar de pensar que en los últimos años más de 100.000 millones de dólares fueron “asignados” al sector, pero en realidad solo compraron chatarra inservible.

Los únicos beneficiados de estos negocios fueron quienes, de la noche a la mañana, se hicieron multimillonarios, como los tristemente célebres “bolichicos” dueños de la empresa Derwick, y varios otros funcionarios revolucionarios que hoy disfruten su dinero lejos de Venezuela.

Mientras tanto, en un apagón nunca antes visto, el país vivió más de 70 horas en la oscuridad. El saldo final de los daños como consecuencia de la falta de servicio eléctrico quizá no lo sepamos nunca, pero sí sabemos que se mide en vidas. Hasta ahora se ha conocido la muerte de 15 pacientes por falta de diálisis en los hospitales, como denunció Francisco Valencia, director de la ONG Codevida, mientras el diputado José Manuel Olivares afirmó que al menos 17 personas han fallecido por problemas relacionados a la falla del sector eléctrico.

Pero quizá la imagen más dura que estas últimas horas ha dejado ha sido una que circuló por redes la noche del sábado, la de una madre llegando a la morgue de Valencia con su hija muerta en brazos, víctima de severa desnutrición y que no pudo ser atendida en un centro de salud por encontrarse sin servicio eléctrico. En las próximas horas seguramente se sumarán a esta larga lista de “logros” revolucionarios muchas otras historias que poco a poco van saliendo a la luz. Valga la ironía.

El costo del apagón también se medirá en millones de dólares, en un país que ya vive una economía en ruinas. ¿Cuánta comida se echó a perder? ¿Cuántos electrodomésticos se dañaron? ¿Cuántos negocios registraron pérdidas? ¿Cuánto trabajo se perdió?

Los culpables de esto son los mismos causantes de la hiperinflación, de la escasez, de la violencia, del hambre y de la miseria: las mafias que usurpan el poder y los malandros de “bolichicos” y demás “bolichoros” que han hecho millones a costa de la tragedia de un pueblo.

Sin embargo, lo que nos agobia no nos puede hacer perder el foco: la transición no será tan inmediata ni tan fácil como todos quisiéramos, pero es irreversible. La única manera de no lograrla es que dejemos de luchar, y la Venezuela heroica ya ha demostrado que no sabe rendirse.

Hemos dado mucho, pero es hora de darlo todo para acabar, de una buena vez, con las horas más oscuras de nuestra historia.  

Miguel Velarde
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